Cuando terminé de escribir mi última columna, en la que abordé el tema de los brujos y las brujas en la política, parece que “me movieron el muñeco” porque me enfermé.
Ese virus no perdona a nadie, ni a las bellas vacunadas como yo.
Lo que no saben y se los diré aquí en confianza, es que cuando a mí me mueven el muñeco, me pongo a bailar con él.
En pocas palabras, me río de la adversidad.
Y aquí andamos, recordando un episodio bochornoso, uno de tantos, que protagonizó una chavita panista (qué quieren, todos parecen cortados con la misma tijera).
Esta chica, la típica güera con cara de fuchi que se siente superior a todos cuando en realidad es de estatura bastante menor, alardeaba en una ocasión que era super cercana a Miguelito Yunes y que había estado muy activa durante la anterior campaña a la gubernatura del estado, que por cierto, perdieron.
Chiquita, les repito, tanto en tamaño como en cerebro y en calidad moral, la niña se azotaba hace poco cuando le dijeron que muy prontito el teatro de la alcaldesa electa se va a caer.
Y es que está a nada de hacerlo.
Pero esta chica, que se nota a leguas se quedó con las ganas de seguir robando del presupuesto en un puesto muy menor como el que ocupó hace años en el Ayuntamiento jarocho, dijo una noche en una reunión (que para su mala fortuna fue grabada y obsequiada a quien esto escribe) que “ahora sí van a trabajar duro” para recuperar la dignidad del apellido Yunes y todo su linaje.
Jesús, María y José. Si el virus no me ha matado la estupidez que escuché casi lo logra.
La chiquilla en cuestión es una de tantas que andaba más que apuntada para que la llevaran a un buen puesto pero el triunfo de Cuitláhuac en 2018 se lo cebó.
Desde entonces, dicen las malas lenguas, se dedicó a ayudar a una de sus primas que tiene una casa de mala fama (o casa con chicas malas, según le guste decirlo).
No sé con precisión qué hacía ahí pero se lo dejo a su imaginación.
El punto es que su prometido ignoraba de dónde provenían sus ingresos, pero al verla un día salir de esa casa muy bien acompañada de un empresario jarocho, poco faltó para que le diera algo de la impresión.
Preguntó entre los amigos si era verdad que ahí, en ese lugar que él consideraba el “castillo de la pureza” se vendía placer y al confirmarlo estalló en ira y en cuanto pudo, buscó a su chica para encararla.
“Es mentira, yo no me prostituyo”, le dijo indignada, pero después alguien le aclaró que no sólo lo hacía, también llevaba a sus amigas desempleadas por la pandemia a que sacaran unos pesos, y un poco de diversión.
Las veían entrar y salir de la casa y también, aprovechando un poco el tiempo, pues iban en friega a algún mitin de la señora Yunes, todas bien guapetonas con su ropa blanca e impecable y su carita angelical.
Sí, por ahí las vieron, dicen, cuando se declaró ganadora de la contienda electoral pasada.
También las vieron hace poco en un evento con Sergio Cortina Ceballos, uno de los asesores de la presidencia municipal del puerto tejiendo redes para la elección del presidente estatal del PAN.
Otro de los cochineros yunistas, pues, quienes el pasado fin de semana hicieron lo que acostumbran: madruguetes y porquerías, para quererse apoderar de la dirigencia blanquiazul y de todas las candidaturas.
Ahora lo hicieron (o quisieron hacer) a escondidas, solo les faltaron los sillazos…
Para este tipo de prácticas cochinas, deshonestas, los panistas afines al “Yunes-Clan” necesitan de la inmoralidad de chamacas como las que les cuento y de jóvenes imberbes y ambiciosos como el prometido cornudo, que después de corroborar lo que hacía su novia, por cierto, siempre presente y participativa en los mítines provida, seguro sólo expresó lo mismo que aquel célebre personaje de una novela de Epigmenio Ibarra: “Mi novia es una Madame”.
Por cierto….
Le sugiero cuidarse en los festejos patrios porque el “bicho” anda desatado.
El presidente López Obrador dijo que la celebración será sin público ni aglomeraciones, pero aquí en Veracruz Fernando Yunes creo que hasta bailongo quiere hacer.
Cuídese de verdad porque si no le ha dado le diré que se siente bien feíto enfermarse y más en tiempos de escasez y de alta ocupación hospitalaria.
El horno no está para bollos. Mejor en casita, por el bien de todos.
