El ayer está hecho. El mañana nunca llega. El hoy está aquí. Si no sabes qué hacer, quédate quieto y escucha.
–Carl Sandburg
En nuestros días, pocos acontecimientos marcan un hito en el implacable paso del tiempo como lo hace el fallecimiento de una celebridad.
Como los aromas, algunas celebridades nos transportan a momentos muy específicos del pasado: por ejemplo, el día que mi marido y yo nos hicimos novios fuimos a ver la película “A View to a Kill”, la última en la que Roger Moore interpretó al agente 007. El actor británico nunca fue santo de mi devoción, pero jamás podré separarlo de mi propia historia.
Por otro lado, Adam West fue uno de los pocos artistas que formaron parte de los recuerdos de nuestra infancia, en su papel de Batman, y de la infancia de nuestra pequeña, prestando su voz en series animadas recientes, y este pasado fin de semana cada uno de nosotros, por separado, tuvimos remembranzas propias a las que marcarle un punto final.
Con cada personalidad de la que nos despedimos, con cada prenda de ropa vieja de la que nos deshacemos, con cada mito que es desbancado, se queda atrás también un poco de nosotros. Como el barco de Teseo, seguimos manteniendo una y la misma identidad, aunque el tiempo nos haya reconstruido, por dentro y por fuera, incontables veces.
Día con día, perdemos de vista al siglo XX que nos vio nacer, y con ello, pulimos sus aristas para otorgarle un carácter y un valor simplificados que, ingenuamente, nos hace decir, tanto hoy como en el albor de la humanidad: todo tiempo pasado fue mejor.
Por lo menos, hasta antes de ahora la memoria y la materia de que están hechos los recuerdos nos han ayudado a que esto sea así.
Nos encontramos por primera vez en condiciones de llevar con precisión milimétrica el registro de nuestras vidas.
Y las redes sociales hacen lo suyo: simplemente, no logro entender por qué tiene que ser causa de celebración que haya entrado en contacto con una persona hoy hace dos, tres, ocho años. Si tiene lazos conmigo distintos a los virtuales, seguramente tenemos otras fechas más importantes que ameriten un festejo.
Hacer caso a estas notificaciones es un primer paso para ceder el control de mi vida a la persona virtual cuya existencia alimento con fotos e incesantes posts.
Hace unos cuantos años, me encontraba en el primer recital de preescolar en el que participaba mi hija. Tenía yo en las manos, como casi todos los asistentes, una lente lista para atrapar el momento.
Hoy agradezco lo que pasó después: la cámara se negó a hacer un acercamiento a los niños que se encontraban bailando en el foro. Después de batallar por unos diez, quince segundos con ella, me di cuenta de que me estaba perdiendo lo más importante. Apagué todo de inmediato, viví los siguientes minutos intensamente, y compré el video que como quiera la escuela ofreció un par de semanas más adelante.
Me prometí no poner una lente entre mi persona y todo lo que vivo, y hasta ahora me ha ido muy bien.
El pasado tiene la función de construir, de hacernos lo que somos el día de hoy. Y una vez que sirve su propósito, se debe convertir en una gota más en el mar de los recuerdos.
Vivir la vida a través de una lente, editar la existencia para complacer a entes electrónicos, pasar de largo los momentos importantes porque estamos ocupados redactando ya en nuestras mentes el siguiente post, es negar la naturaleza del recuerdo y llenar nuestras despensas con cajas vacías.
Y ahora que has llegado hasta aquí, puedes hacer algo al respecto, u olvidarlo. Para eso es.