Su eficiencia se justifica. Las escuelas de tiempo completo mejoraron el desarrollo físico y mental de sus alumnos. La misma organización interna, de orgullo y participación de la comunidad, los volvieron indispensables.
Barrios necesitados, estómagos hambrientos de dietas equilibradas, talleres de artes y clubs científicos, despertaron la curiosidad analítica y de metodología científica.
Con el retorno a las clases presenciales, por lo menos en Nuevo León, este programa instrumentado por la SE, permitió graduar generaciones preparadas en la transición de la movilidad social.
Por llegar el periodo de receso por la Semana Mayor, muchos de los ex estudiantes de los sistemas de las escuelas de tiempo completo, además de la pandemia, se les retrasado los indicadores de felicidad.
Conocen de primera mano los problemas financieros, de su alimentación y de los aumentos en los usos de tecnología, para acceder a la educación.
Más del 16 por ciento, de una camada, ya desertaron de la forma presencial. Se integraron al subempleo en el mejor de los casos. Tal vez ya forman parte de algunas de las células criminales, seducidos por el dinero rápido y las endorfinas de vivir en el riesgo.
En los presupuestos estatales y locales deberemos reintegrar la escuela de tiempo completo. Por encima del horror de la pandemia.