jueves, diciembre 26, 2024
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El niño ahogado y el abstencionismo

Cuando yo era niño mi abuelo excavó un pozo a pocos metros de casa. Junto con un señor que no recuerdo bien, creo que era su padrino “Tanis” (Estanislao), anduvo antes con una varita verde, deshojada, y en forma de las horquillas de fierro que servían para mover rastrojo, esas en las que volaban las brujas europeas; las locales, más listas, se emplumaban felizmente como lechuzas. Los improvisados rabdomantes caminaron entre la yerba para detenerse a unos cinco o seis metros de un árbol de Palo Blanco, y ahí mi abuelo empezó a cavar. Al poco tiempo ya sacaba polvo de barro amarillo, luego lodo, y finalmente agua turbia. Unos cuantos metros y, ¡Hecho el pozo! Nunca, ni en las peores sequías, nos faltó agua. Pero no le puso pretil. Por supuesto, me daban escalofríos cuando escuchaba aquel refrán de “Después de niño ahogado, tapan el pozo”. Más cuando cerca de ahí, junto al sendero de la carreta, había un pozo viejo, seco y sin pretil; ese sí muy profundo. No me imaginaba morir ahogado ahí, pero sí por el zapotazo de la caída. Aun así me fascinaban, en un pozo el espejo de agua, y en el otro la oscura profundidad. Solía sentarme en los bordes para mirar aquellos fondos amenazantes, retando al vértigo.

La fascinación por las profundidades todavía me cautiva. Nada más magnético como el cielo nocturno, ese pozo seco que ya no se distingue en las noches urbanas, esa profundidad inconmensurable en la que no se puede caer pero sí puede caer sobre nuestra imaginación, abismándola, ofuscándola. No sólo yo tengo esa atracción por las profundidades geológicas, y también humanas, individuales y sociales; nos cautivan desde la mente de un asesino hasta los laberintos cavernícolas de la política. Las honduras nos hipnotizan mucho más que una mañanera de don Andrés, quien con su voz desesperantemente pausada y sus ademanes mágicos de viejo chamán, ha logrado lo inconcebible: que nos volviéramos a poner las cadenas que la señora Dresser tan heroicamente nos había quitado. Ella y su batallón de insurgentes se batieron en las peligrosas trincheras de las mesas de análisis y columnas de opinión, ellos rompieron las cadenas de…, de…, bueno, unas cadenas. La profunda señora Dresser es un chiste, lo era, y pretende seguir siéndolo. En diferentes estilos, pero igual se ha engrosado el mundo de la comedia con personajes como Carlos “Mummble” Alazraki, Laura Zapata “La heroica”, Pedro “Nightmares” Ferriz, Guadalupe “Lupe” Loaeza (a la que se le fue el avión… de votos), Héctor “Grouchy” Aguilar, Enrique “Flebilis” Krauze, Brozo y su patiño Loret que evolucionaron el clásico “pastelazo” ahora al “ponzoñazo”, Joaquín “Chimoltrufio” López-Dóriga… Y así, toda una constelación de estrellas de la comedia iluminando el hasta hace poco árido firmamento político.

Sería exhaustivo enumerar a tantos, y poco serio tomarlos en serio para algo más que la guasa. Más ahora que los medios y la cómica comentocracia voltean hacia los partidos políticos, especialmente a los perdedores en la contienda electoral. Con acusaciones, consejos, señalamientos y recetarios de cocina más viejos que el de Apicius, “analizan” la supervivencia de esos partidos y hasta alguno de los mejores cómicos lanza el spoiler de un bipartidismo que, sin duda, prefiguraría la creación de un nuevo partido, tal vez rosa, o roXa, seguramente “ultra”. ¿De verdad eso es importante para 36 millones y pico de electores que votaron por la presidencia de la 4T y para los otros tantos que no la votaron? No lo creo. Primero, porque estos comentaristas y/o analistas padecen el mismo mal que los partidos en debacle: la falta de credibilidad. Intentaron engañar a todos, lo lograron con algunos, y lo seguirán haciendo con quienes sean felices viviendo sin criterios propios. Todavía más grave, porque si en seis años acusaron síntomas, en los últimos meses ese mal se convirtió en enfermedad terminal. A la mayoría de los mexicanos no les interesa lo que PRI y PAN hagan para reinventarse o acabar de hundirse. Hoy la “marca” de ambos partidos es incompatible con los principios que los originaron y los mantuvieron por décadas; no deben confiarse porque los favoreció muy localmente el voto cruzado, el voto útil, y algunas viejas mañas. La comentocracia repite su inútil campaña, pero ahora hacia adentro, contra quienes hasta hace unos días defendían y encubrían: otra farsa, mirar dentro del pozo. Para los mexicanos no es importante lo que los militantes hagan con sus partidos, porque a pesar de ser millones no pueden incidir en los cambios. Son asuntos domésticos. Lo que sí pueden hacer millones de mexicanos es voltear con sentido crítico estricto hacia el movimiento social que domina ya el ámbito político. Un ojo al gato y otro al garabato, porque no hay que dejar de ver, así lo intenten ocultar los medios, lo que pasa en Jalisco, en Guanajuato, y en general en todos los estados bajo gobiernos no morenistas. El proceso electoral no ha terminado en algunos de ellos; la batalla electoral se libra en una guerra no convencional que puede resultar más larga y cruenta, y en cualquier caso indignante y escandalosa. ¿Refundar o fundar partidos? La coyuntura está para captar no a ciudadanos con ideología sino a ciudadanos furiosos, materia prima de la ultraderecha. Es cosa de fundar nuevos partidos o reconfigurar algunos cuidando no pringarse con las “marcas” devaluadas.

Todo eso no nos incumbe… todavía no. Hay millones de ciudadanos que no votaron, pero que tampoco cayeron en la trampa de la derecha trifásica de Claudio X González. Difícil seducirlos. Hay otros millones de electores que votaron por la 4T o Movimiento Ciudadano, que no les interesa esa derecha devaluada. Y hay otros millones más que dieron su voto a la derecha, de los que hay que descontar a los sensatos que entendieron que fueron engañados, y que intentarían refugiarse en una derecha activista con ideología, no con odio y mentiras. Desde el brazo operativo de comunicación de la derecha, medios y comentócratas intentan resucitar el abstencionismo como pretexto a modo para la derrota o para la deslegitimación de la victoria. Se retoma la ruta de la falacia. Los porcentajes son números virtuales; la cruz del porcentaje no pesa, lo que cala son las cifras. La comentocracia comedida intenta deslegitimar el triunfo de Claudia Sheinbaum invocando alrededor de un 40 por ciento de abstencionismo. Con el mismo argumento, vemos que la derrota de Bertha Xóchitl Gálvez no es una derrota sino una masacre, porque omiten el pequeño detalle de que los electores abstemios tampoco votaron por ella. Otra narrativa que intentan invocar es la Economía. En efecto, subió el dólar contra el peso. En 2018 tampoco hubo números optimistas. No entiendo mucho de la economía mundial, pero el elector reacciona a la economía doméstica, no a Wall Street. Sí entiendo que la economía mundial es consanguínea con el neoliberalismo y la derecha extrema, y que el objetivo es neutralizar al estado, como en Argentina. Así que comprendo que fuerzas económicas mundiales presionen al próximo gobierno desde ahora. Pero necesitarían un desastre apocalíptico para desarmar al estado mexicano. No hay oligarcas que traguen lumbre, no les interesa un país en ruinas, les interesa arruinarlo ellos.

Sí, hay que considerar el abstencionismo como una potencial fuerza social y política. Han cambiado los motivos de la abstención a partir del siglo XXI. Esto lo entendieron en la 4T, y lo ignoraron en la oposición cardiaca. Acaso Movimiento Ciudadano hace desde ya trabajo de zapador en grupos etarios que en algún momento podrían interesarse por una derecha progresista naranja. Pero ahora lo importante, insisto, no es abismarse en las profundidades del pozo seco de los partidos, ni en el espejo de agua de los pretextos: se ahogó el niño, y hay que tapar el pozo. No nos incumbe. Sí hay que revisar los mecanismos de este proceso electoral: el odio, la polarización, la mentira descarada, los medios coludidos, la intromisión extranjera y el autoengaño consciente. No importa en qué aquelarre diabólico se planeó esta minuciosa estrategia. Lo importante es cómo se pudo implantar en millones de mexicanos. Es ahí donde hay que revisar, identificar y purgar. Ante todo los medios, convencionales y no convencionales, de izquierda y de derecha, que fueron las plataformas de esa farsa monumental. Una irresponsabilidad que raya en lo maligno. Luego están los personajes, algunos, antedichos ya, se han convertido en bufones grotescos de intereses económicos, ni siquiera políticos. Como no tienen vergüenza ni hambre sino gula “contante y sonante”, insistirán en mantenerse vigentes apelando a su despanzurrado prestigio. Algunos matizarán su odio, lo guardarán en su cajita de Pandora para abrirla cuando reciban órdenes. Otros seguirán adelante, sostenidos ya sólo por su soberbia. No podemos esperar, ni siquiera desear, que se legisle ahora sobre la libre expresión, así sea la libre expresión del odio; hay demasiados resquemores todavía. Lo que sí podemos es individualmente tapar esos pozos en los que pretenden ahogarnos, rechazarlos, reclamarles su cinismo y el nulo valor de sus palabras. ¿Con qué cara podemos presumir de ser una sociedad civilizada si hacemos caso a un payaso harapiento, frenético, vulgar, y con peluca verde? Y no hablo sólo del mentado Brozo, sino de una miríada de sus clones con otros maquillajes, como analistas, periodistas, comentaristas, artistas, intelectuales, comunicadores… todos ellos la avanzada de mercenarios cuyo objetivo son los ciudadanos. Esos mercenarios que cavan pozos no para encontrar agua, sino para enterrar nuestra libertad. Ante todo hay que recordar como principio básico para evaluar a las figuras públicas de la Comunicación, de cualquier tipo. Un comunicador, analista, columnista, periodista, académico, etcétera, puede equivocarse, y se le puede perdonar por eso, incluso si honestamente cree e insiste que está en lo cierto. Se le ignora, y ya. Pero cuando se equivocan deliberadamente, eso sí es imperdonable. No basta con ignorarles, hay que arrojarlos al fondo del pozo de nuestro desprecio… y taparlo para siempre.

PD: En el 2018 no voté por don Andrés, estuve en cama víctima de un severo ataque de gastritis. Este 2024 llegué a la casilla arrastrando el bastón y saturado de fármacos, pero voté. Sí, por Sheinbaum. Aunque no todos mis votos fueron por el frente morenista. A mí y a todos todavía nos queda un voto válido, que yo voy a ejercer sin duda, pero ahora contra los mercenarios de la información. No sólo es necesario, también es urgente, porque ellos no son los defensores de la democracia, son los que la tratan de secuestrar.

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