Las infancias nunca duran. Pero todo el mundo se merece una.
– Wendy Dale
Algunas breves de terror, para aderezar este miércoles.
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En un grupo de primer grado de primaria, una alumna le pidió a un amiguito que, al llegar a su casa, fuera a la cocina y escondiera en su mochila un cuchillo y un encendedor, y que los llevara a la escuela al día siguiente para “matar niños”.
La maestra se enteró cuando el chico de seis años le puso el cuchillo en la garganta a otra niña, en plena clase.
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Una mujer pasa muy temprano frente a una escuela primaria, que se encuentra cerrada y, sin embargo, tiene a dos hermanitos en la entrada.
El niño, pequeño, está en cuclillas, esperando; la niña, de rostro, complexión y cabello que podrían garantizar un excelente precio, está de pie, adhiriendo su espalda a la reja cerrada y pescada con ambas manos de los barrotes, hasta tener las articulaciones blancas. Los ojos parecen ocupar toda su cara, y miran, nerviosos, en todas direcciones.
La mujer se conduele y les hace compañía; la niña, más relajada, comenta que la mamá trabaja al otro lado del área metropolitana, y que la intendente –encargada de abrir la escuela– está incapacitada. Mientras tanto, una oscura camioneta rueda lentamente frente al grupo, y el hombre que la conduce estudia atentamente sus posibilidades.
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Una alumna de secundaria, encargada de anotar los nombres de los alborotadores en el salón mientras la maestra debe ausentarse, apunta el nombre de una chica que intenta entablar conversación con otra. La muchacha que habla tiene fama de inestable.
Lo que comienza con su nombre en el pizarrón termina con su mochila en el bote de basura –dos veces–, un chico con golpes y marcas donde la muchacha quiso enterrarle el marcador del pintarrón, y con el marcador, reventado, en el suelo. La chica lo arrojó con tanta fuerza que lo reventó.
Cuando la maestra investiga lo sucedido, se entera por los compañeros, entre otras peculiaridades, que esta alumna carece de pestañas, puesto que se las arranca desde los nueve años, y que ama los cuchillos.
La madre visita la casa de uno de los alumnos que atestiguó la escena, y mientras conversa con la familia de éste, manifiesta que desea inscribir a su hija en una clase de artes marciales que se ofrece por la zona: espera que esa actividad solucione todos sus problemas.
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Una muchachita es alcanzada por un hombre desconocido mientras camina hacia su casa. El hombre se identifica como policía. Dice que está investigando la desaparición de una amiga de la chica. Ella recuerda que no ha visto a su amiga en las últimas semanas. El hombre conduce a la joven por un camino distinto al que ella suele hacer. Él le dice que necesita ir a su casa a entrevistar a sus padres. Ella sabe que está mintiendo. El hombre le dice que en la siguiente calle tiene su auto, que quiere llevarla a su casa para la entrevista.
