Nunca mejor dicho, como escribió Rulfo: La vida no es muy seria en sus cosas.
O como la letra de aquella canción: Sorpresas te da la vida.
A la vuelta de cualquier esquina se encuentra uno con don Quijote. O con Sancho. O con cualquier otro personaje que a pesar de repetirse a lo largo de la vida y las vidas durante las generaciones de la existencia personal, vuelve a nacer y a ser escrita su historia por algún testigo.
Son sorpresas, instantes, sentimientos, fotografías de un momento. Y aunque se repitan experiencias, lo único seguro es el cambio. Y luego llega una serie de sucesos desafortunados, o afortunados, o vaya usted a saber, y hay que escribirlos para que no se olviden, o no se pierdan en lo cotidiano.
En la Antología de puros cuentos, la inspiración para escribirlos ha llegado en sueños, en segundos, en imágenes, experiencias, gestos, o en la imaginación a partir de una idea que seguramente andaba perdida entre los días.
Los cuentos de esta Antología fueron escritos algunos desde los 17 años, y otros casi ayer, o la semana pasada, o hace un mes, o años.
Pero si se ha de contar la historia de algunos, o su inspiración de aquel tiempo que viví en Monterrey, aquí va:
Un mundo en blanco y negro: Un día que me asomé desde la azotea de mi casa al lote baldío del otro lado de la calle, vi a un hombre que estaba despellejando lo que parecía un gato (porque ya no había conejos por aquel rumbo cuando era niño, sino sólo hasta el cerro, a unas diez cuadras de distancia). Vi cuando empezó a asarlo, y luego a comérselo. De pronto me volteó a ver, me asusté y me escondí. Unas horas después ya no estaba aquel hombre. Sólo había dejado los restos carbonizados del festín, algunos huesos y pellejos. En otra ocasión años después, en alguna de las calles del centro de Monterrey, vi a un vagabundo que cargaba cartón, y era acompañado por ocho perros; varios de ellos comenzaron a pelear en plena calle por un hueso; uno de ellos fue aventado por un auto y salió aullando, cojo de una pata. La pregunta disparó una idea: ¿Si uno de los perros muere por atropellamiento, se lo comerían los otros, e incluso el dueño, para calmar el hambre y sobrevivir un día más?
Una vida en color: Por finales de la década de los 80, cuando trabajaba en El Diario de Monterrey, se publicó la nota del hallazgo de restos humanos, que luego se confirmó eran de una persona con padecimientos psicomotores. Y me imaginé su historia.
Regreso: Trabajar en un periódico mientras estaba estudiando representó para mí (tanto como para muchos estudiantes foráneos) un esfuerzo extra y olvidarse de salir con los amigos, o viajar a cualquier sitio turístico en Monterrey o a lugares cercanos. Por ejemplo, siempre he querido conocer las grutas de García, pero por diversas circunstancias nunca he tenido la oportunidad. Este cuento lo escribí en Monterrey a partir de la frustración que sentía porque entraba a trabajar temprano, salía tarde, el día de descanso lo aprovechaba para lavar ropa o dormir, y pasaban así meses y meses.
Septiembre en autobús: Historia inspirada en la tragedia que causó el huracán Gilberto en Monterrey. Un detalle me dejó muy impresionado: De acuerdo a crónicas periodísticas, algunas personas que iban en los autobuses (que luego se llevó el torrente monstruoso), pedían ayuda agitando pañuelos desde las ventanillas, sin que hubiera modo de lograr un rescate, hasta que la corriente arrastró las unidades y las volcó. Cuando bajó el caudal, en las labores de búsqueda, los autobuses aparecieron llantas arriba semienterrados entre el lodo y las piedras, pero ya no había ni rastro de las personas.
Cero grados: En Monterrey durante el invierno las temperaturas son congelantes e impredecibles. Cuando entraba a la Facultad a las 7 de la mañana, pero salía desde las 5 porque vivía en un salón de fiestas en San Nicolás, veía desde el camión de la Ruta República las viviendas en el cerro de La Campana, algunas protegidas sólo con láminas oxidadas. Yo tenía tanto frío (y a veces pegaba una llovizna con aguanieve), que me sentía terriblemente solo y miserable, pero entonces me imaginaba cómo estaría viviendo la gente en la cima del cerro.
Amor platónico: Cuando vivía cerca del centro de Monterrey y caminaba por la Alameda, mi trayecto siempre era por donde había un negocio de fotografía, y en el aparador colocaban algunas muestras de su trabajo. Un día apareció una foto enorme, de una quinceañera muy hermosa, que sonreía y me hacía sonreír. Pero esa foto duró en el aparador unos pocos días, y siempre me quedó la duda de si la habrán comprado los familiares, o la guardaron los dueños del negocio, o la habrá comprado algún admirador secreto.
Luz del barrio: Este cuento fue a partir de una nota periodística sobre un hallazgo que me estrujó el corazón: Un recién nacido fue encontrado en un lote baldío de una colonia popular en la zona metropolitana de Monterrey. Por fortuna pudieron salvarlo. Siempre me pareció terrible que alguien tuviera la sangre fría de abandonar a un bebé, y la pregunta siempre era: ¿Por qué?
Espérame en Tijuana: Historia inspirada por una reportera y un reportero que huyeron de sus circunstancias en Monterrey con rumbo desconocido, para poder vivir libremente como pareja.
Cambio y fuera: Era una casa vieja del centro de Monterrey que le prestaron a un amigo y a la que llegamos a vivir tres personas. Acondicionamos poco a poco y como pudimos para poder habitarla. Aquello fue toda una aventura, porque era seguro que tenía ya varios años de abandono.
