México es de los países que más sacrificios laborales tiene que hacer en todo el mundo. Se laboran por semana hasta 43 horas, sin que nadie lo reconozca, la precarización laboral, el detrimento de los derechos conquistados a lo largo de más de un siglo, las condiciones inflacionarias y la constante manipulación de los derechos laborales desde sindicatos amafiados, han maniatado el desarrollo de la clase trabajadora condicionando el mejoramiento del nivel de vida al sometimiento de un desempeño cada vez más forzado.
La clase trabajadora mexicana, debe hipotecar los mejores años de su vida en un contrato casi de rasgos leoninos, para acceder a un crédito de vivienda que significará el pago a perpetuidad de una propiedad con reducidas proporciones, materiales frágiles, ubicación lejana de sus centros de trabajo y dada la natural formación de familias estas quedan condicionadas a un número limitante, lo que no les exime del hacinamiento, factor que solo fomenta el surgimiento de conflictos familiares.
No es de extrañarse la aparición de vicios y enfermedades como el alcoholismo ni se diga el consumo de drogas, derivando en la comisión de delitos y una constante desintegración de familias.
De acuerdo con publicaciones especializadas “México está casi al final de la lista de países de América en distribución de ingresos del Producto Interno Bruto” (El Economista 8/julio/2019) esto significa que el mexicano gana muy poquito a pesar de ser el que en todo el continente es el que más horas de trabajo pasa.
De acuerdo con el artículo 123 constitucional; “Toda persona tiene derecho al trabajo digno y socialmente útil; al efecto, se promoverán la creación de empleos y la organización social de trabajo, conforme a la ley”.
La parte que menciona la dignidad, debiera ser puesta en una mesa de trabajo que la analice detenidamente: México tiene 2258 jornadas laborales al año y es un país que invierte en redes de logística para traslado de mercancía proveniente de todas partes del mundo, ya sea para procesos fabriles (maquila) o para su traslado a EE.UU., Sudamérica, Europa o el Lejano Oriente, da espacio a multinacionales manufactureras que generan utilidades para llevárselas a sus países respectivos, sin la creación de una economía que procure el bienestar del mercado interno, castigado por la escasez y la carestía.
De poco o nada sirve ser la segunda economía más grande de América Latina, solo después de Brasil, si el trabajador mexicano debe arreglárselas como pueda y sacar de su salario para pagar transporte, servicios básicos, alimentación, una deuda impagable con el INFONAVIT o en su defecto la renta de una casa que aunque pague puntual no es suya, todo esto a expensas de su salud.
A la imagen del sombrerudo holgazán recargado y envuelto en una cobija, se le ha agregado la de un teléfono celular, desde dónde twittear, lo cual no solo resulta absoluta y completamente desfazado de la realidad a la que millones de trabajadores se enfrentan, llueve, truene o con relámpagos, haga frío o calor, con pandemia o con asaltos en el transporte urbano, tienen que enfrentarse.
La realidad siempre pesará más que esa clase de señalamientos.