Por: Andrés Meza
Hace 108 años nació la mujer más hermosa, gallarda y altiva de la Época de Oro del cine mexicano, una leyenda que conquistó no sólo a directores y actores, sino también a pintores, poetas, músicos, diseñadores de moda, de joyas, reyes e intelectuales.
María Félix: “Un ser monstruosamente perfecto”, dijo Diego Rivera.
La vi personalmente sólo una vez en 1986. Durante la rueda de prensa en el otrora Centro Cultural Alfa, de San Pedro Garza García, con motivo de la exposición del pintor Antoine Tzapoff, el último de sus compañeros sentimentales.
La Doña sorprendió, como siempre, con su porte almidonado y sus respuestas filosas. Recuerdo que alguien le preguntó, palabras más, palabras menos: ¿Por qué no vende los cuadros de Antoine? Ella, rauda y veloz, levantó su mano y ostentó un anillo con una piedra enorme: ¿Se ve que necesito dinero? Y todos nos echamos a reír. María era fascinante y bizarra. Antoine, en cambio, era un huevito tibio sin sal.
Tuve la fortuna de conocer algunos secretos de María años antes, a través de su hijo, Enrique Álvarez Félix, quien la idolatraba. Coincidí con él en varias ocasiones allá por 1982 en la Ciudad de México, yo era un güerco recién graduado.
Enrique me mostró con harto sigilo una foto de las hermanas de María. Todas eran hermosas, aunque él sostenía que una de sus tías era más bella que su mamá, razón por la cual María no quería verla ni en pintura, me aseguró.
En otra ocasión, en una fiesta entre amigos, Enrique se puso unas gafas de sol y una pañoleta para imitar a La Doña, lo recuerdo perfecto: Mismos gestos, misma voz, misma altanería, todo él era una hipérbole de María hablándole a Agustín Lara. Nos tenía doblados de la risa y al mismo tiempo sorprendidos por la excelente actuación.
Lamentablemente, la suerte de Enrique siempre estuvo en una moneda. Por un lado, admirando el resplandor de su madre y, por el otro, viviendo eclipsado por ella. “No es fácil ser hijo de María Félix”, me confesó.
¿Y cómo no vivir menguado bajo el fulgor de una mujer convertida en mito? Octavio Paz escribió: “María nació dos veces: sus padres la engendraron y ella, después, se inventó a sí misma”.
Una de las imágenes poéticas más bellas que he encontrado sobre María Félix es de Pita Amor: “Ayer te vi rodeada por la tarde, ibas como un cuchillo desafiando el aire”. No sé qué tan amigas fueron, pero lo que sí sé es que Pita imitaba a María, y María recitaba poemas de Pita. Ambas fueron diosas aztecas de distintas catedrales que se supieron respetar.
Pita Amor fue mi amiga en aquella época o, al menos eso creía. Porque resulta que un buen día que me la encontré en la Zona Rosa de la ciudad de México me desconoció bien gacho.
Con la flor que se ponía en la cabeza, sus lentes de fondo de botella, su paraguas y un brazalete en forma de víbora en el brazo, aparentemente de oro, me dijo muy seria: “María me regaló este brazalete, dice que es la reina de México, pero lo que ella no sabe es que yo soy la reina del universo porque lo creo con mi verso, pero tú, ¿tú quién eres hijo de criada?”
¡Bolas! Eso me dijo sorpresivamente la terrible Pita Amor. Esbocé una sonrisa nerviosa sin decir ni pío. Luego me quiso agarrar a paraguazos. ¡Vaya anécdota!
El tema es La Doña y su 108 aniversario, el mito que conocí no sólo por sus películas sino a través de los ojos de su hijo Enrique, quien también quiso ser María Félix.
