El papá, con el propósito de dar una clase de civismo a su hijo,un estudiante universitario, lo llevó a conocer el Congreso del Estado.
Justo al pasar frente al Salón de Sesiones escucharon tremendo griterío:
«¡Ladrón!, ¡mentiroso!, ¡difamador!, ¡sinvergüenza!, ¡huevon!, ¡imbécil!, ¡embustero!, ¡cabrón!, ¡corrupto!, ¡vendido!, ¡golfo!, ¡aprovechado!, ¡perro!, ¡maricon!, ¡falso!, ¡casquivana!, ¡mamón!, ¡inútil!, ¡centavero!, ¡estafador!, ¡vago!, ¡saqueador!, ideota, ¡oportunista!, ¡embaucador!, ¡tramposo!, ¡hijo de puta…!»
El hombre asustado le preguntó al guardia que protegía el recinto:
– ¡Señor!, ¿qué pasa adentro?, ¿se están peleando?
– No –responde el guardia amoscado–están pasando lista.
El chiste ilustra fielmente la pésima imagen desgastada, desacreditada y estigmatizada que arrastran los diputados en México e incluso en otros países del mundo.
Odiados por la ciudadanía, estos entes de la patología social, forman en la larga cadena del quehacer politico el eslabón más abollado, el más corrosivo.
Hablar de diputados es sinónimo de zánganos, tracalas, abusivos, pendencieros, pillos, ignorantes, prepotentes y una larga lista de calificativos, que sin repetir los adjetivos mencionados en el chascarrillo con el que inicia este artículo, podríamos llenar páginas enteras de insultos que ellos mismos se han ganado a pulso.
Cómo candidato en campaña, el diputado recorre el distrito por el que le tocó competir, ataviado en pantalón de mezclilla, tenis deportivos, camiseta y gorra con el emblema del partido político al que rinde pleitesía.
Va por ahí tocando puertas, saludando, abrazando y besando hasta a la mascota de los vecinos a quienes busca convencer le otorguen el voto.
Para ganarse su simpatía el candidato en turno les lleva de todo: despensas, medicinas, sillas de ruedas, paquetes de materiales, lotería, dinero y también promesas que casi siempre terminan en el cesto de la basura.
Recuerdo una simpática anécdota que me contaron allá por los años 80’s en mis inicios de reportero.
La de un candidato que subió hacer proselitismo a una colonia de escasos recursos enclavada en la cresta de un cerro en Monterrey.
Por la tipografía del lugar el sector carecía de agua y drenaje, sin embargo ya entrado en gastos, aquel político les prometió a los habitantes que si le daban su voto imtroduciria los servicios.
En eso se le acercó un asistente y le aclaró al oído que era imposible cumplir tal promesa, pues la ley de la gravedad impedía que fluyera cuesta arriba el vital líquido.
_. Me están diciendo que a causa de la ley de la gravedad es imposible que ustedes tengan agua, si es por eso no se preocupen, llegando al Congreso ¡la derogamos! Les aseguro el candidato a los colonos.
Asi de ignorantes, salvo contadas excepciones, llegan las camadas de nuevos diputados al Congreso del Estado.
Sin preparación y ajenos a la función legislativa pasan a engrosar las filas de los «levantadedos» dispuestos a obedecer con los ojos cerrados al «Macho Alfa» de su bancada.
Pero eso sí, tan pronto se sientan en la anhelada curul se transforman, ya no son los mismos «mudan de piel» y de carácter, se vuelven soberbios y se sienten tejidos a mano.
Atrás quedó la ropa chafa, ahora lucen trajes de corte exclusivo, se aplican perfumes europeos, presumen cortes de cabello de SPA, calzan zapatos Florsheim, y firman sus documentos con plumas Mont Blanc.
Se pavonean por los pasillos de la máxima legislatura seguidos por un séquito de asistentes, secretarias, choferes y asesores que cobran las perlas de la virgen y que sólo sirven para inflarles el ego, envolverlos en una burbuja y apartarlos de la realidad.
Con ingresos estratosfericos, el pago de bonos, gastos de representación y negocios en lo oscurito amparados en el fuero y en un poder alusinante, pocos diputados regresan de nuevo a su distrito y se olvidan de sus representados a los que le deben el puesto. Cada tres años la historia se repite.
Por eso, indigna lo que el PRI y el PAN, los más grandes partidos de Nuevo León, consumaron en un cínico contubernio:
Insertar en las reformas de la Ley Estatal Electoral la figura de las diputaciones plurinominales, que implican un retroceso en los avances democráticos del estado.
Está patraña significa otorgar patente de corso a la partidocracia, que a partir del 2018 podrá regalar curules a modo.
Sin despeinarse, ni gastar suela, tampoco billetes, se convertirán en diputados, personajes elegidos por «dedazo».
Los Partidos tendrán pues la oportunidad de lucrar o pagar favores en la designación de las Pluris.
Lo mismo podrán saborear las mieles de una diputación: el narco encubierto, el pirrurris hijo de encumbrado político o el empresario cochupero, la convicción por servir al pueblo no importa, esa se va por el caño de la ignominia.
«Los diputados deben ganarse en las urnas la responsabilidad de servir a su pueblo”, manifestó el diputado federal priista Manuel Cavazos a pesar de que fue su propio Partido el impulsor de la propuesta.
Asi, igual que el legislador del tricolor, muchos ciudadanos que con sus impuestos pagan y mantienen la vida frívola de sus diputados, repudian la medida de las plurinominales y se declararon en pie de lucha para abortarla.
Esto apenas comienza.
Por lo pronto dudo que los legisladores que votaron a favor de las Pluris, vean en su futuro la reelección del cargo que mal, muy mal están ejerciendo.
Ahí se las dejo y al baile vamos.
