La desgracia que significa la pérdida de una vida humana, las interminables versiones que proliferan en torno a la tragedia, el protagonismo de unos y otros, ávidos de toda clase de atenciones, están enmarcadas en una pesadilla que comenzó a escribirse hace cien años desde el tintero del escritor ruso Yevgueni Zamiatin, autor de “Nosotros” una novela publicada en la cual ya advertía la necesidad de los poderosos por ejercer un control absoluto sobre el pensamiento humano al punto tal de reprimir hasta sus órganos cerebrales. Publicada en 1920 inspiraría la creación de otra obra literaria, considerada un clásico. El autor un escritor británico, quien uso el seudónimo de George Orwell y su nombre verdadero era Eric Arthur Blair, tituló su novela cómo «1984». Ambas obras comienzan a dejar de ser distopía para mediante una vigencia, ya de alcances alarmantes, dar paso a la imposición cultural creada desde el seno de una sociedad desdeñosa por el cumplimiento de la ley y optar por el fisgoneo, al linchamiento mediático, o al morbo llevado al más minucioso escrutinio, para hacer leña de árboles caídos luego de ver lo captado desde cámaras de vigilancia que no descansan nunca y que si lo graban todo, que observan a toda persona durante día, tarde o noche ya sea para los gobiernos o para empresas privadas, en el afán de tener la mayor «seguridad» posible contando con elementos probatorios en un juzgado y dado el caso para su uso como carne de cañón desperdigada entre todas las redes sociales y alimentar la emisión de juicios que por descabellados que sean, siempre tendrán el caris de desahogo, a costa de la reputación y el buen nombre de cualquiera a quien el temible «gran hermano» que imaginó Orwell, como entidad vigilante señale para ser aporreado de ser necesario por la turba enfebrecida, ebria también pero de ansiedad por “likes”, por adquirir su cuota de notoriedad.
Prisioneros de horarios laborales interminables, acosados por una economía criminal que todo devora, sin muchas expectativas en el año post pandemia mundial Covid19 los habitantes de Nuevo León, se someten a un interminable número de entregas propias de una saga que trasciende a la tragedia para convertirse en el enfermizo espectáculo de conocer hasta el mínimo detalle que las cámaras hayan captado, de los últimos minutos de vida de una jovencita estudiante quien fue víctima de sus excesos a los ojos de unos pero que resalta la falta de interés que el Estado mexicano manifiesta por la vida de quienes estén estudiando. Los programas oficiales que prevengan el alcoholismo entre los estudiantes universitarios no abundan y los pocos que hay no son difundidos ni por universidades ni por gobiernos. El telón de fondo que tiene este escenario se hace con los harapos encontrados en desiertos, fosas, cocederos clandestinos que alguna vez fuera la ropa de gente hoy desaparecida y quienes al igual que muchos estudiantes muertos fueron abandonados a su suerte por su gobierno, horrendo tributo al Estado moderno mexicano. El miércoles fue asesinado un estudiante de Agronomía, por la Guardia Nacional. ¿Habrá fiscalía especial para ese caso también o no será tan mediáticamente explotable?
1984 describe un mundo en el que el Estado, desprecia la vida humana, reprime a la ciudadanía que se convierta en detractora (pobre de aquel que se le ocurra incurrir en un léxico políticamente incorrecto o que le resulte “ofensivo” a los gobernantes) también persigue detractores, enajena o desaparece documentos que le comprometan. Algo muy parecido ocurre en estos días, en los que la vigilancia, el monitoreo y la visceralidad superan con creces la buena voluntad de cualquiera. Muy recomendable leer 1984 y después ver algo de cine. The Truman Show: historia de una vida (1998) narra cómo es grabada en video la vida de un ser humano para exponerla a la audiencia televisiva.
No olvide sonreir. Recuerde que lo estan grabando.
