En vísperas del aniversario luctuoso del asesinato de Luis Donaldo Colosio comienzan resaltar diversas líneas de investigación que dejaron de indagarse debidamente y otras más, de las que se ignoró por negligencia o premeditadamente. Quizá por ello sorprenda al lector lo que a continuación se narra.
De acuerdo al principio de inmediatez procesal vigente en la época en que ocurrió el homicidio, las primeras declaraciones del detenido, por estar cercana a los hechos que se investigan, se consideran más veraces que las deposiciones posteriores, ya que, las primigenias son espontaneas y carentes del aleccionamiento de un abogado defensor. Recordemos que en ese sexenio, las torturas de la entonces Dirección Federal de Seguridad para arrancar confesiones, dio como resultado: 1) la creación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y, 2) reformas legislativas para que las autoincriminaciones que recabara la Policía dejaran de tener valor probatorio por carecer de la asistencia de un abogado defensor.
Mario Aburto, detenido inmediatamente, del lugar de los hechos fue trasladado a las recién inauguradas oficinas de la Policía Judicial Federal en la zona Rio de Tijuana. En ese sitio, su custodia fue encargada verbalmente a un elemento de la Guardia Presidencial y a un agente de la PJF, quien tampoco tenía la formación requerida. La oficina amplia era la que ocupaba el comandante Raúl Loza Parra, quien tres meses antes logró la insólita captura de Francisco Javier Arellano Félix.
El Delegado de la PGR era el licenciado Arturo Ochoa Palacios, quien era allegado al entonces Procurador General de la República, Jorge Carpizo. La casi nula experiencia de Ochoa Palacios para ocupar ese puesto, hizo delegar la responsabilidad en Loza Parra y ordenó a quien escribe estas líneas, vigilar dentro de su oficina, a Mario Aburto.
Al conversar con éste en presencia del Guardia Presidencial- que se abstuvo de pronunciar palabra-, dijo que no era el único armado en el lugar de Lomas Taurinas y que si no lo hacía él, lo iba hacer otra persona, que el arma la recogió en un basurero y que solo quería llamar la atención, pidió hablar con un reconocido locutor de Telemundo de apellido Peimbert. Cuando le inquirí, si quería llamar la atención por qué le disparó en la cabeza y no a los pies, éste bajó la mirada y guardó silencio.
También dijo que lo hacía para que no ocurriera lo que sucedió en Chiapas, que ya había pensado hacer lo mismo (disparar) contra Carlos Salinas de Gortari cuando era candidato a la presidencia. Sin presión física ni intimidación alguna, Mario continuó narrando que solo quería llamar la atención. En tanto, Colosio Murrieta había sido internado en el Hospital General de Tijuana ubicado a unas cuadras en la misma zona Rio.
Las señales telefónicas de celulares análogos eran fácilmente escuchadas a través de aparatos de la marca Uniden en el rango de los 950 a los 1200 megahertz y mientras conversaba con Mario Aburto, con un auricular, escaneaba llamadas y en una de ellas se filtró la noticia de que Luis Donaldo Colosio había fallecido. Momentos después, ingresaron a la oficina el comandante Loza Parra acompañado de otros agentes y se llevaron a Mario Aburto a los separos ubicados en el segundo piso.
Ahí fue agredido verbalmente por los mismos agentes, entre ellos Cesar Gamboa, quienes le reclamaron su proceder con palabras altisonantes. Cesar Gamboa estaba dentro de la celda con el detenido para evitar que se hiciera daño. Como una almeja, Mario se cerró y ya no conversó más hasta que fue llevado ante el Agente del Ministerio Público Federal y se obtuvo la versión oficial que se conoce.
