Cuando empezó la pandemia y viviendo de manera personal una crisis derivada de la pérdida de mi compañero de vida, puse especial atención en el tema de la salud mental. Conforme pasaron los meses, empecé a creer que la experiencia de vivir la muerte tan de cerca en miles de familias que perdían a sus seres queridos por causa del Covid19, nos haría más humanos, más solidarios y empáticos. Tristemente, el lunes descubrí que todo el dolor que vivimos a un año de encerramiento y redescubrimiento, fue en vano.
A una semana de haber salido de un centro de rehabilitación para adictos, un joven llamado Juan mantuvo en alerta a ciudadanos y autoridades durante tres horas, amenazando con lanzarse desde un puente vehicular en Av. Sendero, en San Nicolás. Todo fue transmitido en tiempo real en las redes sociales por miles de usuarios, páginas de medios y grupos. Al final, lograron convencerlo de frenar sus instintos suicidas, pero resbaló al tratar de ser rescatado. Hasta el cierre de esta columna permanece en estado grave debido a sus lesiones.
Los comentarios grabados en vivo en el lugar de los hechos y replicados en las redes sociales le pedían a Juan que se lanzara. La gente quería sangre, tragedia, vísceras. Pensaban que solamente quería llamar la atención y lo retaban a que se matara de una vez. De alguna forma, todas esas personas que con tal de tener likes y vistas burlándose de la situación y gritando “¡ya aviéntate»!, nos demostraron lo oscuro y podrido que esta el corazón de nuestra sociedad. Incluso la repetición del momento de su caída sigue siendo compartida sin filtro alguno. Me pregunto si alguna de esas personas o medios que lo tienen en sus portales pensará en el dolor que provoca a su familia ver esas imágenes inundar la red.
No he visto a ningún candidato en campaña tener en su agenda el tema de la salud mental. No solamente se trata de que haya psicólogos, psiquiatras y medicamentos; se trata de programas integrales para la recuperación de pacientes y apoyo educativo sobre el tema a familiares. Porque una vez que salen del hospital psiquiátrico o centros de rehabilitación no hay ningún seguimiento, sus cercanos carecen de herramientas para apoyarle y se forma un círculo del que salir se convierte en imposible. Sin contar que las enfermedades mentales son estigmatizadas y que los hombres son más propensos al suicido. No hay sistema de salud que prevenga las situaciones por las que pasa el paciente psiquiátrico, son devaluados, cuando para ser funcional en una sociedad, estar mentalmente sano es primordial.
Ojalá que no tengamos que lamentar la pérdida de Juan, que se recupere y que su caso y el de miles más se vuelvan agenda en la mesa de los gobernantes e instituciones de salud. Que este lamentable caso nos abra los ojos sobre el privilegio que tenemos al tener en nuestras manos la decisión de compartir o cortar la cadena de distribuir información sensible para terceros. Que la pandemia y sus estragos no hayan sido en vano.
