Era afable, con un carisma indiscutible.
Nunca le vi soberbio, ni alzado y mucho menos prepotente.
Ni con o sin reflectores.
Hablo de Colosio… el otro Colosio.
La encomienda que me había dado el arquitecto Benavides era clara y tajante: “Si no vienes con la nota de Colosio ni te pares por acá”.
Lo decía a manera de encenderme el orgullo y la casta como reportero que decía tener yo.
Siempre he sido de pocas muy pocas pulgas. Esa orden del “Arqui” taladraba en mi mente.
Eran tiempos donde el Internet no pasaba por la mente de nadie.
Cuando un celular en forma de ladrillo era la única manera de comunicarnos: le decían “radio”.
Si, lo tengo muy presente.
Amable.
Gentil.
Con una sonrisa seductora que sabía soltar en momentos precisos y claves.
Era un evento masivo.
Yo lo veía a lo lejos en medio de una masa de gente que se amontonaba cada vez más y más.
Veía sus rizos y su chaqueta color café.
A como puede me acerqué y me acerqué y me acerqué de tal suerte que cuando menos lo pensé ya estaba frente a él.
Y en mi arrebatado y torpe hablar le lancé la pregunta.
Sus expresivos ojos se abrieron asombrados, voltea a verme, me abraza y me dice… “¿Qué me preguntaste?” y ambos echamos sonora carcajada.
Pero por supuesto que me llevé la exclusiva.
Pero por supuesto que el “Arqui” me felicitó.
Pero por supuesto que estoy hablando de Colosio, el otro Colosio, el que era afable, amable, cien por ciento político y siempre con un don de gente que por desgracia no fue heredado.
Al otro Colosio, mis respetos totales.
A este Colosio, parafraseándolo… “¡Que Dios lo bendiga…”
Y el que entendió entendió…