Una mañana de agosto de 1991, el nuevo gobernador Sócrates Rizzo García miraba desde su despacho la Explanada de los Héroes, limpia, fresca. En el horizonte, breves nubes sobre la Sierra Madre. Nada que temer.
Pero comenzaron los errores, Volcó amigos en Agua y Drenaje, en Fidenor, en la UANL, y en otros organismos descentralizados.
La falta de una política interna férrea dejo entrar en la política a personajes de dudosas intención y a simple vista, el hecho de haber nombrado y cesado 5 secretarios general de gobierno habla de los resultados.
La Tesorería quedó en manos de Raúl Rangel Hinojosa y más tarde en manos de Othón Ruíz Montemayor. La línea dos del metro se construyó subterránea a la altura de Cervecería, aunque costará mucho más.
El país estaba en calma, el peso bajo control, el petróleo estable, fluía la inversión. La Bolsa de Valores, en Jauja.
Pero en política la felicidad no se da por decreto y 1994 marcó el parteaguas de dos Méxicos. Fueron obuses letales los asesinatos políticos y el país se desbalanceó.
La prensa local daba cuenta del nivel de corrupción y la deuda de mil 720 millones se disparó a más de 9 millones de pesos.
No había dinero que alcanzara. Hasta que llegó marzo de 1995 y el ex presidente Carlos Salinas vino a buscar refugio a una humilde casa en San Bernabé.
Ahí selló el destino de Rizzo García quien ya tenía en contra importantes grupos empresariales y debía enfrentar al Presidente Ernesto Zedillo, quien empezó por cerrar las llaves de recursos para Nuevo León.
Él rizzismo empezó a languidecer y circunstancias inéditas pusieron al mandatario contra las cuerdas.
Cuando la crisis entra por la ventana, el amor sale por la puerta y la soledad y el disimulo se empezaron a apoderar de su despacho.
