(Cuarta y última parte)
Podemos decir muchas cosas, llenar de adjetivos calificativos, de los buenos, para loar la trayectoria de José Alvarado como periodista señero, maestro en el oficio, ejemplo para todos.
Nos llevaría mucho tiempo y espacio, sin embargo, no resistimos, ya para terminar, incluir la anécdota de la estatua, que narró con gracia y donosura Renato Leduc, en la revista Siempre No.1111, del 9 de octubre de 1974, dice Leduc: “Gustaba de caminar sólo de noche por los barrios hoy peligrosos de la ciudad. ¿Qué carajos andas haciendo a estas horas en la calle? –le reclamé más de una vez-, te van a asaltar… Es, -explicaba- que me gusta platicar con las estatuas…
Sabiendo eso, algunos amigos suyos que le vieron venir caminando distraídamente por el costado sur de la Alameda, se escondieron tras el monumento a Juárez y al pasar uno de ellos le gritó: “Adiós. Pepe…”, Pepe se detuvo, hizo un saludo con la mano a la marmórea mole del Benemérito, contestó: “Adiós, Benito” y siguió impasible su camino.
Maestro nato, la palabra más banal de Pepe, solía ser enseñanza. Yo aproveché -dice Leduc- esta lección, para librarme de las agobiantes guardias y depósitos de coronas con que abrumaban al ciudadano en el llamado Año de Juárez toda clase de patriotas privados e institucionales. Las coronas, las guardias y los minutos de silencio se consagran a los difuntos y Juárez no está, no debe estar muerto para los mexicanos, su presencia debe ser viva y permanente en este país… Y el único que sabe eso, parece ser Pepe Alvarado. Cada vez que pasa frente a la estatua de Juárez, saluda al héroe como si estuviera vivo”.
Así era José Alvarado, honra y prez del periodismo de Nuevo León y de México; para perpetuar su nombre y sobre todo sus enseñanzas, hay que leerlo, releerlo, estar en contacto siempre con sus escritos, allí hay enseñanzas, hay visión, hay evocación, hay retroalimentación. En suma, es el oasis donde todo periodista debe hacer un alto en el camino y recargar energías en esa fuente inagotable de buen periodismo.
José Alvarado nos condujo con diáfana claridad por el intrincado mundo de la política y del gobierno de los pueblos, entendimos y aceptamos gustosos su magisterio que nos impulsó a ser libres, buscar siempre la verdad, tener la honestidad como uno de los valores más importantes, luchar contra la inequidad social, todo ello escanciado con grandes dosis de tolerancia y respeto a los semejantes.
Pepe Alvarado dejó en nuestra generación profunda huella, marcó directrices, gracias a su maestría en el oficio de periodista; su pensamiento, su ideal, se encuentran en miles de artículos publicados en periódicos y revistas, hay que analizarlos, discutirlos, allí se refleja su quehacer existencial, su misión y visión del mundo y de la vida.