Desde el sábado he tenido problemas en mi sistema digestivo. Antenoche me sentí muy mal y fui por medicamento durante la madrugada. No pude dormir bien. Me encontraba en esa etapa en que estás entre dormida y despierta y soñaba con una conversación de whatsapp donde narraba todo lo que sentía. De repente, me despertó la sensación de que algo había explotado en mi estómago. Me levanté al baño y de mi boca salieron enormes cantidades de líquido. Me asusté pensando que ya se me había reventado el intestino o algún órgano, producto de mi ansiedad hipocondríaca.
Pude tranquilizarme, asearme, tomar un poco de agua para minimizar el ardor en mi garganta y oído. Ese poco líquido fue suficiente para provocar malestar de nuevo. Así fue mi madrugada hasta que el despertador me indicó que había que preparar a mi hijo menor para la escuela. Con todo el peso del mundo lo hice, y volví a acostarme. Mi cuerpo estaba adolorido por las posiciones que tuve que adoptar para poder descansar un poco sin presionar mi aparato digestivo. Más tarde, traté de probar un poco de jugo y la molestia seguía.
Cuando llegó mi hijo de la escuela y después de que su padre lo alimentara, pedí que hiciera la tarea a un lado de mi cama para estar al pendiente, pero el sueño y el malestar me ganaba en ratos pues era demasiado el dolor y el cansancio provocado por una noche de insomnio. Acostumbro tener la tv prendida para evitar que el cansancio me rinda fácilmente, así que cuido mucho en sintonizar un canal apropiado para su edad, pero al mismo tiempo algo que no lo distraiga como caricaturas, para que trate de concentrarse lo más que pueda en sus deberes. Opté por un canal de recetas de cocina, donde pensé que era lo menos interesante para su edad.
Yo creo que pasaron cinco minutos en los que caí en un estado profundo de sueño cuando mi sentido de madre me alertó: mi hijo agarró el teléfono y ya estaba marcando para pedir un juego de sartenes de zafiro; rápidamente, le pedí que colgara cuando escuché que preguntó con quién hablaba y hacía el pedido. Ya me imaginaba que agarraba la tarjeta y daba los números para el cobro. Decidí tomar mi teléfono celular y escribir para mantenerme despierta en lo que termina su tarea. ¡Cómo iba a pensar que para un niño era interesante comprar unos sartenes de cocina, cuando el chamaco aún no tiene estatura para llegar al nivel de la estufa!
Ya no me queda duda alguna de que ese radar materno nunca deja de trabajar, ni siquiera cuando tienes dolor y cansancio extremo. Es increíble la forma en la que el cuerpo es capaz de estar agotado por una enfermedad pero al mismo tiempo, nuestro cerebro de madre no deja de percibir situaciones de riesgo para nuestros hijos o nuestro bolsillo. No vuelvo a sintonizar un canal con infomerciales delante de un niño susceptible a las compras compulsivas.
