Los cabellos grises son los archivos del pasado
–Edgar Allan Poe
Hace unos años tuve una idea muy afortunada, y esta tarde quiero compartirla contigo: igual y el propósito de que la tuviera hace años era que tú la estuvieses leyendo en este mismo momento.
Como bien sabes, me gusta escribir. Con mayor o menor fortuna, disfruto de poner una palabra detrás de otra y, con algo de suerte, aparece al final del camino un texto razonablemente legible.
Pues allá por el 2001, una vez que estuve conversando con un amigo acerca de posibles ideas millonarias, surgió la misma invención del hilo negro: escribir literatura personalizada para eventos.
Es decir, escribir un cuento, poema, crónica, biografía –lo que el cliente pida– partiendo de la vida y aventuras de quien protagonizara la celebración.
El negocio que nunca fue se iba a llamar algo así como “Historias a la medida”: iba a vender la idea haciendo énfasis en el valor real que tiene cada evento en la vida misma de la familia, no sólo en la experiencia personal de quien se iba a festejar.
En fin: varias circunstancias me impidieron materializar la idea. Te la regalo si te sirve.
Y es que la familia es mucho más que la suma de sus elementos; la vida, mucho más que la suma de sus días.
A pesar de los más de siete mil millones de seres humanos que existen en este mundo, es muy probable que haya tantos tipos de familia como familias compartimos este planeta e, individualmente, un espacio común.
Parece que no sucede nada en veinticuatro horas, pero paso a pasito vamos llevando adelante nuestra existencia. O nos dejamos llevar por ella, que también se vale.
Y lo hacemos junto a los nuestros. Hijo único, hijo mayor, menor, sándwich, uno entre muchos: entretejemos nuestra historia con la de aquellos con los que compartimos un espacio en común. Comenzamos viviendo bajo un mismo techo, como familia; después, en la calle o la escuela nos reconocemos en nuestros amigos, y andando por el mundo encontramos a los demás.
Pero todo comenzó en casa.
Me gusta mucho hablar de las curiosidades de los miembros de nuestra familia: las circunstancias que trajeron al abuelo desde las montañas de Castellón hasta el centro de Monterrey; la triste historia de mamá; las modestas hazañas intelectuales de papá y las leyendas vivas –por lo menos, así los veo– que son mis hermanos. Cada uno de ellos es una fuente inagotable de relatos que sirven para todo.
En cada oportunidad que tengo, converso con mi hija acerca de estos temas. Le insisto a mi marido para que haga lo propio con las historias de su familia. Quisiera escribirle a ella una enciclopedia en la que lo conservase todo.
La memoria es traicionera y selectiva, y probablemente un gran porcentaje de las anécdotas que guardamos celosamente en la cabeza ya son reinvenciones que tienen más de fantasía que de realidad. Pero, ¡qué historias, qué merecedoras de sobrevivirnos!
Importas tú, lector, todo lo que has vivido: tus pequeñas o grandes aventuras, tus viajes y tus momentos de auténtica felicidad. Importan los que fueron antes de ti y que a través tuyo quieren hablar con los que siguen. No te dejes nada en el tintero, y dale a los tuyos la herencia más valiosa: el preámbulo para sus propias historias.