Gran invento, dijeron. Muchas ganancias, dijeron.
Qué porquería, dijeron otros.
Con un centavo de dólar retirado del saldo disponible, se podría tener acceso. Fue alabado el inventor de esa aplicación para teléfonos celulares y tabletas, y que es más, contaminó a todos los dispositivos electrónicos que tuvieran Internet.
Desde diferentes puntos de venta instalados en zonas comerciales, se inducía al consumidor a comprar. El objetivo era vender, para reactivar la deprimida economía global. Se inundaban los sentidos con oleadas de placer en cuanto se cerraba la caja registradora. Satisfacción inmediata. Luego, arrepentimiento, cruda moral y deseo de más alegría y satisfacción.
¿Cómo funciona? Esto es para que si alguien queda en alguna parte el mundo, tiene aún razonamiento y puede por casualidad leer estas líneas, no caiga en el mismo error.
Las ondas electromagnéticas que emitían los dispositivos electrónicos en los puntos de venta (con baterías para cien años) se dirigían al centro de placer en el cerebro de cada persona que estaba cerca, en un radio de 20 metros.
Los empleados de las tiendas supuestamente eran inmunes porque tenían colocado un chip detrás de las orejas, insertado como un tatuaje.
Al registrar los códigos de barras con ciertos dígitos iniciales, se activaban las ansias de comprar y de consumir entre la gente cercana.
Al principio, sobre todo en las ciudades con más habitantes, se vivieron días de compras nunca antes vistas ni imaginadas. Salieron los ahorros de las carteras, de debajo de los colchones, de los tarros de azúcar, de los libros, de los bancos. Fueron miles de millones en recursos.
¿Qué día fue? No lo recuerdo con exactitud.
La pregunta era entonces ¿Quién dice qué hacer y qué no hacer?
Sin ningún aviso, las señales se salieron de control, en una reacción en cadena. Como una tormenta eléctrica alimentada por la estática. Fue porque los dirigentes en contubernio con los potentados y opulentos no resistieron la tentación y comenzaron a querer operar por el mismo medio electrónico la censura, la doble moral, la dominación de los electores.
Fue el día que se terminó el libre albedrío y el hombre quiso controlar totalmente al hombre. Ese día fue el principio del fin de la humanidad.
Y cuando buscaron remediarlo ya era tarde.
Se revirtieron las estrategias de los corporativos, porque en el colmo del mercantilismo y de la manipulación, las personas a
quienes quisieron controlar se volvieron zombies sin voluntad, que ya no trabajaban, que no comían lo que el cuerpo necesitaba sino lo que su mente les dictaba (lo que hubiera), y que dejaron de tener voluntad propia. La economía global se colapsó y las empresas y negocios comenzaron a cerrar.
Al perder la noción de sí mismos, perdieron también cualquier respeto a los demás. No reaccionaban para poder preparar o encontrar comida, y comenzaron a querer comer la carne cruda de otros seres humanos. Las ondas electromagnéticas sin ningún freno provocaban espasmos y que los ojos giraran hacia todos lados. Era como una tragicomedia que creció en todos los países. Así se les podía identificar incluso desde lejos.
Todo esto, en el transcurso de unos meses. Qué simple… ¿No?
Nosotros tenemos un poco de tiempo más, porque vivimos en las montañas. Pero hasta el clima se volvió en nuestra contra y sólo nos quedan comida y agua potable para 3 meses.
Para ustedes el fin es alguna fecha del futuro cercano.
Y ya no hay esperanza.
Ya no hay esperanza.
Ya no hay.