—Sí, mi amor, está decidido, así le voy a llamar a mi restaurante: “En un lugar de la panza…” de cuyo nombre sí quiero acordarme. Porque no hay nada más rico en esta vida que la comida y la bebida. El amor, ese tiene su lugar muy aparte. Pero hasta puedes expresar el amor si sigues el camino de la panza. Recuerda que así fue como me conquistaste, o nos conquistamos mutuamente, con la comida. Y es que cuando te dedicas con amor a alimentar la panza, la propia y la de los demás, el mundo es un lugar mejor.
¿No lo crees? Con tus delicias culinarias servidas sobre pinchos y tapas, y con mi vino tinto, vamos a enamorar y a conquistar el mundo. Ya sé que no se vive de sueños ni de recuerdos. Mientras nos volvemos famosos, nos mantendremos y viviremos con lo que nos deje el restaurante. Necesitamos que maduren de manera perfecta las cepas de las vides que nos dejaron mi abuelo y mi padre. Porque yo estoy seguro que este año es el bueno.
Mi abuelo nos contaba que cuando era joven fue el campeón de aluche en León, y entrenaba para las olimpiadas en el deporte de la lucha grecorromana en 1940, que serían en Tokio, pero por la guerra de China contra Japón iban a ser en Helsinki, más cerca, y era su oportunidad, pero salió del equipo por un desgarro y además suspendieron los juegos cuando llegó Hitler con su Segunda Guerra. A los 20 años, mi abuelo ya se sentía
fracasado. Quería dejar su huella en el mundo, aunque el mundo estaba en su contra. Se estableció acá cerca de Villafranca de Duero y con su trabajo compró esta tierra.
Tengo ya desde ahora los contenidos para una campaña publicitaria, que será pegajosa y se hará viral por todo el mundo, inundaré todas las redes sociales desde aquí y nuestro vino será conocido en todo el mundo. Porque al vino y al niño hay que criarlos con cariño. Ya lo dijo Galileo Galilei, “el vino es la luz del sol, unida por el agua”, y vaya que ese señor sabía mucho. Y el gran científico Louis Pasteur no pudo hablar mejor: “Hay más filosofía y sabiduría en una botella de vino, que en todos los libros”. Dante Alighieri lo proclamó: El vino siembra poesía en los corazones. Y Johann Wolfgang Goethe lo dejó escrito, vivimos en “el bello país del vino y de las canciones”.
Continuó con el soliloquio:
—Yo no voy a competir contra las denominaciones de origen, yo voy a establecer una nueva. Será un patrimonio del Duero, para las generaciones venideras, para nuestros hijos, cuando los tengamos primero Dios. Yo creo en los milagros. Verás que sí.
Su esposa lo escuchaba, casi dormida. Podría repetir la historia, palabra por palabra, después de diez años de escucharla todas las noches, de aguantar privaciones, de soportar inviernos
duros, de toparse contra la dura pared de la realidad de cada día, de que no se puede vivir solamente de amor.
—Solo te pido, Balbina de mi alma, mi amor, que me tengas paciencia, que no desesperemos, que este sueño será parte de nuestra vida, que podremos tener lo suficiente para luchar contra ese cáncer maligno que no nos ha dejado tener hijos y que amenaza tu vida. Pido a Dios que me permita seguirte mostrando todo mi amor, porque estos diez años han sido los más felices de mi vida, junto a ti. Y que Dios nos ilumine, y se haga su voluntad.
Ella le respondió con la mirada, con todo su amor. No podía decir que no. Él le contagiaba su entusiasmo y sus ganas de vivir. Le dio un beso en la boca, y se fundieron en un abrazo, entre la incertidumbre de la vida, pero con la esperanza cierta de su fe en Dios.
*****
Cinco años habían pasado.
Por el micrófono comenzó a hablar.
—A pesar de todo, contra viento y marea, hoy es un gran día. Después del esfuerzo de tres vidas, la de mi abuelo, la de mi padre y la mía, por fin tenemos el mejor vino del mundo. Porque el mejor vino del mundo es como los colores, al gusto de cada quien, siempre y cuando haya nacido de un corazón noble y honesto, y fuera creado con cariño y minucioso cuidado, contento, alegre, acorde con el proceso milenario de distintas
civilizaciones y épocas de sus creadores en su paso por este mundo. Recuerdo la frase en latín que mi tío el sacerdote aludía siempre en las festividades de la familia, desde que fue ordenado hasta que murió a los 115 años. Él decía, y decía bien: “Bonum vinum laetificat cor hominis”: El buen vino alegra el corazón del hombre…
Los invitados a la inauguración del restaurante rieron, y chocaron sus copas. Se deleitaron con el sabor fuerte, enérgico, pero cordial y que les producía un alegre cosquilleo en el paladar, además de un rico e inexplicable estremecimiento desde la espalda baja hasta la nuca. Delicioso.
Él levantó la botella, con la etiqueta de frente para ver el nombre grabado en letras preciosas: Tinto León del Río Duero.
Se leía más abajo: DO (Denominación de Origen). Toro.
Y un lema: “Enriquecido por nuestro río y bendecido por nuestro Dios”.
Levantó los ojos y agradeció al Creador. Se agachó para dar un beso en la mejilla a su bebé de un año, Milagros Balbina, quien le sonreía, y se removía inquieta en la carreola.
Y dijo en voz alta, mientras los demás, con respeto, respondían al brindis:
— Salud, esposa mía, te amo, hasta el cielo…
