(Ofrezco mis servicios como guía, comunicadora e intérprete…)
Barack Obama llega hoy viernes a Hiroshima.
Me adelanté. Yo ya estoy aquí. Y he tenido la oportunidad de estar una y otra vez así que me ofrezco como guía, comunicadora e intérprete, más allá del idioma. Para el líder más poderoso del mundo lo mismo que para el amigo o el colega periodista, pongo a disposición mi mano para llevarlo a ver lo que no suele estar en las guías de turismo ni en los libros de historia. Lo que una enorme nube ha cubierto durante 70 años, lo que, lamentablemente, no se alcanza a ver en una visita oficial, por más histórica que sea. Se trata simplemente de ver desde esta tierra, desde abajo.
Me ofrezco para ver Hiroshima desde el bastón de la abuela que lleva 70 años encorvada, orando por los que se fueron y horadando el camino a su vejez solitaria.
Desde el ínfimo y pálido papel en los parques, que alguna vez fue una grulla colorida, ofrenda a los inocentes que no se salvaron de la guerra.
Desde el camino del viejo tranvía que el señor Yoshito Matsushige fue marcando con el sudor y la ansiedad cuando tomó las únicas cinco fotos de Hiroshima aquel 6 de agosto de 1945.
Desde el escalón donde se desintegró y dejó su sombra un hombre que -como escribiría Saramago- desapareció con su pequeño e irremediable dolor.
Desde lo más profundo del vientre donde una criatura murió antes de nacer.
Desde los ojos de la niña que de tanta luz quedaron en la oscuridad. De la que un día se apareció en otros países y otros idiomas, buscando despertar conciencias y fue apedreada con las pesadas culpas de la venganza y la guerra. La que volvió con la infeliz certeza de que, a miles de kilómetros, las bombas también cegaron al mundo. Hay muchos más, que ven mucho menos que ella.
Si Hiroshima se ve y se siente desde la tierra, habrá mucho más cielo para albergar la esperanza de que esta ciudad vuelva a ser historia, otra historia a partir de hoy.
*Periodista regiomontana radicada en Japón.
