No fue un día cualquiera, de hecho, fue uno muy gris en diversos sentidos para todos y para todas en esta ciudad industriosa acostumbrada al ajetreo y a una dinámica que agota con tan solo salir de casa.
En las aceras, en las dependencias gubernamentales, sobre las avenidas, en las oficinas de empresas, en muchos sectores sí sentimos su ausencia sobre el asfalto regiomontano. Sus tacones no se escucharon, tampoco sus risas y hoy, particularmente hoy, sus reclamos.
Esa mudez con la que se transitó por la ciudad caló hondo, tanto que más de uno experimentamos un nudo en la garganta, una pesadez tan rígida que nos acompañó a lo largo de 24 horas.
Nos habían advertido con sus campañas previas: “¡El 9 ninguna se mueve!”, “Ni una menos”, fueron solo dos de sus gritos que se intensificaron en su multitudinaria concentración en la Macroplaza de la capital nuevoleonesa este 8 de marzo, en pleno Día Internacional de la Mujer.
Esa historia que crearon es ya el punto de partida de lo que se puede apreciar como un cambio, lo que han anhelado por muchos siglos y en lo que cada hombre, consciente de su entorno y empatía hacia a otros seres humanos, los del sexo contrario, podría estar pensando en cómo unirse a esta causa.
A quienes nos tocó experimentar este asombroso ejercicio de libre albedrío femenino, seguramente que nos hizo cuestionarnos sobre el desempeño que desde la posición de varones hemos ejercido en los ámbitos en los que nos desenvolvemos.
Los menos, tomaron nota del aprendizaje: la violencia es una acción y una omisión al mismo tiempo, y por mucho tiempo ellas han sido violentadas al grado máximo de desaparecerlas del mapa por el simple hecho de ser mujer.
Me pongo en sus zapatos y busco respuesta a sus preguntas más agudas: ¿Me merezco este trato que viene desde hace milenios? ¿Debo permanecer inmóvil ante lo que considero es vivir como en las cavernas? ¿Han valido de algo todas las muertes de las mujeres de las que me ha tocado ser testigo mudo?
Hoy aprendí en un curso que la masculinidad es sinónimo de poder, que es un concepto que está sustentado en los postulados de una visión patriarcal dominante, que, desde la cuna, el hombre está llamado a legitimarse como continuador de ese paradigma y que durante siglos no se le ha permitido sentir con todo lo negativo que esto conlleva.
Las lecciones que nos deja el llamado 9M son variadas y el aprendizaje está a la vuelta de la esquina. Será cuestión de que por fin nos demos cuenta de cómo ejercemos nuestra capacidad de ser hombres y dar lugar a la empatía, y menos a la separación de nuestra contraparte, las mujeres.
