Querida amiga, te vas de este mundo como una guerrera. Me consta que luchaste por vivir y sobrevivir hasta el último instante. Innumerables veces me confesaste que tu motor fue la responsabilidad y el amor a tu hija, tu anhelo de velar por ella hasta el último aliento.
Fuiste una mujer que nunca pasó inadvertida, bella, rebelde, avispada e intuitiva, en ningún momento derrotista, jamás negligente. Fuiste una chica vanguardista que, pese a las adversidades, mantuvo la dignidad y confianza en sí misma.
Revisando nuestras últimas conversaciones digitales, advierto con nostalgia el último texto que me enviaste del escritor argentino Ernesto Sábato. Hoy deseo reproducirlo, pues de la amistad, las alianzas y las rivalidades hablamos en varias ocasiones.
“Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma organización secreta, o a los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se los reconoce porque ya se los buscaba, o se los busca porque ya bordeaban aledaños de nuestro destino».
En este mexicanísimo Día de Muertos, te digo adiós querida Silvia.
Mis respetos.