La oxidación por falta de uso gasta mucho más las herramientas que el propio trabajo.
–Benjamin Franklin
Conocí a un personaje muy particular cuando trabajaba en una biblioteca que pertenece a una reconocida casa de estudios: un señor que, técnicamente, pertenecía al área de Mantenimiento pero que, en la práctica, su ocupación era muy distinta.
Resulta que este hombre dedicaba el día a esconderse de la chamba. Alegaba que era alérgico a los limpiadores, y salía de una sala de la biblioteca para refugiarse en otra. En cada una de estas salas tenía ya preparada una sillita, la cual usaba para irse al fondo –después de pedir a quien atendía el mostrador que no revelara su escondite– y se sentaba para echarse una siesta que parecía no acabar nunca, porque en los trece meses que trabajé ahí no lo vi hacer otra cosa.
Bueno, en esto miento: la verdad es que, cuando se hacían corros en los rincones y los empleados de planta se ponían a recontar cuántos años faltaban para la jubilación, además de pasarse el último consejo para exprimir el último beneficio que el sindicato había conseguido, era el primero en tomar nota de cómo sacar la mayor ventaja posible a las prestaciones de su empleo.
Y como el caso de este hombre, hay muchos. Personas que genuinamente sólo tienen un trabajo pensando en el día de pago y los beneficios a obtener, pero poco dispuesta a hacer lo mínimo para ganarse, de hecho, ese dinero y privilegios.
No importa si laboras en alguno de esos laboratorios del Ártico, o barres las calles de la ciudad: tu trabajo no está aislado, forma parte de una gran cadena que hace posible las vidas de todos los que estamos compartiendo este planeta.
Si voy a la papelería y pregunto por una libreta de cuadro chico de cierta marca, espero que la persona que atiende, en caso de no contar con ella, me ofrezca el mismo producto con otra marca, revise existencias o, en caso de ser una cadena, me indique a dónde puedo desplazarme para adquirirla.
Si soy vendedor y me informan que se hace corte el último sábado de cada mes y que terminan a las dos de la tarde, hago lo posible por tener mis ventas listas y procesadas antes de esa hora, y no estoy haciendo escándalo y exigiendo que Sistemas arregle las cosas para que entre mi pedido a las nueve de la noche de ese sábado, porque me urge que mi comisión llegue lo más nutrida posible a mi quincena.
Si soy maestro y tengo una mínima idea de la responsabilidad que está sobre mis hombros, no paso la mitad de la clase ventilando mis problemas personales, no mando a mis alumnos a casa con ese tema complicado que no me gusta dar en forma de tarea y, sobre todo, no intento destruir su autoestima tachándolos de inútiles y perdedores.
Lo que haces importa: tu trabajo bien hecho ayuda a que todo en la empresa marche de maravilla, hace que todos salgan a tiempo con las tareas cumplidas, entrega un producto de primera, cumple con las fechas límites y hace que el mundo ruede.
Hay que mantener la calidad alta, el ambiente de trabajo sano y al cliente contento; cumplir con lo que nos toca hacer y así respetar el tiempo, el trabajo y la vida de los demás.
Para terminar, un par de buenos deseos:
Que cada peso que llega a tus manos y traduzcas, a la vez, en productos y servicios de otras personas que hacen bien su trabajo, lo sientas bien ganado y así lo disfrutes.
Que te atiendan rápido en todas las ventanillas, que tu problema de servicio se resuelva en tiempo récord, que la comida que llegue a tu mesa siempre sea deliciosa y esté servida con amabilidad.
Haz tu parte, y hazla bien: vas a ver que se gasta más energía y lo pasas peor arrastrando una sillita.
