La enseñanza es concluyente. Se inculca la fe como una medida metafísica. Jamás en la razón o con el pensamiento científico. En la posibilidad de discernir el canon. Debemos aceptar las enseñanzas a pie juntillas.
A quienes disienten, la apostasía, la muerte social.
En un mundo tan globalizado, nunca los cristianos hemos sido mayoría absoluta. Compartimos herencia con los hebreos y los musulmanes. En la lejanía nos observa el sintoísmo, el budismo, el panteísmo y hasta el agnosticismo.
En la actual Europa, domina la tendencia a cerrar los conductos de la fe. Conocen las consecuencias de quienes iluminados atentan. Lo hacen para escarnecer, a fin de causar temor y no respeto.
Nuestras callejuelas de la fe, muchas conducen a pasadizos peligrosos y contradictorios. Quienes meditan sobre los pensamientos antiguos, indoctrinan. Castigan al pecador, jamás al pecado.
Al final de la rambla, de nuestro paseo llamado vida, podremos ser medidos por la pluma egipcia de nuestros actos, o la aceptación de Jesús como cordero divino.
O pasar al cosmos como una luz sin fulgurar. A eso estamos llamados. Para ser la sal del mundo. Disfrutar de los años como herencia de las generaciones predecesoras. Jamás, en la locura de denostar a quien piense o comulgue en otra fe.