Por una diversidad de todo tipo en un país tan homogenizado (uniforme pues) se está pagando un saldo relativamente bajo a diferencia de lo que han tenido que atravesar otras sociedades.
Aquí no hay guerras étnicas, los conflictos religiosos no implican ejecuciones masivas aunque es de destacarse que el último episodio racista a gran escala sucedió entre 1911 y 1934, cuando saquearon los negocios de la comunidad migrante china a la que posteriormente persiguieron y masacraron bajo el beneplácito del estado mexicano, siendo de hecho Monterrey escenario de la muerte de 600 personas orientales.
Una verdadera vergüenza para nuestro país, de la que poco se habla y que acabó con la deportación masiva de todo el que pareciera chino o china, previo confinamiento en las islas marías, su maltrato que implicó la inanición, restricciones absurdas como ingreso a locales públicos, prohibiciones de tipo comercial limitando su acceso a una vida digna por destruir sus fuentes de ingresos.
Aunque la campaña oficial terminó con la llegada del Gral. Lázaro Cárdenas al poder, sus efectos perduraron hasta el año de 1944.
Si bien en materia de diversidad sexual, hay un debate abierto que involucra la federalización de los matrimonios entre personas del mismo sexo, el costo político lo está asumiendo el estado y no tanto la Presidencia de la República como lo quiso suponer el clero mexicano que a sus ojos es más importante seguir con la política elitista tan criticada desde la santa sede y a la que Su Santidad el papa Francisco no tuvo reparo en fustigar, durante su visita.
El alto clero, sigue en su gran mayoría al servicio de las elites (a excepción de José Raúl Vera López y José Alejandro Solalinde Guerra) era de esperarse que no tendrían reparo en objetar el derecho de una minoría como lo es la comunidad lésbico gay y transgénero aun a sabiendas que entraría en colisión con la postura papal, expresada en el libro, “El nombre de Dios es misericordia” en el que menciona “Si una persona es gay y busca al Señor y está dispuesto a ello, ¿quién soy yo para juzgarla? Estaba parafraseando de memoria el Catecismo de la Iglesia Católica en donde se afirma que estas personas deben ser tratadas con delicadeza y no deben ser marginadas. Me alegra que hablemos sobre las personas homosexuales porque antes que nada viene la persona individual en su totalidad y dignidad. Y la gente no debe ser definida solo por sus tendencias sexuales: no olvidemos que Dios ama a todas sus criaturas y que estamos destinados a recibir su amor infinito”.
Más de cuatro torcieron la boca y son los mismos que tienen la errónea idea de que los matrimonios entre parejas del mismo género, causaron la debacle priista en las pasadas elecciones, mandando a paseo factores eminentemente políticos como lo son los 43 desaparecidos, la reforma energética, el velado conflicto existente con Carlos Slim, la vapuleada reforma educativa, la devaluación del peso frente al dólar y todas las cosas que a Pedro Pueblo si le afectan.
Para el clero mexicano, los asuntos de dos enamorados, que posiblemente llevan años viviendo una relación estable y funcional como cualquier otro matrimonio heterosexual, cuyo único deseo es conseguir certeza jurídica por parte del estado, son causa de la caída de popularidad de un partido gobernante.
Más grave aún que un escándalo mayúsculo como lo es el de “la casa blanca”, propiedad de la esposa del primer mandatario y el nexo con la compañía constructora favorita del sexenio.
El clero mexicano, ha hecho de la defensa de la familia convencional su estandarte y posee un recubrimiento de teflón que activa cuando un adulto abusado sexualmente en su etapa infantil víctima de un sacerdote, los denuncia.
La diversidad religiosa va muy de la mano con la mercadotecnia en nuestro país, eminentemente católico y poco proclive a correr la suerte de querer adentrarse a religiones que no sean las heredadas por los padres, por lo que si se quiere hacer uso de la fe para ganarse adeptos más vale que sea dentro de un círculo con el que el mexicano promedio esté familiarizado, léase entre líneas, sea cristiano.
Cualquier esfuerzo por vender figuras de Ganesh o una crónica impresa de algún tratado sobre Zoroastro debe ser cuidadosamente revisado y que tenga el enfoque adecuado, o de lo contrario a su suerte se atiene.
Realmente no es que el mexicano sea intolerante; le gana la apatía por hacerle la vida pesada a los que son diferentes a él. Eso es palpable en el legendario precepto diplomático nacional de la “no intervención” donde lo que subsiste es el franco deseo de no tener que recorrer el mundo entero para invadir otros países, evadir el tener que fabricar sofisticadas bombas para atacarlos o la flojera de levantarse tan temprano para asistir al entrenamiento que un ejército regular exige.
Algún ocurrente (de los que nunca faltan) pensó “bueno que salgan soldados y marinos mexicanos con las fuerzas de paz, pero nos llevan y nos traen de regreso”. Así que, cada vez que surge un conflicto armado se invoca al Benemérito de las Américas, por aquello del “respeto al derecho ajeno”, se consulta la ley referente a la no intervención y santo remedio.
Lo que lleva a hacer a una observación: al único indio que se busca para consultar es a Juárez. Los demás son carne de cañón para burlas, ataques e improperios de todo signo. Se les estigmatiza como ignorantes, flojos, ahora también de narcotraficantes, se les regatea su trabajo artesanal, prodigios manufactureros que debieran ser protegidos por leyes nacionales previniendo su clonación en el extranjero, se pasa inadvertido que sus antepasados forjaron imperios y ciudades siglos antes de que la América anglófona fuese siquiera un sueño.
Después, siguen los calificativos al resto de la república; los del bajío son homosexuales por definición, los capitalinos, chilangos advenedizos, ventajosos y corruptos, los del norte prepotentes y acomplejados porque no alcanzaron a ser gringos, ojo no estadounidenses, sino en el peor de los casos pochos, los yucatecos cabezones, si es español gachupín, si sales de Guatemala entras a Guatepeor, si eres judío mataste a Jesús, si eres árabe entonces eres terrorista y además judío, porque nadie entiende aquí lo que es ser musulmán, si se es negro se pasa a ser cubano y nunca de Guerrero o Oaxaqueño pero aun así Juan te llamas y eres negro además del consabido etcétera.
Lo cierto es que la tolerancia en nuestro país no es tan sólida como parece; hay palabras usadas para menospreciar hasta completar toda una terminología que pone de manifiesto el escaso interés nacional por el respeto a los demás. Chacha, prietito, cornudo, piruja, gato, cara de penca, güerejo.
¿Diversidad? Existe si, que la apreciemos, va para largo.
*Abogada Litigante, Monterrey.
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