El lunes 19 de febrero se registró un enfrentamiento entre civiles armados el cual tuvo un saldo de 18 muertos, las imágenes de videos subidos por los propios individuos armados al finalizar el tiroteo es una muestra de los episodios de profunda violencia que vivimos en el país derivado del control de territorios por parte de organizaciones delincuenciales. En un video posterior, el bando que salió triunfante del enfrentamiento amenaza a sus grupos rivales y a funcionarios públicos por igual, y terminan por autodenominarse y reivindicarse como el Cártel de la Sierra.
Y no son el único caso: hay casos de personas presuntamente miembros de agrupaciones delictivas se autodenominan cártel como el caso de la llamada Cártel Jalisco Nueva Generación o Cártel de Sinaloa, portando así alguna identificación con las iniciales en gorras o chalecos blindados.
Desde el inicio de la llamada guerra contra las drogas, promovida por el gobierno estadunidense desde el gobierno de Nixon, ha existido una narrativa sobre el fenómeno del tráfico de drogas que ha buscado justificar las políticas draconianas de criminalización, prohibición y persecución. Esta narrativa no solo ha influido a medios y funcionarios públicos, queda claro que también a los mismos participantes dentro del campo de tráfico de drogas; quienes quieran realizar una empresa criminal ven necesario autodenominarse «cártel» puede que por cuestión de reputación y mandar el mensaje de que efectivamente son jugadores en el campo.
Frente a esta situación es importante hacerse la siguiente pregunta ¿la denominación de esos grupos importa? ¿es indiferente si los llamamos cárteles de drogas frente a otras denominaciones?
Desde que analistas y científicos sociales han estudiado de forma sistemática y rigurosa el fenómeno delincuencial en un campo del conocimiento que ahora identificamos como estudios de la delincuencia organizada, muchos han sido los términos usados para referirse a los protagonistas del fenómeno: raqueteros, mafiosos, pandillas, etc[1]; pero una que se ha instalado en el imaginario colectivo del fenómeno delincuencial en América Latina, principalmente México y Colombia es el de cártel.
Pese al gran abanico de posibilidades que distintas investigaciones han brindado para abordar este fenómeno, es posible que tantas rutas lleven al analista a extraviarse en el camino hacia el objeto de estudio, dado que los marcos conceptuales y teóricos han sido diseñados para un espacio y tiempo definido, situación habitual cuando se investiga la realidad social, tales son los ejemplos de mafia para Italia y Estados Unidos, o pandillas para El Salvador.
“Cártel” es un concepto tomado de la economía el cual refiere a un acuerdo entre empresas que participan en un mismo mercado para reducir o controlar la competencia. Su uso viene en la década de los 80’s ya que fue la forma que la Administración para el Control de Drogas (DEA) de los Estados Unidos empleó para referirse a los dos grandes grupos que, según sus apreciaciones, eran las que controlaban el tráfico de drogas ilícitas hacia los EUA: el Cártel de Cali y Cártel de Medellín. Posteriormente, se busca replicarla estrategia antidrogas de la DEA usada en Colombia ahora en México. El término cártel es importado y usado indiscriminadamente para referirse a grupos delincuenciales organizados mexicanos: Cártel de Guadalajara, Cártel de Sinaloa, Cártel del Pacífico, etc.
Así como el uso de la palabra “mafia” para definir a las organizaciones principalmente italoamericanas en los 50’s implicó la existencia de un constructo mental que ha sido mitificado en la cultura popular, el uso de cártel conlleva a pensar en un grupo poderoso omnipresente en varias partes del país, capaces de acaparar toda la vida social ahí donde se encuentren, con una estructura principalmente vertical donde a la cabeza se encuentra el capo que define todo en la organización, y con recursos financieros y humanos casi ilimitados para conservar su poder.
Son varios analistas quienes han señalado los errores en los que se pueden incurrir al usar el término “cártel”: en primer lugar, la idea de que grupos rivales se organicen para reducir o eliminar la competencia es inexistente, ya que como dice el investigador Luis Astorga, lo que tenemos es un “campo delictivo donde predomina, en la actualidad, una estructura oligopólica, conformada por organizaciones y coaliciones de distinto tamaño y composición en competencia permanente por la hegemonía”, en otras palabras, tenemos un conjunto de interacciones ilegales[2] entre distintos sujetos sociales que se estructuran alrededor del tráfico de drogas.
Por otra parte, la realidad demuestra la ausencia de estructuras completamente verticales y homogéneas y que, por el contrario, varias organizaciones se relacionan a partir de redes, las cuales son compuestas por personas que cumplen distintas labores dentro de una cadena delictiva, que puede ir desde los productores de drogas ilícitas, comerciantes, vendedores al por menor, transportistas, encargados de la seguridad, etc., un sinfín de actividades que dificulta conocer a cabalidad dónde comienza y termina una organización y dónde comienza otra ¿el campesino que no tiene otra labor que la siembra amapola puede ser considerado estrictamente como parte de un grupo delictivo?
Es sumamente relevante la reflexión que realiza Oswaldo Zavala en su libro “Los cárteles no existen”, donde señala la invención de un discurso oficial que sirve para promover la política antidrogas estadunidense, además de encubrir las relaciones estructurales existentes entre traficantes de drogas con funcionarios públicos. El autor nos dice que los cárteles no existen, “existe el mercado de las drogas ilegales y a quienes están dispuestos a trabajar en él”. Por otra parte, analistas como Guadalupe Correa-Cabrera nos advierten que la réplica acrítica de este discurso únicamente abona a políticas intervencionistas y a una agenda geopolítica del dictada desde Washington. Este discurso se ha instalado como hegemónico y es posible verlo replicado en varias instancias: discursos de funcionarios públicos, discursos políticos, distintos medios de comunicación y hasta en artículos académicos.
De vuelta al video que mencionaba al inicio, donde al final se autodenominan Cártel de la Sierra y la réplica el discurso hegemónico me lleva a pensar en el Teorema de Thomas, el cual postula que si las personas definen una situación como real, ésta será real en sus consecuencias, por lo que la existencia subjetiva de los grupos homogéneos omnipresentes y fuertemente estructurados ha sido motivo de decisiones gubernamentales y análisis que han marcado la política delincuencial de México y el mundo durante el siglo pasado y lo que va del actual.
Este contexto en el que la narrativa de la existencia de los cárteles de la droga ha sido tan forzada en el imaginario colectivo tiene como consecuencia que las mismas personas que forman parte de dichas estructuras delictivas se reconozcan como tales, con lo que habrá analistas y comunicadores menos rigurosos que a su vez lo usarán como una evidencia para confirmar que existen los cárteles en los términos narrativos dominantes. Estamos frente a un escenario de profecía autocumplida.
Por último, para responder a la pregunta inicial ¿la denominación importa? sí, ya que estamos hablando de preconcepciones y posturas políticas que tendrán impacto en la forma en que vemos, entendemos y abordamos la realidad; la sociedad aceptará y demandará medidas militaristas y punitivistas, además de aceptar la intervención de potencias extranjeras en el país. Nos encontramos en una disyuntiva donde podemos aceptar aquellas narrativas impuestas para beneficios de proyectos extranjeros y personales de políticos, o podemos reivindicar una epistemología crítica para que nos ayude a romper la inercia de violencia en la que llevamos inmerso décadas atrás.
Con la reflexión anterior no quiero sugerir que el problema de grupos delincuenciales no existe, ni negar sus capacidades objetivas para ejercer la violencia y el daño que generan a la sociedad, sino denunciar que aun contando con investigaciones rigurosas que dan luz a un fenómeno marcado por el secretismo, la narrativa principal de la guerra contra las drogas sea la que se siga imponiendo.
Bibliografía
Astorga, L. (2012). El siglo de las drogas. Ciudad de México: Grijalbo.
Astorga, L. (2023). ¿Sin un solo disparo? Inseguridad y delincuencia organizada en el gobierno de Enrique Peña Nieto. Ciudad de México: UNAM – IIS.
Betancourt, J. A. (2011). El campo de los delitos en México. El Cotidiano, 15-25.
Correa-Cabrera, G. (05 de Febrero de 2024). El imperialismo de la «guerra contra el narco». Sin Embargo.
Merton, R. K. (1995). The Thomas Theorem and The Matthew Effect. Social Forces, 379-424.
Varese, F. (2010). What is Organized Crime? En F. Varese, Organized Crime: Criminal Concepts in Criminology (págs. 11-33). London: Routledge.
Von Lampe, K. (2016). Organised Crime. Analyzing Illegal Activities, Criminal Structures and Extra-legal Governance. United States of America: SAGE.
Zavala, O. (2018). Los cárteles de las drogas no existen: Narcotráfico y cultura en México. Ciudad de México: Malpaso.
[1] En el trabajo de Federico Varese titulado “What is Organized Crime?” el autor analiza 115 definiciones sobre el concepto de delincuencia organizada donde refiere varias denominaciones usadas para referiré a estos grupos.
[2] Definido por José Alfredo Zavaleta Betancourt en su artículo “El campo de delitos en México”, pp. 15.