La paciencia y el tiempo hacen más que la fuerza y la violencia.
– Jean de La Fontaine
Indudablemente, algo está pasando con los jóvenes en estos días.
Constantemente nos enteramos de casos violentos que involucran a menores de edad, en un rango que va desde problemas de disciplina hasta los extremos que todos conocemos.
Y cada vez, no tarda en hacerse presente la crítica y la solución simple: “¿Y qué estaban haciendo los padres?”, o: “Un buen chanclazo y se compone el niño”.
Por supuesto, hay mucho que podría decirse al respecto, y ya bastante tinta, real y virtual, ha corrido sobre este tema, buscando culpables y proponiendo todo tipo de estrategias para evitar que se sigan presentando nuevas tragedias.
Déjenme poner mi granito de arena.
Ya comentaba en otro momento que las familias del siglo XXI, al buscar un convenio al respecto de balancear trabajo y hogar, deben estar de acuerdo en una solución en la que todas las partes estén conformes, y que tal arreglo no debe olvidar a los hijos.
Pero lo que me hace escribir estas líneas está en otro aspecto que se ha descuidado mucho en un pasado reciente, y que se agrava con cada generación: es el olvido al cultivo de la paciencia.
Tal vez, los padres de familias numerosas no enseñaban paciencia a sus hijos como algo que hubiesen planeado: simplemente, para poder tener suficiente para los siete, diez, catorce hijos que habían procreado, tenían que hacer valer el sistema de turnos y no dejar opciones: si querías algo, desde un juguete hasta la atención de tus padres, tenías que esperar.
Los padres de familias pequeñas pueden, en muchos casos, proveer materialmente, y a veces sustituyen la atención que no reciben los hijos en el día con la adquisición del último capricho.
Incluso el internet hace que todo cuanto uno desee se encuentre a un click de distancia.
Al tener todo lo que quiere cuando lo quiere, el niño no aprende a manejar la frustración, lo que puede terminar tomando muchas formas, todas ellas negativas para él y para los que le rodean.
No hablo necesariamente de iniciarlos en la meditación –que tendría sus beneficios, pero una vez más, no hay soluciones únicas, ni que funcionen para todos–: hay que dejar de ver a nuestros hijos como una fábrica de demandas, e intentar conocer a las personas en formación que en realidad son.
Se trata de saber genuinamente qué quieren, que uno mismo desarrolle la paciencia para dejar de atender lo urgente y comenzar a atender y entender lo importante; explicar las razones para poner límites a sus peticiones y las ventajas de la espera, ayudarles a comprender que el sacrificio de hoy se convierte en el beneficio de mañana.
Una vez más: no estoy afirmando que sea una solución última, pero creo que es un aspecto que se nos pasa considerar. También a nosotros, como padres, nos toca tener paciencia y prestar atención.
