Soy un convencido de que la vida debe ser simple, de que debemos disfrutar de las cosas sencillas y de que sin importar el lugar y las condiciones, debemos ser siempre los mismos.
Domingo en familia que amanece con un antojo y por lo mismo hay que ir al súper a comprar algunas cosas. En el recorrido por los pasillos me topo con Rosaura Barahona y su esposo que están surtiendo el mandado, simples, como cualquier pareja, Roberto Escamilla empuja el carrito mientras “la maestra” checa, una y otra vez, esa tira que aparece los viernes en el periódico en el que ella escribe y que sirve como recordatorio de las cosas que necesitas adquirir.
Los veo una vez y otra, cruzamos camino en varias ocasiones, compran y comen lo mismo que todos, pero no dejo de pensar que se trata de una de las plumas más respetadas de la ciudad, de una mujer con influencia y poder, admirada por muchos y odiada por algunos que no comparten sus puntos de vista; su esposo, por su parte, es un ejemplo de vocación al que no muchos conocen, pero dedicado en cuerpo y alma a su pasión: el cine.
Conozco a Rosaura desde hace unos 40 años. No hemos sido amigos, pero sigo de cerca su trayectoria y leo, siempre, lo que escribe. Me tocó recomendar su participación hará cosa de 35 años en un curso de guionismo que dimos en la Preparatoria 15 de la UANL a maestros, cuando era el responsable del Departamento Audiovisual, pero ya sabía de ella desde antes, de los inicios del Canal 8 de CEMPAE.
No puedo negar que me atrae la calidad de su pluma, la forma simple y llana de plantear las cosas, la convicción con que trata los temas y sobre todo la simplicidad con la que observa la vida. Comparto con ella, por diferentes circunstancias, su amor por el pueblo de Honduras.
A Roberto, su esposo, me tocó tratarlo someramente en algún tiempo, creo que fue en los inicios del Canal 28, cuando en el sexenio de don Alfonso Martínez Domínguez lo dirigía ese excelente personaje que fue Alberto Brunell… puede que me equivoque, ¿fue tal vez en Canal 8?
Es reconfortante el comprobar que a pesar de la fama, se trata de personas simples, que hacen una vida normal, que van al súper, que acuden al cine, que no se complican demasiado, que son de ese tipo de gente de la que aún recordamos y que han hecho grande a nuestro Monterrey.
Tras el periplo coincidimos, otra vez, en las cajas; Roberto quiere reconocerme, pero no alcanza a atinar de dónde o cómo y de inmediato salgo al quite: “Hola maestro, qué gusto” y así inicia la charla, corta, breve, también sencilla; hablamos de todo y de nada, les presento a mi esposa, les comento que mi hijo a decidido cambiar su carrera de programación de software atendiendo el llamado de la vocación de dirigir cine (un gusto que el padre no tuvo el valor de hacer) y al acercarse Rosaura hablamos de que sin importar las responsabilidades, tienen que seguir siendo administradoras, jefas de familia, encargadas de la casa, directoras de compras que se atan a un listín de productos que aparecen en una tira de periódico, y mira que ni ellos ni nosotros tenemos hijos pequeños.
Gente simple, sencilla, común, como cualquier otra, que se gana la vida en la docencia, escribiendo sus puntos de vista que en ocasiones comparto y que en otras muchas difiero, pero que tienen el enorme valor de la verdad.
¡Qué gusto es poder saber que sigue habiendo gente así!
