Agua y jabón que se vuelven oleaje. Vaivén de una playa efímera en medio de la ciudad interminable. Reflejos en el agua de un cielo que se imagina más que azul mientras un avión nos recuerda que la vida pasa y no existe tal cosa como detenerse.
Lo único más sorprendente que encontrar poesía en una simple cochera que está siendo tallada con agua y jabón, es la cualidad artística para imaginarla y producirla. Con razón el maestro Álvarez Bravo decía que la realidad es más real en blanco y negro. Así es “Roma”, el laureado filme de Alfonso Cuarón.
Como del cine simplemente soy pasional aficionado, pero de ninguna manera conocedor, estas líneas no son una crítica ni mucho menos, sino una reacción ante la provocación de la obra.
La cantidad de temáticas que han surgido a raíz de la película es impresionante: el rol de las personas indígenas, en particular de las mujeres; la vida y penurias de las empleadas domésticas; la discriminación y racismo profundamente enraizados en nuestro país; la fortaleza de las mujeres ante el abuso, la violencia y el abandono de los hombres; el rol de las empleadas domésticas no solo como cuidadoras de niñas y niños, sino como figuras afectivas; la miseria y el autoritarismo que han cambiado de forma, pero siguen más que presentes en México; la forma en que la ciudades -sus formas, olores, sonidos- nos marcan profundo.
Se ha analizado el increíble uso de la fotografía, las tomas largas, los efectos visuales que de manera sutil tienen gran impacto narrativo. Se ha hablado hasta de la transformación de la industria cinematográfica por el feudo que existe entre Netflix y grandes cadenas distribuidoras como Cinépolis, que revela las transformaciones del modelo de negocio detrás de las películas.
De Roma se ha hablado como rara vez se habla de una obra de arte en México: de forma casi generalizada ¿Ya la viste? ¿Encontraste un cine donde la pasen? ¿Te aburrió? ¿Te conmovió hasta las lágrimas? ¿Se te hizo sublime, tal vez pretenciosa? ¿No entiendes por qué, pero sus imágenes siguen en tu mente mucho después de rodar los créditos?
Podrá gustar o no (aunque es abrumador el consenso a favor), pero parte de su éxito radica no solo en su magnetismo, sino en que prácticamente nadie queda ante ella indiferente. Ahí radica, considero, la esencia de aquello que consideramos artístico: algo nos mueve.
Roma es una aproximación a la memoria, y esta nunca es exacta. No conoce de estructuras fijas ni precisiones, se transforma con el tiempo, se interpreta y reinterpreta como la arena: “somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, escribió Borges.
Roma recoge los pedazos de espejo que Cuarón dejó regados hace décadas, y entonces ocurre el milagro: ninguna memoria podrá ser igual, pero nos encontramos en las memorias que compartimos con otros, como burbujas que se apilan al dibujar la silueta que marca el fin de cada ola.
Un cineasta fue a buscar pedazos de su pasado, pero no para compartirnos una memoria personal, sino la humanidad común que se encuentra en cualquier cochera, en cualquier cine, en cualquier playa. Parafraseando al Maestro Álvarez Bravo, quizá la humanidad es más humana en blanco y negro.
Este espacio estará fuera de circulación de la próxima semana por navidades, y aprovecha para desearle muy felices fiestas.