El mundo necesita soñadores y el mundo necesita hacedores. Pero sobre todo, el mundo necesita soñadores que hacen.
–Sarah Ban Breathnach
Cuando lo conocí hará unos diez meses, sentí que, en este desierto que es la educación básica de los últimos años, por fin llegaba a la escuela una persona que entendía lo que era el compromiso con la calidad y las ganas de hacer una diferencia.
Al principio, contagiada por su entusiasmo, le pedí permiso para habilitar la biblioteca escolar y abrirla a los chicos.
Pero después de que, durante unas cinco o seis semanas, el intendente me recibiera cada mañana a regañadientes –porque abrir la biblioteca era “cargarle de trabajo”–; de que unos maestros no respetaran el espacio que intentaba poner en orden; de que otros ignoraran mi presencia, y se pusieran a revolver los estantes o a llevarse libros sin mi consentimiento y, sobre todo, después de que dos veces alguien robó la libreta en la que estaba haciendo inventario, entendí por fin que no se me quería ahí y dejé las cosas por la paz.
En aquel entonces no entendí que tales infamias no iban dirigidas a mi persona.
Como quiera, otros pendientes reclamaron mi atención, y me olvidé del asunto.
No me había acercado casi a dirección hasta el día de ayer, en que se nos citó a algunos padres de familia para ayudar a evaluar las necesidades de los edificios del lugar para reportarlo en el programa “Manos a la escuela”, del Gobierno del Estado.
Escudriñamos el viejo edificio, y mientras unas pocas madres de familia y el director recorríamos la escuela, vi en muchos de los maestros y personal del plantel educativo esas miraditas cruzadas, comentarios por lo bajo y signos obvios de que estábamos embarcándonos en una tarea inútil.
Con ésta y otras sutiles señales que me llegaron, comprendí la escasa lógica de una maestra de mi hija, que hace notar a sus alumnos, cada vez que llega algún recado de dirección, que no tiene intención de obedecer, e invita a los chicos a no cooperar; pero después se queja con los padres de que los muchachos no la respetan cuando da instrucciones en clase.
Y eso es decir poco: sólo hoy me tocó que un alumno se lastimó un dedo por estar jugando con la puerta de un salón con una compañera. Para cuando llegó la noticia del accidente a dirección, algunos maestros ya estaban esparciendo el rumor de que una maestra que, digamos, está a favor del plan del director, dio instrucciones a la niña para que lastimara al muchacho.
Hasta donde sé, el director es culpable hasta de las altas temperaturas en el área metropolitana.
Tú dime qué está mal en este mundo, y seguramente él lo hizo.
A pesar de que durante el transcurso de estos dos días me tocó atestiguar cómo el personal prefiere hacer resistencia estulta a, simplemente, cumplir con su trabajo, vi que el hombre que dirige el lugar no pierde la fe en su visión de una escuela de verdadera calidad. El más leve elemento a su favor le anima, siempre, a seguir adelante.
El señor no es un Quijote: sabe el terreno que pisa, entiende que su visión no es monedita de oro, pero aprecia sus pequeñas y grandes victorias, o reserva para el futuro los proyectos imposibles.
Y tú crees que tuviste un día malo en la oficina…
