En la era digital las pantallas se han convertido en una parte integral de nuestra vida cotidiana. Desde teléfonos inteligentes y tabletas hasta equipos LED y computadoras, estos rectángulos pequeños y grandes nos rodean, capturan nuestra atención y moldean nuestras creencias y perspectivas.
Hay pantallas por todos lados: En las antojerías que frecuentamos los fines de semana, en el lobby de hotel en donde vacacionamos, en muchas aulas escolares y universitarias en donde aprendemos. Pero también las cargamos en la bolsa o las tenemos en nuestros hogares.
A medida que interactuamos con ellas nos condicionamos para enfocarnos en cierto contenidos, narrativas y perspectivas producidas por otros. Hasta cierto punto se han convertido en el medio principal a través del cual consumimos información, nos entretenemos y nos relacionamos con el mundo. Se han convertido en nuestra referencia de vida, somos cada vez más “Homo Pantallus”.
Ya sea desplazándonos por las redes sociales, viendo actualizaciones de noticias o transmitiendo contenido en línea, las pantallas nos ofrecen una ventana al vasto mundo en donde se construye una realidad alternativa, un espacio virtual de ideas y acontecimientos.
La proliferación de pantallas es una respuesta a la “Economía de la Atención”. Y es que nuestra concentración se ha convertido en una mercancía valiosa, un espacio en donde las corporaciones y los anunciantes compiten por nuestra atención, empleando técnicas sofisticadas para capturarla y mantenerla.
Las pantallas actúan como conductos atrayéndonos a un reino virtual donde nos bombardean notificaciones, anuncios y contenido dirigido. El riesgo es que a medida que nuestra atención se divide y fragmenta, empezamos a tener dificultades para discernir entre información genuina y mensajes persuasivos.
Un aspecto significativo de estos artefactos es su capacidad para filtrar y personalizar el contenido. Los algoritmos analizan nuestro comportamiento en línea, nuestras preferencias y nuestras interacciones para curar nuestros “hilos” de noticias y sugerir recomendaciones personalizadas.
Con el tiempo, esto puede llevar a una estrechez de nuestra visión del mundo, dificultando el pensamiento crítico y fomentando el sesgo de confirmación reforzando así solo lo que se acomoda mejor a nuestras creencias. Se pueden formar así “cámaras de eco”.
¿Estarán las pantallas siempre con nosotros? El futuro apuesta a diversos artefactos y tecnologías que vendrán a sustituir a los rectángulos de LED y de vidrio que hoy tenemos.
Visores personales como los de Apple —que impulsan ya la computación espacial— los hologramas y una gran variedad de dispositivos de realidad virtual y aumentada se irán haciendo cada vez más populares con el tiempo. Pero con el mismo propósito sin duda, para presentarnos realidades alternativas que inviten a nuestros ojos a exponernos a versiones del mundo que otros intentan sembrar en nuestra mente.