Después de más de un año de haber llegado al Gobierno de la República, AMLO sigue en su larguísima campaña de más de 2 décadas; la diferencia es que ahora es Presidente de la República, y desde tan alto Puesto Público, olvidando su investidura, sigue con sus ocurrencias y desatinos, culpando a quien le contradice; es un maestro en eso de mentir, aunque sepamos que debe gobernar para todos, olvidando filias o fobias.
No le importan los grandes problemas nacionales, continúa culpando a anteriores administraciones; lleva 13 meses ejerciendo tan alto cargo y su cantaleta continúa, machacona y destructiva; considera, cual mesías delirante, que ha llegado la hora de destruir TODO lo hecho por sus antecesores, sin reflexionar o valorar sus actos.
En sus conferencias de prensa mañaneras, sigue en su afán persecutor de funcionarios públicos sin medir consecuencias; destruye para fundamentar lo que, según sus ideas, debe desaparecer; por ello paró la obra del NAIM de Texcoco; paró las estancias infantiles; paró el servicio médico y la compra de medicamentos en el Seguro Popular, cambiándole de nombre, pero parando la entrega de medicamentos, sin importarle que miles de niños quedaban sin recibir medicinas. Un crimen de Lesa Humanidad.
Empezó la construcción de SU nuevo Aeropuerto en Santa Lucía, así como su inviable Refinería en Dos Bocas, Tabasco, e inicia el concurso para licitar su Tren Maya.
Hoy se queja de periodistas, de periódicos o columnistas, está sintiendo el filo del machete que significa pensamiento lógico y prudente; antes decía que “gobernar no tiene ciencia”; es verdad, porque ni es ciencia ni él posee la paciencia y el talento que se necesita para encarar los problemas del país.
Se puede criticar desde la oposición, como él lo hizo; nada más que ahora él es quien está obligado a servirnos, sin exhibir a cada rato malévolas ocurrencias seniles.
Recibir a víctimas de muertes violentas, resulta para él “un show”; por ello decide no recibirlos en Palacio Nacional; la caravana organizada por el escritor Sicilia y miembros de la familia Le Barón, victimas, sin duda, de la creciente violencia imperante.
Quizá su accionar fue útil para conseguir votos durante sus campañas políticas; hoy está obligado a ver las cosas como realmente son y actuar en consecuencia.
Muestra con claridad su enorme cobardía, su nula incapacidad y la ira desbordante de un dictador. Sigue culpando a otros de todo problema existente, considera a “los otros” como causantes de tanto desmadre; trece meses gobernando sin aceptar realidades, cometiendo abusos y desfiguros, negando esa realidad que lo aturde y compromete; ahora sólo muestra su incapacidad para gobernar.
Se ha lanzado a un limbo irreal, inexistente y muy alejado de lo que se necesita hacer como Jefe de Estado, porque la carga de problemas por resolver son mucho más de lo que pensaba; ha caído en la trampa de su Alter Ego; ahora necesita actuar dentro de la Constitución; ello lo ha llevado a mentir y, de ser posible, actuar contra las leyes.
Se cree mesías reivindicador de los mexicanos, sus actos son de un mesianismo irreal como innecesario.
Porque las víctimas o sus familiares, no son políticos, sino personas reales que han sufrido en carne propia lo que se siente perder a un pariente, a un ser querido, olvida la realidad de que en México es necesario actuar por la fuerza en ese laberinto de pasiones desbordadas que ahoga y conmueve.
AMLO no estaba en el Gobierno cuando mataron al hijo de Javier Sicilia, pero en su mandato sucedió el horrible asesinato y calcinación de tres mujeres y seis niños en el caso de los Le Barón pero el presidente se niega a ver la realidad, cayendo en ocurrencias verbales.