Mi abuela era una devota católica, misandera de domingos y rezandera de rosarios. No había día en el que no encomendara a Dios hasta a las nidadas que empollaban sus gallinas. También procuraba ir a misa en festividades religiosas importantes, pero por alguna razón no recuerdo que asistiera los “Jueves de Corpus Christi”. Rezaba, eso sí. Pero nunca me convidó esos ensalmos que, como rezaba de prisa porque siempre tenía algo qué hacer, yo nunca entendí más allá del ritmo del rezo. Decía que con el Padre Nuestro, el Ave María y el Credo, era suficiente para mí. El “Yo pecador” era sólo para complacer al cura confesor, y nada más de mamón me lo aprendí en latín, lo saqué de un misal y doctrinal bilingüe, de aquellos de lomo cosido y pastas de cuero al que luego los devotos ratones sólo le dejaron el lomo y las pastas: “Confiteor Deo omnipotenti…” La verdad es que en mi niñez creía que Dios hablaba en latín, y que los curas eran algo así como intérpretes. Incluso me aprendí los nombres en latín de unos cuantos pecadillos míos, los más queridos, para hacer corrigendas si al cura se le ocurriera inflar las cifras de mi infantil malignidad. El recelo hacia el clero me lo inculcó mi abuelo, católico respetuoso pero reticente al rito y a la jerarquía religiosa. Me decía que los curas merecen respeto sólo cuando ofician misa o administran sacramentos. De ahí en fuera “son tan cabrones como cualquiera”. Decía que la prueba de eso es que los perros no respetan a un cura cuando va en procesión, ni los pájaros evitan cagarle la sotana. “Ni modo que los perros y los pájaros sean del diablo”, concluía. Además, en primaria me educó un profesor masón, jacobino decimonónico y comecuras. Tuve con él un par de diferencias, sólo sobre religión, porque era bastante radical el buen señor. Fue amable al no derrumbar mis argumentos pueriles y felicitar al adolescente “librepensador”. En el fondo coincidíamos en lo básico: Dios es religión (Lactancio, “Institutiones divinae”, IV-28, párrs. 1 et sqq). Así que las iglesias no, y sacerdotes o pastores son parte de una invención ritual, y los hay que no son mínimamente cristianos.
Mi teología, tan chaparra y temerariamente precoz, no se nutrió de Lactancio (lo conocí después), sino de las divergencias y coincidencias en la fe de mis abuelos. Es el embrión del catolicismo nominal y salvaje del mexicano que festeja con alegres vacaciones la tortura de Jesús, que llega hasta el atrio nada más en kermeses y fiestas patronales, y va más allá del atrio sólo en bodas y a empujones en el funeral. Eso sí: todos nos sabemos santiguar. Así, la mañana de este Jueves de Corpus Christi, me ganó el acto reflejo de santiguarme cuando me entero que una alcaldesa de CDMX, candidata a no sé qué, violó la veda electoral 18 minutos después de iniciada. Tal fue la impresión que en lugar de trazar la cruz latina acabé trazando la cruz de San Andrés, esa que parece tacha en boleta electoral. Tenía la ilusión de que el miércoles a medianoche terminara el suplicio al que fuimos sometidos los mexicanos con la exuberante publicidad de las campañas. Ya daba yo gracias a Dios por no tener que ver y oír a Alito Moreno en casi todos los spots de su partido (suyo de él, de nadie más). Luego me entero que lo mismo hizo Claudio “Xedición” González, y un candidato al gobierno de CDMX. Por el estilo, la marea rosa, que ya se definió como ente orgánico de la coalición de partidos del frente cardiaco, anda con el brete de “promover” el voto. Claro que el voto que ellos quieren. Así mismo, las redes están por cimbrarse de nuevo con violaciones a la veda electoral. Es decir: los tres días de reflexión, ¡a la basura!
La veda electoral es un asunto serio, pero creo que no se ha sancionado a los violadores ni con equidad ni con firmeza. Para empezar, hay mexicanos que están en veda electoral perpetua, que siempre la violan, y que no parece que hayan recibido sanción alguna. Obviamente hablo de los clérigos de todas las religiones, especialmente la Iglesia Católica. No sólo incumplen con las leyes nacionales, también con sus propias leyes. El Derecho Canónico de la Iglesia Latina dice que los clérigos “No han de participar activamente en los partidos políticos ni en la dirección de asociaciones sindicales, a no ser que, según el juicio de la autoridad eclesiástica competente, lo exijan la defensa de los derechos de la Iglesia o la promoción del bien común.” (Libro II, Título III, Capítulo III, Canon 287, parágrafo 2). Los pronunciamientos de algunos sacerdotes, incluso desde el púlpito, han mostrado claramente una activa filiación partidista. La mismísima Conferencia del Episcopado Mexicano (el club de los obispos), ha hecho pronunciamientos con jiribilla política, lo que los descarta como “autoridad eclesiástica competente”. En cualquier caso, no valen las excepciones porque no hay una amenaza contra los derechos de la Iglesia, y el “bien común” no se evalúa entre prelados sino entre ciudadanos, y lo hacen a través de las elecciones. Con todo y eso, sobre todo la Iglesia Católica en México, nunca ha respetado la veda política que se le impuso por sobradas y sangrientas razones. Y lo seguirán haciendo mientras no se les apliquen sanciones. Eso convierte a muchos sacerdotes y jerarcas católicos en infractores de la ley, y cuando una infracción se comete deliberadamente, es prácticamente un delito. Lo que pone a esos clérigos y jerarcas como enemigos de la sociedad. Donde los fieles de una parroquia son parte de esa misma sociedad agredida. ¡Cuánta soberbia en una institución que se la ha pasado haciendo política durante más de dos milenios!
Ni el Estado Mexicano, ni el INE, ni las fiscalías electorales, ni algún tribunal de cualquier tipo, han puesto límites a los excesos eclesiásticos. En cuanto a los partidos, está de más decir que tampoco han logrado o querido meterlos en cintura. Los tres días de “reflexión” nunca se han respetado, pero esta vez se han ido a los extremos. Desde el no tan novedoso “Rosa Cinismo”, hasta la flagrante impunidad de Claudio X, Taboada, Cuevas, más las miríadas de incautos y bots que harán de estos tres días un verdadero infierno. Pondrán en evidencia no sólo la incapacidad de las autoridades electorales, también el absoluto desprecio por la ley de los impulsores de esta nueva andanada de las fétidas heces de sus conciencias. Esto es más que suficiente para evaluarlos, y saber hacia qué tipo de “democracia” nos quieren empujar. Y a propósito es estos mismos incordios y de este Jueves de Corpus Christi, recordé otra fecha semejante, pero el 10 de junio de 1971. El gobierno federal masacró a por lo menos 200 estudiantes de una manera salvaje. Hubo asesinatos, ejecuciones, desapariciones, torturas, detenciones ilegales… Los medios o fueron censurados o abiertamente apoyaron esa violencia devaluando los hechos y criminalizando a las víctimas y victimizando al gobierno de Luis Echeverría Álvarez. Las verdaderas víctimas fueron estudiantes, de no más de 24 años, alguno de ellos tenía sólo 14. Los asesinos fueron miembros de un grupo paramilitar entrenado en Estados Unidos, Francia e Inglaterra. ¿Democracia, autoritarismo, libertad de expresión? Yo tenía 15 años, no lo viví. Hoy tengo 60 (y tantos), y no quiero vivirlo, aunque me juren que sí saben gobernar.
PD. Tenía planeado aprovechar el relax electoral para leer chismes picantes. Nada de “nota rosa”. Elegí la “Historia Secreta” de Procopio de Cesárea. Luego revisaría fugazmente las redes sociales. Desistí. Con el susto de la violación masiva de la veda electoral, mejor me deslindé de las redes y me puse a leer a Artemidoro y su “Interpretación de los sueños”. Es que tuve pesadillas, soñé que tenía qué hacer el servicio militar porque la Tercera Guerra Mundial empezaba el 18 de junio. No lo creo, pero en esas fechas sí llegan los recibos del bimestre de CFE, y no serán guerra mundial, pero con estos calorones sí serán igual o peor de violentos y devastadores.
PD bis: Otra joyita del Derecho Canónico, mismas referencias pero del canon 282, párr. 1 y 2:
“Los clérigos han de vivir con sencillez y abstenerse de todo aquello que parezca vanidad”.
“Los clérigos han de evitar aquellas cosas que, aun no siendo indecorosas, son extrañas al estado clerical”.
El primero vale para todos, y el segundo especialmente para el obispo emérito de Chilpancingo-Chilapa.