La gente te desaprobará si eres infeliz o si eres feliz de forma incorrecta.
–Mignon McLaughlin
Me encontré con la siguiente publicación al final de un artículo que recomendaba lecturas para jóvenes-adultos. Aclaro que la lista estaba compuesta prácticamente en su totalidad por libros de chicas para chicas. Traduzco lo más fielmente posible:
Los chicos leen también, o creyeron que un solo libro que pueda interesar a los varones era suficiente. Necesito algunas ideas para mi nieto de 15 años.
La respuesta:
¿Estás diciendo que él
- no leerá un libro con una protagonista femenina?
- no leerá un libro con un varón homosexual en él?
¿Cuál es el problema aquí? El que me está requemando la cabeza desde que lo leí es doble: la persona que contesta, para comenzar, no está haciendo ninguna recomendación de lecturas para el nieto de la atribulada abuela, que era el propósito principal de la publicación; en segundo lugar, la contestación es una crítica a lo que probablemente la persona que contesta considera un apolillado y, por tanto, errado punto de vista.
Es decir, todo lo que aporta esta respuesta es malestar para quien pregunta. Nada más.
Y hacerla sentir fuera de lugar. Porque automáticamente se le cuelgan, a ella y al desafortunado nieto, las etiquetas de ignorantes, machistas, homófobos, y un largo etcétera que dice a gritos: No perteneces a este siglo.
Por supuesto, no es relevante que, efectivamente, la lista de libros que el artículo incluía fuera realmente sólo de historias que buscan de preferencia lectoras jóvenes.
Estamos convirtiendo los espacios virtuales en centros de reeducación, en donde una mayoría sin rostro ni párpados está lista para dictar las tendencias que deben seguirse, redefinir al ser humano aceptable y castigar con ejemplar saña a quien se atreve a ser diferente.
O díganme dónde están las publicaciones particulares, en redes sociales, en la que alguien afirme haber asistido a una corrida de toros.
Y el problema es que para más de uno los mundos virtual y real son uno y lo mismo.
Buscan hacer el bien, y con doscientos pesos le compran a la marchanta toda su mercancía, pero sólo si la cámara está lista y corriendo.
No tienen problema alguno en denigrar encarnizadamente a la persona con obesidad mórbida que espera su turno en el McDonald’s: la voz que aplasta su autoestima y le ordena dejar de afear el restaurante con su presencia es la voz de miles que hablan a través de su justiciera boca.
Queremos un mundo en donde hasta en el último rincón se abrace la diversidad, pero sólo la que es virtualmente aceptable. Los que no están en tendencia serán excluidos.
Lo lamento, pero no. Por más que sea el sueño de… ¿quién? –porque te aseguro que los sueños que realmente nos importan individualmente son muy otros– , no tenemos por qué obedecer a la tendencia, ni tengo por qué mutilarme como ser humano para sentirme aceptada.
Todos tienen derecho a expresar su opinión, claro está, y si genuinamente tu forma de pensar va con la media, ¡maravilloso!, pero te recomiendo que elijas tus batallas, que evites convertirte en un extremista virtual, y que, básicamente, vivas y dejes vivir.
Y si ves a alguien pedir recomendaciones de libros para chicos de quince años, ¡por favor!, dale un título o pasa de largo. Todo lo demás que puedas responder está de sobra.