Una de las historias secretas salió a relucir mucho tiempo después de que había pasado, cuando sus protagonistas eran ya sólo un recuerdo entre los demás.
Hubo quien se escandalizó al oírla. Otros más sólo se quedaron pensando, con nostalgia…
Fue algo inevitable, que les torció el destino.
Ella no tenía compañía. Claro, pensaba que no podía competir con las otras, más bonitas, más atractivas, con más presencia. Era más bien tímida, algo huraña, y prefería la tranquilidad de su hogar que el bullicio de los festejos.
El era casado, pero en un matrimonio demasiado joven, en el cual el amor se acabó demasiado pronto aunque estaba atado por un hijo. Era altanero, fanfarrón, pero lleno de miedos y resentimientos.
Y fue el único que se fijó en ella.
En el trabajo nadie sospechaba. Las miradas furtivas se cargaban de amor y complicidad intensa.
Poco a poco se estrechó el vínculo, y mientras duró su idilio secreto él la respetó, y la ganó más bien con detalles.
El amor se les convirtió en una droga; ya no podían soportar estar tan cerca… y no abrazarse y besarse como locos.
Una tarde, ella dijo adiós a todos; iba a trabajar a otro lado con mejores condiciones. Días después, él también salió, para establecer un negocio, según comentó.
Desde entonces no se supo nada de ellos.
Nadie los echó mucho de menos, pero años después, cuando hicieron cambios en la oficina, encontraron un cajón con los archivos de ambos, libros, papeles y documentos de trabajo.
Y hasta entonces un pequeño papel inadvertido (pero olvidado con las prisas) cayó a medio pasillo, y se entendió lo que había pasado. El recado lo decía todo, y daba principio a otra historia:
“Espérame en Tijuana. Te quiero…”