Durante el transcurso de la pandemia y mi año sabático, decidí retomar mi cuenta de Instagram; varias amistades me contaban que era en esa plataforma donde ahora los mortales se convertían en figuras públicas con una exposición en tiempo real a través de sus “stories», como si fuera una serie de televisión en tiempo real. Para quienes no lo sepan, las “stories» o “historias» son fragmentos de máximo 15 segundos de duración donde se pueda transmitir en vivo o programar memes y fotos editadas.
Empecé a seguir las cuentas más numerosas que me sugería el algoritmo de la aplicación. Modelos, deportistas, actores, políticos y por supuesto, influencers de moda. Pero al mismo tiempo, también me aparecieron cuentas de “entretenimiento». Lo encomillo por una razón: en realidad son perfiles donde una persona desde el anonimato, cuenta los chismes de las personas más famosas en IG, pero, al mismo tiempo, esparce rumores o mentiras sobre alguien en específico. Esto funciona como un buen gancho para los anunciantes que buscan aumentar sus ventas, por los numerosos seguidores que estas páginas tienen, de manera que su información se hace viral rápidamente.
La comunicación y la información no son pecado, al contrario, es la mejor forma en que podemos conocer y aprender muchas cosas. Lo que ha desvirtuado el uso correcto de la libertad de expresión son las incitaciones al odio y las burlas que, personas en la clandestinidad de una perfil fake, fomentan contra una figura pública, ya sea por mero entretenimiento o por un pago de por medio para lanzar ataques cibernéticos organizados. El acoso por parte de estas cuentas ha llegado al grado que, hace dos semanas, la ex Miss Nuevo León, Cynthia de la Vega, hizo una transmisión en vivo junto a su esposo e hijo porque han recibido incluso amenazas de muerte a raíz de las publicaciones de una de estas páginas. Al ver el contenido en las cuentas que presumen ser de “chismes», se puede notar el odio y obsesión contra Cynthia, su familia y otros personajes locales conocidos. Incluso hay publicaciones de tintes políticos para atacar a candidatos de ciertos partidos mediante la difusión de fake News. Omito los nombres de las cuentas para no darles más publicidad a los espacios que esparcen odio en la red.
El acoso cibernético es un delito. Es fácil identificar de dónde vienen las cuentas anónimas, puesto que cualquier publicación en las redes deja una huella en el espacio virtual. Tanto Instagram, como Facebook, al igual que Youtube, manejan algoritmos para identificar palabras claves y eliminar comentarios o perfiles que se dedican al ciberacoso. Pero son pocas las personas que se animan a denunciar más allá de reportar el comentario en el lugar donde está la nota. Todavía nos queda un largo camino para incentivar a no permitir que la violencia crezca en estos espacios. Todos tenemos derecho a usar las redes sociales con tranquilidad, la exposición en las mismas no nos convierte en automático en objeto de burla y amenazas. La libertad de expresión de una persona, aunque se esconda en un perfil irreal y bajo un pseudónimo, termina donde empieza la dignidad de la otra. Se pueden hacer cuestionamientos y observaciones a los personajes públicos sin llegar a la intimidación. Les invito a que aporten su granito de arena para poner un alto a la violencia digital.
