Mi abuelo decía: “No te rías con un animal del monte, porque te muerde”. Se refería a mamíferos predadores salvajes, claro. No tuve la oportunidad de confirmar el consejo. Lo más intenso que enfrenté en el monte fue una manada de jabalíes y un osezno, y lo que menos se me ocurrió fue reír. Recordaba el consejo cuando me dedicaba a una de mis diversiones favoritas: ver videos de perritos y gatitos graciosos (por eso no soy un intelectual, ¡mea culpa!). El narrador de uno de esos videos mencionaba la “risa” de un gato. El animalito pasó de la “risa” a lanzar una tanda de mordidas y zarpazos. Los gatos son los “giocondas” de la fauna doméstica. Su sonrisa es casi imperceptible, misteriosa. No sabe uno si abrirán el hocico para lamerse la pelusa o para dar una tarascada. Pero yo no llevaría el tema a los extremos a los que llegó fray Jorge de Burgos en “El Nombre de la Rosa”. No sé si el resto de los primates ría, o sólo el humano. Pero retomando el consejo de papá Antonio, entiendo que mostrar los dientes no es el icono universal de la alegría. Si río frente a un coyote, el animal verá a otro animal mostrando los dientes, y los dientes son parte del armamento que nos otorga la naturaleza. Pleito seguro.
La comicidad tiene sus trucos. El cómico lanza retos intelectuales al espectador, y sólo explota la risa cuando el reto es superado. Hasta el “pastelazo” nos reta a superar el miedo al ridículo propio y ajeno. No hablaría de catarsis, pero sí de que la risa nos seduce. No nos hace felices pero nos da un poco de alegría. Que como animales salvajes mostremos los dientes al reír, es un misterio tanto para nosotros como para los animales salvajes. Muy festivos, muy alegres, pero ahí está siempre la inminente dentellada. Sólo nos guardan del mordisco las reglas de urbanidad. Algo que Su Santidad el papa Francisco y sus asesores debieron calibrar con exactitud cuando se atrevió a convocar a un montón de cómicos. Entre cómicos nunca está uno a salvo. Lo menos grave que nos puede pasar es que alguno nos caricaturice. Y si hay un centenar de cómicos, aumentan las probabilidades de salir espinados.
La postura de Su Santidad es curiosa. Él dijo que «El humor no ofende, no humilla, no clava a las personas en sus defectos. Mientras que hoy en día la comunicación genera a menudo oposiciones, ustedes saben reunir realidades diferentes y a veces incluso opuestas. ¡Cuánto tenemos que aprender de ustedes!». ¡Qué bonito! Hay esperanza en esas palabras. Sí, pero, ¿cuál fue la razón para que El Vaticano incluyera al influencer con ínfulas de analista político y harapos de cómico al que llaman “Chumel” Torres? No sé quién haría la lista de invitados, pero el señor Torres ha sido ofensivo, discriminador, generador de odio… Un Brozo sin maquillaje. Es decir, nada de lo que el papa Francisco considera como una virtud de los comediantes. Esto no tendría importancia si no fuera porque al incluir a semejante sujeto nocivo, el papa Francisco estaría prácticamente autorizándolo. Supongo que el club de obispos mexicanos, que operó directamente y dejó que sacerdotes operaran contra este gobierno federal y contra Claudia Sheinbaum, estará feliz de ver a Chumel ante el Sumo Pontífice. No me extrañaría que fueran ellos quienes colaran su nombre en la lista de invitados. Sin embargo, hay millones de mexicanos a quienes ni les hace gracia Chumel, ni le creen, ni les habrá hecho gracia verlo ante el Papa. A menos, claro, que haya aprovechado la vuelta para confesarse, lo que no creo que le abonaría al arrepentimiento sino más bien a la renovación del script.
No veo a Chumel inscrito aún en ese misterioso “movimiento” que llaman “La Resistencia”. Todavía sin gafete, pero ya podríamos ubicar a Alazraki, los Ferriz, Zapata, la Dresser, y otros cómicos del mismo patético circo, ahora con renovados bríos. Supongo que Chumel regresó de El Vaticano ya con la bendición papal y ahora, casi como obispo honorario de “La Resistencia”, podrá evangelizar a los mexicanos con el mismo odio con el que lo hizo durante los años recientes. Como sea, no lo culpo. Él no se propuso, lo llamaron. El error lo cometieron en El Vaticano. Pero a lo hecho, pecho. Y ya imagino a un tipo tan despreciable capitalizando política y económicamente la cercanía con el líder de la Iglesia Católica Romana. Personalmente respeto mucho a Su Tocayísima Santidad, pero lo que hizo en este caso fue políticamente incorrecto y cristianamente reprobable. No es lo mismo provocar la risa que exhibir los dientes. ¿Qué sigue ahora? ¿Canonizar a Milei?
