Poco escribo sobre Monterrey.
No es por falta de pericia. O de material en temas. La zona conurbada es tan tediosa. Como limitada tienen la imaginación sus entreperneurs, maleantes y toda la casta política.
Una ciudad de 11 municipios. Rebasada en todo. Un estado ya no pujante sino destrozado. No debió pasar de los 3 y medio millones de habitantes.
En los años 60 y 70, las invasiones a los predios particulares adendo a la creación de FOMERREY, legalizó el voto corporativo y útil para el PRI. Los distritos residenciales cruzaron franjas con precaristas potosinos, tamaulipecos y veracruzanos.
Con eso, la raíz de la inmigración dio peso y control a las centrales obreras. CROC y CTM, además del naciente circulo socialista de Tierra y Libertad, en el área norte, en las faldas agrestes del Topo Chico.
Monterrey era aún la ciudad adolescente descrita por el defenestrado abogado, escritor y periodista Don José Alvarado Santos.
Mientras degustaba cabrito en la cantina de Maurilio Maldonado, por el rumbo de la Estación del Golfo. Le preparaban el digestivo de hojasé.
Nuestro progresista estado adoptó miles de familias. Las curtió el sol y les premió la madrugada.
Al siglo XXI le vinieron de sopetón 10 mil coreanos. Trabajadores hormigas y geniudos. No es fácil su tacto. Incluso los rumores de jornadas extenuantes y fuera de la ley para los empleados mexicanos.
Centroamericanos, Haitianos, Cubanos, Colombianos prestamistas y Venezolanos de buen ver y mejor gozar, han enraizado Nuevo León.
Vienen más. Miles. A residir la zona conurbada.
Debemos solucionar los problemas domésticos de agua, drenaje, luz, gas, policía, basura y crimen organizado, antes del triángulo dorado de Tesla.
Retomar el control social. Sin usar Tik Tok, Facebook o Twitter. Así como en el mil usos de Héctor Suarez. Pedirles a los migrantes nacionales y extranjeros ya no vengan para acá. Quédense por allá.
Y a los empresarios, solidaridad social, ajustar la llave de los trabajos para primero los domésticos y luego, ya dios dirá.
