jueves, diciembre 26, 2024
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Monterrey

El olor de los moribundos

—El socavón está lleno de gases y enjambres de moscas carroñeras, no podemos entrar hasta que nos traigan las mascarillas especializadas, bajaron dos compañeros embozados con pañuelos pero los tuvieron que sacar rápido, estaban entre blancos y amarillos por los olores fétidos y no dejaban de vomitar. Dicen que está peor que en el rastro, que nunca habían tenido qué oler algo semejante. Y eso que ya tienen muchos años de experiencia. Peor cosa, que uno de ellos se resbaló y salió embadurnado de un lodo putrefacto que espantó hasta a los perros callejeros. Ya lo están bañando con una manguera a presión…

—¿Pero qué va a pasar? Los vecinos no dejan de quejarse en la municipalidad y nos están llamando al periódico, tanto por el olor y las moscas como por el hoyo, aunque no sea una calle tan transitada— reclamó el reportero al funcionario de Sanidad.

—Agua y Drenaje es de nuestra competencia, pero por ahora no podemos hacer nada, ya pedimos a Obras Públicas que ponga señalamientos y vallas para que nadie se acerque. Esperaremos a que lleguen las máscaras antigas, porque hace años varios compañeros se nos murieron por causa de unas emanaciones tóxicas en una tenería. Vamos a analizar los lodos y las sustancias encontradas pero seguro vamos a multar a las carnicerías del rumbo, yo creo que alguien está arrojando sus desechos y carne podrida al drenaje. Aunque por lo que parece es

un drenaje antiguo o un arroyo entubado y no es de la red que atendemos nosotros, ya ha pasado antes.

—¿Será un túnel de los cristeros?

—Esos son puros cuentos, sí hemos encontrado algunos pasajes de calicanto en otras partes de la zona pero no son escondites o salidas de escape, sino antiguos desagües que bajaban desde el centro y desembocaban en el río por gravedad. Con el tiempo algunos quedaron olvidados, otros están llenos de tierra y es peligroso entrar por los derrumbes, más por la humedad que hay allí abajo. Además abundan las colonias de ratas que se alimentan de los desechos, una vez hasta se comieron un perro pastor alemán que al parecer se rompió una pata al caer por una alcantarilla abierta, y lo dejaron en puros huesos, limpiecito. Hemos sufrido el robo de muchas tapas metálicas de alcantarillas, que luego los ladrones malbaratan en las recicladoras.

—¿Podemos bajar nosotros también cuando vayan a reparar?

—No te lo recomiendo, ahí no hay nada, solamente agua podrida, excremento y productos químicos mezclados, como detergente, aceite de motor, aceite de cocina, diésel, curtientes, ácidos, puede ser hasta un revoltijo explosivo o incendiario. Hay algunos veneros de los que de manera ocasional brotan aguas del manto freático, sobre todo en la temporada de más precipitaciones, en esa parte no hay drenaje pluvial, se juntan las

aguas de lluvia con las del drenaje. Pero no tenemos presupuesto para otras obras, nada más para las reparaciones urgentes. Es muy peligroso bajar porque en algunos sitios las estructuras de esos pasajes de calicanto datan de hace casi 200 años y varios tramos se han colapsado. No es cierto que cabían hasta jinetes montados en sus caballos, si acaso, esos drenajes miden un metro de altura, hay que caminar agachados, a gatas o en cuclillas. Una persona obesa no cabe por allí. Además hay puntas de varillas oxidadas, por los cimientos de las construcciones, o clavos y pequeños fierros antiguos.

—¿Han encontrado tesoros en esos túneles?

—En todos los años que tengo trabajando aquí, hemos hallado en el drenaje algunas monedas casi destruidas por el óxido, son de cobre casi todas, muy pocas de níquel y dos o tres de plata, aunque la plata no se oxida igual pero sí se pone negra y se destruye con el tiempo si le caen productos químicos con azufre; son monedas muy desgastadas que se le habrán perdido o se le cayeron por accidente a alguien. Pero no más. No se crean de esos cuentos fantásticos, de que allá abajo hay tesoros escondidos. Si los hubiéramos encontrado, yo ya me habría hecho rico y ya estaría jubilado ¿O no creen?

—Pues sí, tiene razón. Oiga, pero cuando bajen apúntenos, para ir con ustedes, prometemos no estorbar, y luego le compartimos las fotos.

—No creo que haya problema, pero sí van a tener que esperar. Oye… ¿Y tus compañeros de los otros medios no vinieron?

—Dijeron que no les interesaba la nota, que no era más que una alcantarilla rota y que hubiera sido noticia si un coche o un camión hubieran caído ahí. A mí sí me interesa, porque está en el primer cuadro del centro y vi que podría haber algunos vestigios de túneles, y eso forma parte de la historia, hasta podrían llegar a ser una atracción turística. Además hemos recibido muchas llamadas de reporte de la ciudadanía pues la verdad sí huele demasiado.

—Nos vamos a dar prisa en reparar el drenaje y el pavimento, eso te lo puedo asegurar.

Leonardo Moreno Aldana, reportero de guardia en su periódico, no menospreciaba ninguna nota porque si algo había aprendido en el oficio era que detrás de la historia más pequeña o de alguna llamada o queja, estaba siempre una historia más grande y enriquecedora o de servicio a la comunidad.

Al salir, el fotógrafo Paco Dueñas le dijo:

—Vamos a las catacumbas debajo de Catedral, para ver si podemos encontrar alguna entrada a los túneles. Yo fui monaguillo y me contaban los más grandes que sí había una puertita para bajar, pero que luego la clausuraron –propuso.

Ambos acordaron que como pretexto dirían que realizaban un reportaje de las catacumbas, sobre las criptas históricas en el subterráneo.

Por obvias razones, no los dejaron entrar más allá que al público en general o a los feligreses en peregrinación, mucho menos para buscar una entrada a unos supuestos túneles cuya existencia era un mito del que nadie podría o querría afirmar o negar por con certeza su existencia.

—¿Cuánto crees que puedas aguantar la respiración allá adentro del socavón? —lo retó imprudente el fotógrafo.

—Pues yo creo que por lo menos sí aguanto unos tres minutos.

—Hay que aprovechar que no hay gente en la madrugada, y ver hasta dónde llegamos en esos tres minutos, para tomar algunas fotos siquiera. Luego nos regresamos a respirar. Nos cargamos unas lámparas, como las de excursionistas. ¿O tienes miedo?

—No tengo miedo. Aunque quién sabe qué haya abajo. Pienso que está bien correr algunos riesgos de vez en cuando, ya ves lo que dice Gabriel García Márquez, que “el temor es la fuerza más extraordinaria que hay en la vida”. Pero no es miedo, es precaución, no nos vayamos a quedar a medio camino, creo que hay que esperar a tener las mascarillas antigas.

—Pero no sabemos cuánto tarden en traerlas.

—Bueno, pero de todos modos hay que llevar unos pañuelos húmedos, para no tragarnos esa pestilencia. Huele a pura caca y a perro muerto, a rayos y centellas.

—No, huele peor que la caca, quién sabe qué tanto hay allá abajo, animales muertos, ratas, hasta cocodrilos

—Serán caca—drilos, andan flotando los mojones y los zepelines.

—Prepárate pues, vamos a la madrugada.

Sigilosos, a las cuatro de la mañana llegaron para bajar por el socavón. Solamente había algunas vallas encadenadas con señalamientos para resguardar el sitio.

—Futa máquina, aquí huele a cadáver –dijo el reportero.

—El que es buen cazador soporta cualquier olor, ya no te quejes, que apesta igual en el relleno sanitario.

—Pero este olor es algo diferente, no es lo mismo, huele peor que los lixiviados. Es más parecido al olor de la planta de tratamiento de desechos en el rastro, y más penetrante y picoso, se mete por la frente hasta el cerebro, da comezón en los senos paranasales, pero no se puede uno rascar.

—Ugh… Es cierto, ya le di el golpe… uffff… se siente como si se encajara un clavo en el cerebro…

—Pues ni modo, ya estamos aquí, ahora te aguantas…

Amarraron una cuerda con nudos a un tornillo saliente donde antes había un poste de alumbrado. Bajaron poco a poco, en rappel.

Al llegar al fondo, a cuatro metros de profundidad, el fotógrafo tiró de la cuerda y la sacudió para soltarla del tornillo.

—No… ¿Qué hiciste?

—Me traje la cuerda para no dejar pistas y que no se den cuenta que bajamos.

—No hubieras hecho eso… ¿Y ahora cómo vamos a subir?

—Al rato vemos, hombre. ¿Y qué tal que necesitamos la cuerda acá abajo, que haya algún pozo o cueva?

—Pues ya qué. Me hubieras preguntado.

—Ya estamos abajo, a ver, hay que aguantar la respiración…

Alumbraron con linternas el pasadizo, al que no se le veía fondo. Detrás de ellos la ocasional caída de las aguas negras del drenaje provocaba un sonido intermitente. A cada paso espantaban a las decenas de moscas posadas en los desechos.

Mientras más se adentraban de cuclillas en el túnel comenzaron a escuchar resoplidos fuertes, cada vez más cerca, y sintieron el vaho de unas exhalaciones cargadas con olores putrefactos, aunque con la luz de las linternas no alcanzaban a

distinguir más allá de unos metros. Un escalofrío en la nuca los hizo retroceder entre telarañas, moscas verdes y cucarachas albinas, y arrepentidos por ese arranque de falsa y frágil valentía, a resbalones y aferrados uno de la pierna del otro, alertados con sus propias exclamaciones de terror, avanzaron de regreso y en reversa hacia la luz de la calle, hacia arriba, a la superficie.

Pero por la impresión y el susto, les faltaba un tramo para llegar a la salida cuando no pudieron aguantar más la respiración y por el instinto de conservación debieron beberse varias bocanadas y llenarse hasta el último resquicio de los pulmones con aquel aire nauseabundo y denso.

Al salir al claro del socavón, entre sofocos, amagos de vómito y la desesperación por huir, por más que brincaban o se estiraban de puntitas y tiraban agarrones a la orilla, se revolcaron en el lodo apestoso y los escombros del pavimento a cuatro metros de profundidad, hasta que de manera providencial encontraron la punta de un cable telefónico podrido pero aún resistente y pudieron colgarse de él para subir.

Al borde del desmayo, aunque ya a salvo, el reportero dijo al fotógrafo, con los ojos llorosos y en medio de arcadas de vómito:

—Agh… Ahora sé lo que se siente con la claustrofobia. Hasta creo que me tragué varias moscas. Ya no vuelvo a hacerte caso, ya ni la friegas, hombre…

—Yo estoy igual, y todavía traigo el vómito en el cogote, nos faltó venir más equipados, aquí está más lleno de inmundicias de lo que pensamos. Es cierto, mejor hay que esperarnos a entrar con mascarillas.

—¿Escuchaste lo mismo que yo?

—Sí, eran bufidos de algún animal, o de alguna persona muy enojada, alguien o algo no quiere que entremos, hay que traer un arma con qué defendernos, un machete o un bat, o aunque sea una varilla, qué tal que nos agarra desprevenidos…

—No, ya mejor nos esperamos a que bajen otra vez los de Agua y Drenaje, y que ellos vayan por delante, tienen más experiencia.

Pero los trabajadores del sistema de Agua y Drenaje no los esperaron, sino que esa mañana a primera hora laboral, ya equipados con las mascarillas apropiadas, recorrieron el túnel viejo y solamente hallaron ratas, insectos y lo que describieron como una sustancia viscosa y repugnante, que emanaba un aroma fétido, pestilente. El final de aquel conducto los llevó directo a un vertedero lleno de escombros pero tapiado, y al tratar de abrir con marro y cincel una vía de salida hacia la superficie, rompieron una de las placas de losa en el piso de las catacumbas del Expiatorio, en el área de las criptas de los obispos, e hicieron tal ruido que cuando emergieron del túnel se encontraron con espectadores espantados y desconcertados por aquella irrupción sorpresiva al

sitio memorial subterráneo. El lugar fue desalojado de inmediato, por el peligro que podían significar las emanaciones putrefactas desde aquel drenaje clausurado muchos años atrás.

Dos días después, el director de Sanidad pidió de manera confidencial la intervención de la policía, al determinar mediante análisis de laboratorio que aquella sustancia viscosa del túnel tenía sin ninguna duda procedencia humana, una extraña mezcla de sangre corrompida y restos de vísceras diversas, aunque no hubieran encontrado mayores restos o pistas de algún crimen. Y no era poca la evidencia, pues se encontraba a lo largo de varias cuadras cercanas al Expiatorio, además de descubrir otro pasaje que se presumía podría llegar hasta la Catedral.

El reportero Leo, quien se encontraba en la antesala de la oficina del director de Sanidad en espera de una entrevista (en parte para reclamarle que no les habían avisado para bajar al drenaje o túnel o lo que fuera), por casualidad escuchó la conversación telefónica de la solicitud al Jefe de policía, y de inmediato supo que detrás del asunto del socavón podría encontrarse el caso de un posible asesino serial.

Cuando le tocó el turno de entrar, Leo se olvidó del tema por el hundimiento de la tierra y dejó de lado el que aún estaba molesto por la omisión del funcionario.

—Jefe, disculpe, ya acá entre nos, fuera de entrevista, cuénteme la verdad, lo que hay detrás del asunto del socavón.

—Pues… para qué te miento. ¿Pero es off the record, eh? Tú sabes que yo soy médico, y cuando fui a supervisar los trabajos en el socavón supe que hay algo que nos sobrepasa como organismo municipal, y posiblemente vaya a ser de un gran impacto para nuestra ciudad. Desde el inicio lo que encontré ahí fue el olor de la muerte, de cuerpos humanos en descomposición. Ese olor es entre rancio y picante mezclado de aromas de un dulzor repulsivo. Ese aroma es incluso diferente al de los animales en putrefacción. Cuando me acercaba, desde dos cuadras antes me dio el olor como a jazmines y frutas, pero al llegar, me dio el tufazo inconfundible. Mira, para entrar en contexto, algunos científicos que estudian el olor de la muerte han realizado estudios conductuales y exponen personas al olor de la putrescina, que puede funcionar como una señal de advertencia quimiosensorial, que activa respuestas para hacer frente a amenazas (por ejemplo, mayor alerta, respuestas de lucha o huida). Lo que es evidente es que los seres humanos pueden procesar la putrescina y la cadaverina como una señal de advertencia que moviliza respuestas protectoras para afrontar amenazas. Se sabe que estas sustancias activan el núcleo central de la amígdala la cual envía una señal al hipotálamo y el tronco encefálico, que preparan al organismo para la lucha o huida frente a estímulos amenazantes. Los forenses pueden conocer el momento de la muerte ante unos restos cadavéricos, porque los compuestos orgánicos volátiles liberados durante la descomposición son más de 450 sustancias. El olor distintivo de la muerte de una persona, viene caracterizado entre

otras sustancias químicas por las volátiles diaminas cadaverina y putrescina (llamadas también necromonas), son sustancias con potentes efectos fisiológicos como otras sustancias hormonales que conocemos bien como la histamina, serotonina, dopamina y adrenalina. Esas “firmas químicas” de los cadáveres pueden permitir la detección de entierros clandestinos. Los compuestos más conocidos son la cadaverina y la putrescina. El aroma de ambos se describe coloquialmente como de «carne podrida», y tienen umbrales de olor muy bajos. Es decir, su presencia es detectada por nuestras fosas nasales a muy baja cantidad. Estas sustancias, aunque tengan un nombre fúnebre, se encuentran en otros procesos fisiológicos. Por ejemplo, en la halitosis (es decir, mal aliento), así como en la orina y semen. Otros dos compuestos clave en la lista son el indol y su derivado el escatol. Lo extraño de ambas es que, a bajas concentraciones, en realidad se perciben a modo de aromas florales bastante agradables. De hecho el indol se encuentra en el aceite de jazmín, que se usa en muchos perfumes, y el escatol sintético se emplea en pequeñas cantidades como saborizante en helados, y también se encuentra en perfumes. Una gran cantidad de compuestos que contienen azufre contribuyen al olor a descomposición. Los aromas del cadáver o compuestos emitidos firman sobre todo con el sulfuro de hidrógeno (que huele a huevos podridos). Curiosamente, sustancias producidas por la degradación de los tejidos grasos, los músculos y los carbohidratos, también son responsables de los olores fuertes e intensos emitidos por ciertas frutas como las

frambuesas y las piñas. Así que el aroma del cadáver humano es, según los científicos, un poco afrutado. Y por las evidencias que nos confirmó el laboratorio que analizó los lodos pestilentes, yo no tengo ninguna duda de que allá abajo puede haber un depósito clandestino de no sé cuántos cadáveres…

El reportero sintió que la sangre se le fue a los pies, y un escalofrío le recorrió la espalda y la nuca. No pensó en que sería una nota principal más de un día cualquiera en su periódico, sino más allá, aunque aún sin determinar la magnitud, el hecho podría representar la mayor tragedia que hubiera ocurrido en la ciudad, en toda su historia.

Por unos segundos se quedó demudado, con la boca abierta, y luego preguntó:

—¿Podremos estar presentes ahora sí cuando bajen?

—El asunto ya no está en mi jurisdicción, nosotros vamos a colaborar en lo posible, pero ya es un caso que le corresponde a la policía. Puedes hablar con el Jefe, por mí no hay problema. Disculpa, que el otro día no les avisamos porque podía ser riesgoso para ustedes.

Al salir, Leo pidió a la asistente que le agendaran otra entrevista para luego, por si acaso, y se trasladó a las oficinas de Seguridad Pública y Prevención, donde abordó al titular, quien lo conocía desde que fueron compañeros en el bachillerato.

—Jefe, te propongo algo, y te compartimos todo el material fotográfico y las notas, pero solamente que nos dejes participar en las investigaciones del socavón.

—Pero bajo su propio riesgo.

—Sí, está bien, pero vamos con mascarillas y todo el equipamiento, igual que los agentes.

—Dime, y lo vemos.

—¿Qué tal que ahora en lugar de recorrer hacia el centro, hacia el Expiatorio o a la Catedral, nos vamos en sentido contrario por el mismo túnel, hacia el río, donde desemboca? Ya ves que los de Agua y Drenaje no encontraron nada.

—Bien, pero nos firman una responsiva de descargo bajo su propia responsabilidad por si pasa algo.

—De acuerdo.

—Conste. Prepárense, el equipo sale mañana a las diez, pero desayunen ligero, porque seguramente habrá más de alguno que se va a vomitar por el trayecto. Ah, y hoy pasen por el consultorio de la oficina para que el doctor les ponga una inyección de refuerzo contra el tétanos. Allá abajo hay muchas varillas y fierros oxidados, ya me lo advirtió el jefe de Sanidad. Solamente irán ustedes de prensa, no le digan a otros reporteros, porque luego va a ser una pachanga allá abajo.

—¿Tú irás?

—No, tengo reunión del Consejo de Seguridad, me toca ser anfitrión porque vendrá el Alcalde. Estaré pendiente por radio. Irán tres agentes de toda mi confianza. Lo que sí les pido es mucha discreción.

—Cuenta con eso.

La mañana siguiente, cargados de adrenalina y sin ninguna certeza de lo que encontrarían, tres agentes de policía armados, dos empleados de Agua y Drenaje, seguidos por el reportero y el fotógrafo, emprendieron la travesía aventurada por el lúgubre túnel viejo. Avanzaban con mucha dificultad debido a que llevaban escaleras metálicas para apuntalar algún posible derrumbe, cuerdas, cascos con linternas, lámparas de mano, botas de hule, guantes de caucho, impermeables, un radio para comunicarse ante cualquier emergencia, mascarillas antigas, y pomos con un ungüento alcanforado, con trementina, mentol, esencia de eucalipto y timol que se untaron bajo la nariz para disimular y resistir en lo posible aquel repulsivo y penetrante olor a muerte.

En la superficie, los aguardaban dos agentes más acompañados por dos perros adiestrados, para resguardar el acceso y quedar pendientes de cualquier contingencia.

En algunos sitios, aquella sustancia viscosa estaba ya cristalizada y quebradiza, por lo que al pasar sobre ella se escuchaba como andar entre vidrios, pero se desprendía un

polvillo fino de color pardo a la luz de las linternas, con un olor rancio y picante aunque con un dulzor repulsivo (el mismo del que le habló el jefe de Sanidad), que les causaba estornudos y accesos de tos y vómito a pesar de las mascarillas antigas.

Aquel mismo olor les causaba ansiedad y miedo, por lo que cualquier ruido los alertaba, y en el fondo aunque no lo expresaban, los angustiaba estar en un pasaje tan estrecho y oscuro en el cual no habría manera de escapar rápido en sentido contrario.

Por la falta de experiencia de los policías en el avance por túneles reducidos, el operativo se suspendió cuando luego de cuatro horas de reptar con dificultad apenas recorrieron por el subsuelo una distancia que calcularon en tres cuadras. El equipo les estorbaba, sobre todo las escaleras metálicas y los impermeables pesados además de las armas, y resolvieron volver al día siguiente pero con herramientas menos voluminosas, al ya conocer al menos una parte del recorrido.

Descansaron unos minutos, entumecidos en aquel espacio claustrofóbico, ante la imposibilidad de darse la vuelta para regresar rápido. Avanzar de reversa les tomó otras cuatro horas, porque además aplastaban y se resbalaban en los restos del vómito que sembraron todos en el trayecto.

Salieron por fin, ocho horas después del ingreso, asqueados y con dolores musculares por el cansancio y los movimientos forzados.

No encontraron a los dos agentes con los perros, por lo cual sus compañeros supusieron que se habían retirado a descansar o a comer algo.

Uno de los agentes se comunicó por medio del radio con el Jefe de policía para que fueran a recogerlos y a trasladar el equipo, y prepararlo para el siguiente día.

Esperaron quince minutos para que llegara una unidad policiaca, pero al mismo tiempo arribaron los dos agentes con los perros adiestrados.

—¿Por qué se fueron sin avisar y nos dejaron desprotegidos? –reclamó uno de los agentes mientras se quitaba el impermeable y las botas de hule.

—Es que se acercó a fisgonear una mujer muy misteriosa, se asomaba muy insistente al túnel por donde se fueron ustedes, como que era una indigente, que llevaba una bolsa grande y transparente donde cargaba latas y envases vacíos, se puso a hablar sola y señalaba de pronto hacia abajo, y se balanceaba, movía mucho los hombros. Nosotros habíamos ido a la tienda a comprar aunque fuera un bolillo con crema y vinagre, porque ya nos andaba del hambre. Los perros empezaron a ladrar hacia donde estaba la mujer, yo creo que olieron algo, y ella como que

se puso nerviosa, se echó a correr aunque iba cojeando y dejó tirada su bolsa. La seguimos pero no la alcanzamos, se nos perdió por el rumbo de San Juan de Dios, los perros se quedaron desorientados y no siguieron el rastro, aunque empezaron a aullar y a moverse en círculos, como que estornudaban o algo les picaba en la nariz, se pusieron muy inquietos. Para mí que esa mujer ha de tener algo qué ver o sabe algo.

—Mañana vamos a volver a entrar al túnel, no encontramos todavía nada, repórtenle al jefe para también buscar a la mujer. Pero por lo que dicen, sí podría ser que sepa algo, porque el túnel va más o menos en esa dirección, para San Juan de Dios. De todos modos, hay que pedir que se quede alguien de guardia para vigilar el socavón.

Al día siguiente los mismos integrantes del grupo emprendieron de nuevo la travesía por el túnel del drenaje, ya más ligeros y menos asustados porque conocían que al menos durante el tramo recorrido no habría sorpresas.

Pero luego de cien metros después de la parte conocida, se encontraron con un montón de escombros que taponaba el estrecho pasaje.

El agente que encabezaba la cuadrilla pidió a uno de los empleados de Agua y Drenaje que revisara el obstáculo para determinar si era posible continuar.

Como pudieron, apretujados todos los de adelante, intercambiaron sus lugares el agente y el empleado, y luego de unos minutos, este último señaló sus conclusiones:

—Estos escombros traen tierra húmeda, los acaban de echar aquí así que están frescos y se pueden remover fácil, nada más que vamos a tener qué irlos tirando para atrás y que el último de la fila los vaya recorriendo con los pies hasta donde alcance.

Con las manos y luego con los pies, los agentes, los empleados, reportero y fotógrafo, echaban hacia atrás los materiales de desecho, cuidando al mismo tiempo de que no se formara un tapón igual que les dificultara el regreso. Al menos parte del material servía de colchón para no estar tendidos sobre el lodo putrefacto y maloliente.

Tardaron una hora en retirar la mayor cantidad posible de escombros, hasta que se abrieron paso, y mientras más avanzaban comenzaba a ampliarse el conducto, hasta que un par de cientos de metros adelante, pudieron caminar erguidos.

—¡Aaaahhhhhyyyyjuesú …!

El agente que lideraba el grupo gritó espantado y en su afán de escape derribó a los demás, que caminaban atrás de él.

—¿Qué fue, qué pasó?

—¡Miren…!

El agente señalaba con la linterna de mano una cara deformada de color marrón crudo, sin ojos y sin dientes, clavada en la pared, cual si fuera una máscara, pero con el cuero de los brazos y todo el cuerpo unido con puntadas de hilo grueso. Parecía un remedo de cuerpo humano, o un disfraz colgado en los muros de calicanto.

Pero en las paredes pudieron ver a la luz de las linternas decenas de aquellos colgajos de diferentes tamaños, invadidos de moscas, algunos vestidos con uniforme de escuela secundaria oficial, de suéter verde, camisa blanca y pantalón o falda gris.

El líder se acercó a una pared, palpó la textura y el material, y dijo alarmado, al tiempo que sacaba su arma:

—¡Son pieles de personas!

Retrocedieron todos de inmediato, con los pelos de punta, horrorizados al sentirse rodeados por aquella galería tétrica y espeluznante, y el primer impulso de uno de los empleados de Agua y Drenaje fue escapar de regreso por el mismo túnel.

—¡Espérate! –dijo el policía— ¡No te muevas!

Vieron además otra galería larga llena con lo que parecían personas destazadas, brazos, piernas, torsos y cabezas amontonados y entrelazados de manera macabra, pero era una alucinación por causa del reflejo de las linternas: eran partes de muñecas y maniquíes inservibles, de los que seguramente eran desechados por las tiendas en las esquinas del centro.

Los otros dos agentes también sacaron sus armas.

—Háblenle al Jefe por radio –atinó a decir Leo.

Se sentían observados por presencias que no atinaban a ubicar aunque dirigían a todos lados la luz de las linternas.

—Jefe –murmuró el agente –es urgente que nos manden refuerzos al socavón, encontramos las pieles curtidas y cosidas de muchos muertos…

—No, vamos a tardar mucho tiempo para entrar por allí, mejor busca una salida, y así sabremos hacia dónde dirigirnos —respondió el superior.

—No sabemos dónde estamos, y no vemos una salida, es como un sótano.

—A ver, pónganse a buscar. ¿Los está atacando alguien, cuántos sospechosos hay?

—No vemos a nadie, está todo oscuro…

—Con calma, si no hay nadie que los ataque, tienen tiempo de buscar la salida. Sigue hablando. ¿Traes un teléfono celular?

—Ah, sí. Con el susto se me olvidó, lo traigo apagado.

—Pues préndelo, no seas… güey, mándame la ubicación y nosotros los buscamos desde la superficie.

En cuanto localizaron la posible dirección, por radio, el jefe policiaco pidió un equipo de 20 agentes y los puso en alerta.

—Esto no es un simulacro, repito, esto no es un simulacro, posibles sospechosos de asesinato, pueden estar armados, son peligrosos, échenle criterio a discreción y no duden en hacer uso de la fuerza y de las armas si fuera necesario para salvaguardar su integridad física. A ver, háblenle al Servicio Médico Forense, que nos sigan al menos dos de sus unidades al operativo.

Era una vecindad vieja por el rumbo de San Juan de Dios, en el número 800 de Manuel Doblado. La fachada era de ladrillo sin enjarrar, con grafittis de las pandillas de la zona.

Cuando bajaron los agentes del convoy policiaco, la puerta de la calle estaba cerrada, pero había un alambre amarrado por un extremo de un pilar que usaban los vecinos para no estar tocando. El primer agente jaló el alambre, y entraron a un patio central donde había lavaderos en el medio y unas mujeres platicaban mientras remojaban ropa. Unos niños jugaban con una pelota, y la vecina de la primera casa iba a salir pero se regresó asustada al ver a los policías, y cerró la puerta de un jalón.

—Por el retrato hablado que nos pasaron, podría ser ella una cómplice –dijo uno de los agentes.

—¡Abran la puerta y salgan con las manos sobre la cabeza! –gritó el líder del equipo.

Se escuchó que daban varias vueltas a la llave por dentro.

—¡Abran la puerta, ríndanse!

—¡Váyanse! ¿Qué quieren aquí? —gritó una mujer.

—¡Abran la puerta, o la abrimos por la fuerza!

—¡Aquí no hay nada! ¿Qué buscan?

Se escucharon cuatro disparos, y con la chapa de la puerta destrozada, cinco agentes entraron a la vivienda, pero se encontraron con dificultades para caminar entre cientos de envases vacíos, papel y cartón, y latas para el reciclado, para detener a la mujer, mientras el resto de los elementos policiacos se dispersaba por la vecindad para investigar a los demás vecinos. Los niños habían dejado de jugar, para observar boquiabiertos lo que para ellos era una película de policías y ladrones como en el cine o en la televisión, pero llevado hasta su vecindad, frente a ellos.

En ese momento entró el Jefe de la policía, y con su teléfono celular rastreaba la ubicación subterránea. Ingresó a la primera vivienda, donde la mujer gritaba, mientras la obligaban a soltar una bolsa negra llena de ropa vieja. Apenas si se podía avanzar con tantos materiales de desecho sucios y malolientes.

—¡Mi puerta, mi puerta, ya me fregaron mi puerta! ¡Los voy a demandar, no tienen una orden para invadir mi casa!

—A ver, señora… ¿Dónde está la entrada al sótano?

—Aquí no hay sótano, esta es una vecindad, nomás son de un piso las casas.

—Pues la señal me marca que mis compañeros están aquí abajo en un sótano, y ellos dicen que usted tiene escondidos varios cadáveres.

—¡Soy inocente, yo no he hecho nada!

—Pues si es inocente… ¿A dónde iba con tanta prisa? Jóvenes, hay que buscar la entrada al sótano.

Sacaron al patio como pudieron envases vacíos, cartón, periódicos apilados y latas, mientras los niños se divertían pateando lo que tenían a su alcance y las otras vecinas eran interrogadas.

A pesar de los reclamos de la mujer, buscaron alguna puerta, pasadizo, entrada o pared falsa. No encontraban el acceso, hasta que movieron un sillón viejo, y descubrieron cuatro mosaicos flojos, uno de ellos roto de una esquina, lo que facilitó levantarlos y remover una tapa de metal forrada con una placa de cemento.

—Espósenla y llévensela a los separos, mucho cuidado con ella.

Al abrir aquella entrada, de inmediato salió un enjambre de moscas y se esparció por toda la casa un tufo penetrante húmedo y picoso, que al respirarlo provocó que todos los policías quisieran salir huyendo.

—¡Acá estamos! –se escucharon los gritos desde el interior.

—Esperen, nosotros bajamos –dijo el Jefe. –Agh… No puede ser, aquí huele a muerte. Préstenme una mascarilla por favor, para bajar, y una linterna.

En un recoveco había una escalera de madera casi podrida, que crujió con el peso del Jefe policiaco.

Al llegar abajo, comenzó a iluminar el lugar y preguntó:

—¿Están bien todos?

—Sí –dijo Leo –pero hay muchas pieles curtidas de personas. No hemos podido contar, son demasiados muertos.

—¿Me aguantan todavía un rato acá abajo, mientras investigamos mejor?

—Pues sí, por lo menos sabemos que ya estamos a salvo y cerca de la superficie. Ya la verdad ni traemos nada en el estómago para vomitar, ya lo echamos todo afuera…

—Les creo. En un rato relevan a los compañeros, pero me imagino que tú y el fotógrafo siguen ¿No?

—La verdad sí, queremos contar el cuento completo. Esto es una masacre, es una gran tragedia.

Aquella era una cámara mortuoria tapizada con pieles humanas. De las paredes sin enjarrar escurrían mugre y sebo. Había dos tambos llenos hasta el tope con un líquido viscoso y pútrido, donde flotaban algunos trozos de lo que parecían tripas

de res. De dos contenedores fabricados con sacos de tela se colaba una sustancia que no se podía identificar hacia unos barriles de plástico azul con grandes manchas rojizas, y detrás en fila había unas tinajas de barro negro cubiertas con bolsas de plástico.

En una de las paredes había un letrero con grandes letras rojas garrapateadas y escurridas: “Tengan manos y no me atrapen, tengan ojos y no me miren, tengan oídos y no me escuchen, tengan lengua y no me acusen, tengan entendimiento y se confundan y enmudezcan los labios de los que intenten perjudicarme…”.

El Jefe de policía, un hombre muy religioso, les confirmó el origen de esas palabras. Pero no era el que imaginaban, que fuera de algún rito extraño.

—Es una parte de una oración que dicen ladrones, asesinos o gente que anda en malos pasos, antes de cometer sus crímenes. Pero tuercen el sentido a su conveniencia, y la dicen alrevesada según para que les funcione. Aunque esta vez no fue así.

Se hincó en el suelo sucio, y pidió a los demás que lo hicieran.

—Vamos a orar por las almas de toda esta gente asesinada, con la verdadera oración al Justo Juez: Divino y Justo Juez de vivos y muertos, eterno sol de justicia, encarnado en el casto vientre de la Virgen María por la salud del linaje humano. Justo

Juez, creador del cielo y de la tierra y muerto en la cruz por mi amor. Tú, que fuiste envuelto en un sudario y puesto en un sepulcro del que al tercer día resucitaste vencedor de la muerte y del infierno. Justo y Divino Juez, oye mis súplicas, atiende a mis ruegos, escucha mis peticiones y dales favorable despacho. Tu voz imperiosa serenaba las tempestades, sanaba a los enfermos y resucitaba a los muertos como a Lázaro y al hijo de la viuda de Naím. El imperio de tu voz ponía en fuga a los demonios, haciéndoles salir de los cuerpos de los poseídos, y dio vista a los ciegos, habla a los mudos, oído a los sordos y perdón a los pecadores, como a la Magdalena y al paralítico de la piscina. Tú te hiciste invisible a tus enemigos, a tu voz retrocedieron cayendo por tierra en el huerto los que fueron a aprisionarte, y cuando expirabas en la Cruz, a tu poderoso acento se estremecieron los orbes. Tú abriste las cárceles a Pedro y lo sacaste de ellas sin ser visto por la guardia de Herodes. Tú salvaste a Dimas y perdonaste a la adúltera. Te suplico, Justo Juez me libres de todos mis enemigos, visibles e invisibles: la Sábana Santa en que fuiste envuelto me cubra, tu sagrada sombra me esconda, el velo que cubrió tus ojos ciegue a los que me persiguen y los que me deseen mal, ojos tengan y no me vean, manos tengan y no me tienten, oídos tengan y no me oigan, lengua tengan y no me acusen y sus labios enmudezcan en los tribunales cuando intenten perjudicarme. ¡Oh, Jesucristo, Justo Juez y Divino Juez! Favoréceme en toda clase de angustias y aflicciones, lances y compromisos, y haz que al involucrarte y aclamar al imperio de tu

poderosa y santa voz llamándote en mi auxilio, las prisiones se abran, las cadenas y los lazos se rompan, los grillos y las rejas se quiebren, los cuchillos se doblen y toda arma que sea en mi contra se embote e inutilice. Ni los caballos me alcancen, ni los espías me miren, ni me encuentren. Tu sangre me bañe, tu manto me cubra, tu mano me bendiga, tu poder me oculte, tu cruz me defienda y sea mi escudo en la vida y en la hora de mi muerte. ¡Oh, Justo Juez, Hijo del Eterno Padre, que con Él y con el Espíritu Santo eres un solo Dios verdadero! ¡Oh, Verbo Divino hecho hombre! Yo te suplico me cubras con el manto de la Santísima Trinidad para que, libre de todos los peligros, glorifique tu Santo Nombre. Amén. Descansen en paz…

Por un momento se unieron todos los presentes en la oración. Al final, se levantaron todos y guardaron un respetuoso silencio, mientras se santiguaban.

El Jefe de policía comenzó a examinar las pieles colgadas en los muros. Era una escena terrible, surrealista, de pesadilla.

—Qué barbaridad, si eran puros chavitos y chavitas de secundaria. No me explico qué haya pasado para que terminaran aquí. A esa edad el carácter se vuelve difícil y rebelde, digo, es un tiempo complicado, más si sientes que todos están en tu contra o se burlan de ti y quieres acabarte el mundo a mordidas. Pero no creo que ninguno de ellos se mereciera morir. La muerte siempre es una tragedia.

—Esto es una pesadilla, Jefe.

—Sí, imagino el dolor inmenso que van a sentir sus padres y sus familias cuando lo sepan.

—Va a ser muy duro para todos.

—Te pido ser muy discreto, no hay que causar alarma en la ciudad.

—Esto es de gran magnitud, es una gran tragedia para todos, a nivel nacional. Yo me comprometo a dar un tratamiento muy humano a la información. Jefe. Primero, daremos los datos de la detención y de los hallazgos en general. Luego, ya publicaremos poco a poco lo que se vaya confirmando.

—Me parece muy bien.

—Incluso, las fotos no las publicaremos tal cual con todo lo que hay aquí, vamos a editarlas para que no sean tan gráficas, tú sabes que no somos de ese estilo, ni amarillistas ni mucho menos.

—De acuerdo, pero por favor, compártenos desde hoy mismo todas las fotos, para las investigaciones.

—Jefe, présteme una lap top –dijo el fotógrafo— y ahorita mismo descargo los archivos de la memoria, son casi 500 fotos las que he tomado de ayer a hoy.

—Te agradezco mucho, ahorita consigo la computadora. Mientras, van a realizar los exámenes de la mujer detenida, y la

declaración, aún no sabemos si tiene cómplices o actuó sola. Mañana los espero en la oficina para darles detalles de los avances. Pero en un rato háblame por si hay alguna novedad.

Ya en el periódico, Leo comenzaba a redactar la nota, cuando recibió la llamada del Jefe de policía.

—Ya confesó. Esta mujer está trastornada de sus facultades mentales, dice que ella no mató a nadie, que todos solitos se murieron de hambre y ella nada más los ayudó para salvar sus almas. Pero no ha querido decir cuánta gente fue, hay una treintena de pieles colgando de los muros, pero dos son de niñas pequeñas, y dos más son de personas mayores, y dice que no sabe ni se acuerda de más.

—Muchas gracias por la atención, Jefe, vamos a ser lo más discretos que se pueda.

—De verdad te agradezco mucho. Los espero mañana en la oficina con los avances.

El día siguiente la noticia causó revuelo a nivel nacional.

“Detienen a presunta homicida”, era la nota de ocho columnas en la primera página, con dos sumarios:

“Encuentran cadáveres

ocultos en su casa”

“Curtía y colgaba en muros

las pieles de las víctimas”

El Jefe de policía los esperaba desde primera hora en su oficina, con un altero de periódicos que había comprado para regalar a sus amistades, y hasta a los reporteros de la competencia. Estaba contento, y recibió al reportero Leo y al fotógrafo con un abrazo y fuertes y sonoras palmadas en la espalda. Los invitó a pasar a la oficina, y cerró la puerta.

—Muchas gracias por todo. Aquí están los resultados preliminares de la investigación, después de los primeros exámenes médicos y psicológicos, y del interrogatorio. Este parte informativo no se lo voy a soltar a todos, ustedes lo tendrán en exclusiva, por toda la ayuda que nos dieron, pero si alguien pregunta, yo voy a decir que no sé de dónde lo sacaron. A ellos se los entregaremos mañana. Además ustedes saben bien la historia porque estaban ahí. Denle nomás una revolcadita para que suene a noticiero de televisión. Ya que nos exhibieron a nivel nacional otros medios y se fusilaron tu nota desde temprano, también hay que darles “carnita” con lo que salga mañana para que nos echen porras y vean que sí estamos trabajando. Ya me habló el comisionado nacional para felicitarme, y yo creo que de aquí, me voy pa`rriba. Pero no le vayan a echar de su cosecha, ¿eh?

El reportero y el fotógrafo rieron más a fuerza que de ganas, porque sabían que descubrir a la asesina confesa había sido un mero chiripazo.

Al salir con las copias del parte policiaco y del reporte médico dijo el reportero en voz baja:

—Todo fue por casualidad, como el burro que tocó la flauta…

—Xacto… —respondió el fotógrafo.

Abordaron el auto en el que llegaron apenas quince minutos antes, y durante el camino de regreso al periódico guardaron silencio, cada uno perdido entre sus pensamientos y en el repaso mental para realizar mejor el trabajo del día, lo que sería después una nota nacional. Pero impactados por todo lo que presenciaron y vivieron en unas cuantas horas.

Cuando llegaron aún estaban en modo de piloto automático, y se quedaron como zombies, hasta que minutos después el fotógrafo bajó primero de su nube.

—¿Y ahora?

—Pues hay que traducir el parte, porque imagínate que ha de estar redactado a las carreras, en “lenguaje policiaco” y con la sintaxis al revés y lleno de faltas de ortografía.

—Bueno, yo mientras voy a descargar las últimas fotos de ayer. Oye, tengo hambre. ¿No se te antojan unos tacos de carnitas o una torta ahogada?

—Sácate a volar, estás viendo, traemos la peste andando, anoche y hoy por la mañana por más que me bañé y me tallé, ese olor a muerto lo traigo en la punta de la nariz, como que se metió hasta la frente o al cerebro, yo creo que no voy a poder comer carne en un buen tiempo…

—Zas, ni modo, yo te iba a invitar…

—Mejor hay que terminar temprano, ni pude dormir bien, tuve pesadillas. Apenas me empezaba a dormir cuando sentía que seguía adentro de ese drenaje lleno de porquería, que empezaban a hablar las personas muertas desde sus pieles descarnadas, y me despertaba sudando….

—Ok, bueno, ya estás, hay que salir pues de volada…

Leyó primero el reporte médico, más corto:

“De acuerdo a los análisis generales, la mujer examinada, de nombre Eufemia Lupercio Tonatiuh, sin golpes ni heridas visibles, con un peso de 45 kilos, quien refiere tener aproximadamente 45 años de edad aunque dice no recordar con exactitud la fecha, a simple vista presenta polidactilia en la mano izquierda y ambos pies, vestigios de una operación en la mano derecha para retirar el sexto dedo desde la primera falange, hirsutismo, desnutrición y estrabismo, además de leves

escoriaciones en piel debido a infecciones herpéticas. Los análisis de sangre determinan anemia en primer grado, y se le detectaron diferentes compuestos medicamentosos (algunos de ellos de uso controlado), y de efectos secundarios, tales como: Un anticonvulsivo, un antidepresivo, un antiinflamatorio, betabloqueantes para reducir la ansiedad, hormonas femeninas para evitar el crecimiento del vello, un medicamento para la tos, un spray nasal, un analgésico para dolor de cabeza. La tomografía axial computarizada le detectó líquido en los pulmones y mediante un cultivo se le encontró una infección atípica de bacterias en las vías respiratorias, así como un tumor cerebral en la región occipital del hemisferio izquierdo, que le oprime el lóbulo y causa la compresión en el nervio óptico del mismo lado. Se presume una función motora disminuida a causa del tumor, así como diferentes espasmos y tics nerviosos residuales de epilepsia controlada por medicamentos, y una posible dependencia física a sustancias narcóticas, alcohol, tabaco y medicamentos diversos. Se le aplicó un cóctel de medicamentos para el dolor y para sus padecimientos nerviosos que podrían catalogarse como de largo trayecto, quizá heredados por sus padres. Dichos medicamentos se le aplicaron también para que la persona esté apta para rendir su declaración preliminar ante la autoridad correspondiente. Se advierte un trastorno de ansiedad generalizada con tics de la función motora como guiños, movimientos de los hombros como si se sacudiera, sorber los mocos y tronarse el cuello, tras lo cual repite exclamaciones de alivio o de gozo. Refiere una sombra gris

en el ojo derecho que conforme a los síntomas generales podría tratarse de retinopatía diabética. Por su depresión y farmacodependencia, se recomienda continuar con la dosis de medicamento para evitar un estado agresivo, pues cuando arribó a este despacho mordió a dos auxiliares pasantes de enfermería que prestan su servicio social en este consultorio. Como nota adicional, se le prescribe a esta persona un tratamiento psicológico y psiquiátrico a largo plazo pues vive en su propia realidad alterada y sin normas morales, no se da cuenta de la dimensión y las consecuencias de sus actos, sufre de alucinaciones, delirio de persecución, esquizofrenia, psicosis maniacodepresiva, a reserva de estudios más detallados y consulta con los especialistas del ramo. Cursa al parecer con lagunas mentales y amnesia anterógrada (no tiene memoria de corto plazo). Muestra excitación con tendencias de tipo fetichista ante los olores fuertes, afición que adquirió según refiere, cuando murió uno de sus hijos al nacer por causas desconocidas y lo conservó en su cama hasta que sus padres se lo arrebataron de los brazos. La explicación podría ser que los olores fuertes le recuerdan a su bebé y a la etapa en la cual estaba vivo y lo cuidaba aunque ya estaba agonizante. Salvo la mejor opinión del especialista, y dados los antecedentes de su captura, por medio del olor de los moribundos ella al parecer busca recrear de alguna manera ese momento justo entre la agonía y la muerte cuando aún no comenzaban sus ataques de pánico, ni su pena ni el horror por la pérdida de su bebé”.

El parte policiaco requería también de su propia traducción:

“Se le leyeron todos sus derechos a la persona detenida y se asientan todas sus palabras, acciones y reacciones en su declaración, a petición del agente de Ministerio Público y del ciudadano abogado defensor de oficio. A esta demarcación arribó esposada y en una actitud de agresividad y profiriendo fuertes insultos una femenina de estatura baja a la cual le tomaron las medidas corporales repegada a la pared donde se toman las fotos a los detenidos y dio como estatura el un metro con 55 centímetros (ya sin zapatos).

La dicha femenina portando una vestimenta de color pantalón café oscuro de tela como terlenka y blusa negra floja y con algunas manchas no identificadas de cual material o substancias en sus ropas. Portaba un cinturón de hombre del cual le servia para ajustarse los pantalones y la blusa, que se procedió a quitársele para evitar que atentara contra ella o contra cualquier otra persona y a guardarle en una bolsa de plástico sus pertenencias como se lleva el protocolo de recibimiento a todos los detenidos.

Cabello castaño corto y hirsuto con rapadas las sienes hasta las orejas. Se le remarca barba incipiente o vello facial y bozo muy grueso.

La mujer afirma llamarse Eufemia (con E, no con U de Ufemia), de apeídos Lupercio Tonatiuh, originaria de esta

localidad, con domicilio en la calle Doblado número 800 de San Juan de Dios de esta ciudad, dicha femenina desde que llegó dice que es inocente y que ella no mató a nadie pero se le explico que se esperara porque no era la hora de su declaración.

La femenina insistió y quiso dejar asentada en la acta o en algún documento que fue detenida sin ninguna orden judicial, que ella estudió leyes en los libros de la Biblioteca Municipal y que cuando los agentes entraron a su domicilio le tiraron fuertes impactos de bala (sic) y que dañaron las puertas de adentro de su domicilio en la vecindad y la de afuera y que están las marcas para su confirmacion.

Entre sus señas particulares, cojea del pie derecho al caminar y cuenta con seis dedos en la mano izquierda, de los cuales el último dedo después del meñique lo tiene inutilizado y sin poder doblarlo como los otros. Al quitarle los zapatos tipo bota de hombre se le retiraron las agujetas, pero se observa a primera vista que tiene seis dedos en cada pie y que el dedo último o más chico después de los meñiques se le engarruña y se le junta con el dedo siguiente anterior.

Ojos cafés castaños claros con estrabismo del lado izquierdo.

Se procedió a trasladarla con el juez calificador y con el médico legista para su examinación en las istalaciones adjuntas. Se

sumara el reporte medico a este parte al terminar su elaboración. Se le retiraron las esposas a la femenina para su traslado.

Posterior a lo cual y de regreso a estas istalaciones en particular se le asignó un separo y se le comezó a rendir la declaración preparatoria. Se le colocaron de nuevo las esposas como medida precautoria, aunque ya no mostraba agresividad como antes sino total cooperación.

Dijo en el comienzo de la presen te acta que ella es inocente y no ha hecho nada malo, que se mantiene de la venta de los materiales de desecho que vende en una recicladora, tales como envases vacios de refresco, latas de cerveza vacias, o carton de cajas y papeles que le regalan en las escuelas secundarias y de preparatoria de la zona por donde vive. Que cuando iba por los materiales que le regalaban, identificaba a alguna parejita, que iba a llevar a un sotano que encontró por accidente en su vivienda de la vecindad donde encontró muchas canicas, muñecas y juguetes viejos que ahí están todavía porque son sus “tesoros”.

La femenina alega que solamente obedecia las voces en su cabeza que le decían que ayudara a que se murieran solitos esas gentes, para salvar sus almas.

Que cuando se quedaba dormida y despertaba, al tratar de abrir los ojos y quitarse las lagañas, le quedaba una como nube gris de fluido que le costaba mucho trabajo quitarse y hasta después de un rato lograba ver mejor, pero que en el ojo derecho

al parpadear le quedaba marcado en el mero centro una rueda gris en la que se dibujaba un punto más negro con ojos y dientes en forma de calavera o una cabeza de muerto ya hueca, como una sombra de muerte.

Que las voces en su cabeza le ordenaron que dejara en el sotano a sus dos menores hijas en un calabozo que descubrió a un lado de la entrada de un túnel que descubrió, debajo de su vivienda en la vecindad.

Que luego descubrió otros calabozos (de los llamados ‘bartolinas’) con puertas de madera gruesa y una rejilla, como de un metro de espacio, sin baño y sin ventanas en donde cabe una gente de pie o dos repegadas, o una sola en cuclillas, con una chapa por fuera para colocar candado.

Que para evitar que las parejitas durmieran y pensaran en cosas malas les privaba de sueño para que se pusieran a rezar por sus almas, el método para privarles del dormir a estas gentes eran unas bocinas conectadas a su dormitorio para que sonaran con la alarma cada diez minutos durante el día y cada quince minutos durante la noche, tiempo que ella aprovechaba para dormitar entre cada sesión de ese método.

A las gentes aisladas las privaba de alimento y de agua para que ofrecieran esa penitencia para salvar sus almas, que al principio gritaban y pataleaban en las puertas esas gentes, pero

luego cuando ya no gritaban era porque ya estaban liberadas de sus sufrimientos.

Que la razón por la que hizo estas acciones es que cuando ella estaba en la escuela secundaria sus compañeras y compañeros se burlaban de ella, le cantaban la canción ‘Ufemia’ a cada rato en el salón y en el recreo y al salir de la escuela y se burlaban de su enfermedad de pelambre en la cara y en los brazos y de que se rasuraba para quitarse los pelos que le crecían de la barba y el bigote y de las orejas, cuando se rasuraba, era mas insistente la burla, y tambien se burlaban de que tenia seis dedos en una mano y de que era una extraterrestre alienígena fenómeno que era pariente de los monos y que debía estar en una caverna como sus antepasados cercanos. Que le decían que nunca iba a casarse ni a tener hijos porque era una mujer—lobo o una mujer—hombre, o una mujer barbuda del circo, aunque ella sí quería tener hijos. Que le inventaron un “amigo secreto” en la escuela para ilusionarla, que le mandaba dulces y flores y cartitas, pero que al terminar la secundaria le dijeron que todo había sido una mentira y ella se sintió muy triste. Que por ansiedad le gustaba comer lombrices de tierra cuando era niña porque le gustaba y le tranquilizaba el sabor a humedad pero que sus papas la castigaron y se enfermó de la panza y ya no comió más lombrices. Que una vez se le metio un huesito de guayaba en una muela, pero que al querer quitarse esa semilla se tumbó la muela, y que después se le fueron cayendo las muelas y los dientes y le quedaron tres y por eso tenia que comer

cosas liquidas porque no podía masticar. Que en una maceta planto una flor muy olorosa que le gustaba mucho pero que sus papas le tiraron porque “olía a muerto”. Que ya le habían quitado el dedo sobrante de la mano derecha pero que sus papas ya no tuvieron dinero para que le quitaran el dedo sobrante de la mano izquierda y ella al tratar de tumbárselo con un cuchillo y un martillo se lo rompió pero le quedo inutilizado y sin movilidad. Que sus papas ya no tuvieron dinero tampoco para comprarle rastrillos y para rasurarse y que entonces juntaba los que se encontraba tirados en la basura. Que para salvar las almas de sus compañeras y compañeros que se burlaban de ella en aquel tiempo de la adolescencia, procedio a atraer a los hijos de estas gentes, que ya habían metido en la misma escuela de cuando estuvieron en secundaria y que en parejas mujer y hombre estudiantes de secundaria los emparejaba y aprovechaba su calentura (sic) y les decía que ella en su casa tenia un lugarcito para que pudieran estar solos y besarse sus cosas (sic) y que cuando los convencia y ya estaban en estas celdas apartadas les dejaba en el encierro y luego de unos días sin comida ni agua les decía que solo les daría de comer si le firmaban una carta, cada uno de su puño y letra con decirles a sus papas de cada uno que se habían escapado con su novio o novia y se iban al otro lado o al Canadá a trabajar y a empezar una nueva vida (sic). Y que no se preocuparan por su futuro porque iban a regresar cuando ya tuvieran hijos, para presentarles a los nietos. Que dejaba las cartas cercas de las escuelas, y luego de unos días se olvidaba de cada parejita de

estudiantes para que pudieran hacer sus cosas en paz. Que al principio gritaban mucho pero desde el sotano donde estaban no se oía nada para afuera. Pero que luego de un tiempo ya cuando regresaba a verlos ya no le respondían, y se daba cuenta de que ya no vivian porque los olia, y al morirse todos olian igual, y que le gustaba mucho ese olor, y que si ya no respiraban lo que hacia era quitarles la cara y el cuero como una cáscara para curtirlos con canina (se le pidió explicara que era esa sustancia y dijo que era excremento de perro que servia para curtir las pieles) y que procedia a extraer los órganos de adentro y la sangre o sanguaza que rezumaran aquellas pieles y aquellos restos, que los dejaba macerar, para meterlos en tambos y licuar todos esos liquidos que colaba y le daban gran satisfacción oler porque era el olor de los moribundos y de los muertos, y que luego esos liquidos que guardaba en tinajas ella los probaba y le sabían dulces y los preparaba con jugos de frutas y alcohol para tomarlos y lo demás lo daba de comer a los perros que recogia de la calle y a los que dejaba ciegos con una cuchara caliente para que no se asustaran en la oscuridad y les corto las cuerdas vocales para que no ladraran y se quedaran en el subterraneo de su casa, a salvo de las maldades del mundo (sic).

Que lo que no se comían los perros o que ya no era consumible para ella porque no tenia el olor de los moribundos, el resto lo tiraba en el drenaje al nivel de su sotano, en un drenaje viejo. Que las pieles las dejaba a curtir en las paredes del

subterraneo y los cráneos los juntaba y los huesos los apilaba en otro cuarto de debajo de la tierra porque arriba ya no le cabian mas cosas (sic). Pidio que la dejen ir a ver a sus perritos porque se quedaron encerrados y se les ha de haber acabado la comida, y que si la ayudan por favor para que no se vayan a morir, los perritos. Porque los fantasmas de debajo de la tierra le ordenaron que cuidara a los perritos.

La femenina declara que una vez que encontró esas istalaciones debajo de la tierra se fue siguiendo un túnel de desagüe oscuro que hallo detrás de unas piedras derrumbadas y que se topo con una ollita de barro en un nicho donde había moneditas amarillas con la cara de Miguel Hidalgo no recuerda cuantas que vendio en una casa de empeño y que le dieron un buen dinero que gasto durante seis meses hasta que se le acabo y meses en los que había seguido juntando materiales pero que se le lleno la casa de la vecindad en la que su familia era propietaria y que los inquilinos de otras cinco viviendas le pagaban a veces y otras veces que no tenían ella les perdonaba la renta, porque eran personas necesitadas como ella.

Al preguntarle por sus padres ella respondio que los dejo también en los calabozos que había hallado en el sotano porque le habían heredado un mal y estaban enfermos porque ella tenia seis dedos en las manos y en cada pie y la piel llena de pelos que no se quitaban ni con rastrillo porque al otro dia aparecían de vuelta.

Que dentro de sus recuerdos y sus cuentas a reserva de comprobarlo (sic) ya llevaba a por lo menos quince parejitas unidas y salvadas de sus calenturas y de las culpas de sus padres, gentes de las cuales conservaba todas sus pieles y sus restos oseos, que si lo queríamos comprobar como autoridad, allí estaba todo reunido y sin falta. Y que no lo hizo por venganza sino para salvar sus almas.

Que al preguntarle por el papa de sus hijas dijo que un dia le puso unas pastillas que su mama usaba para dormir pero en una cantidad fuerte en un café, que se tomo y cuando hizo efecto lo llevo arrastrando abajo y lo metio en uno de los calabozos o bartolinas y que alli lo tiene todavía conservado porque queria seguirlo recordando como que era aunque cuando se murió se había quedado como chupado y el pellejo pegado a los huesos, porque lo quiso mucho pero se le había metido el chamuco cuando los dos eran jóvenes y estaban en la edad de la calentura y que aunque eran hermanos de todos modos tuvieron dos hijas entre ellos, porque nadie le hacia caso a ella aunque quería ser mamá, para ver qué se sentía, y aunque tuvieron antes más hijos, ella los dio en adopción hace unos años, y que sus últimas menores hijas tenían el mismo mal que ella con mas dedos en las manos y en los pies y llenas de pelos en toda la piel, y solamente las niñas pero no quería que sufrieran lo mismo que ella cuando crecieran. Que ella es inocente, porque todas las raíces de sus males habían sido porque sus padres habían escapado de su casa

cuando los descubrieron sus mismos padres (abuelos de ella) y se huyeron, porque también eran hermana y hermano y se habían juntado en la adolescencia para hacer una familia”.

Leo estaba sorprendido por la declaración de la mujer, y concentrado en la traducción del parte para la redacción de la nota, cuando le dijeron:

—Tienes una llamada en recepción.

Era el jefe de policía, quien trataba de disimular los temblores de su voz:

—Compañero Leo, nos acaban de acuartelar y estamos en emergencia por orden del Alcalde de Guanatos, requerimos de tu presencia de nuevo lo más pronto posible, con el fotógrafo, o si se puede, mejor que sean dos fotógrafos. Hubo un derrumbe en las catacumbas y con los perros adiestrados encontramos criptas atiborradas con más cráneos y huesos recientes, y una ramificación del túnel con otros dos tambos llenos de órganos humanos en descomposición, las paredes están igual, tapizadas con las pieles de más personas, pero ya hasta perdimos la cuenta, de tantos muertos que nos están esperando allá abajo…

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