Estamos por iniciar los Juegos Olímpicos en París, Francia; conviene que hagamos un poco de historia.
En el año 776 Antes de Cristo, se celebraron los primeros Juegos Olímpicos de la Humanidad, con una sola competencia, la Carrera de Velocidad, ¡ganada por un cocinero!
En el Siglo VI AC, el deporte empezó a masificarse con la instalación de gimnasios públicos, dejando de ser exclusivo de las personas con recursos económicos.
En el Siglo V AC, con la victoria de los griegos sobre los persas, las Olimpiadas se popularizaron, uniendo a los helenos en su ideal de cultura.
En el Siglo IV AC, empezaron los “asegunes”, ya que la mayoría de las competencias eran ganadas por atletas profesionales sobre los amateurs, generando críticas en la Grecia helenística por priorizar el dinero sobre los ideales.
Históricamente está comprobado que los atletas que participaban en los Juegos Olímpicos no actuaban motivados por el laurel y la gloria para sus pueblos, sino por las suculentas recompensas que los convertían en verdaderos profesionales.
¿En la actualidad sucederá lo mismo?
Desde su inicio, los Juegos Olímpicos se desarrollaban cada cuatro años, igual que en la actualidad, en Olimpia, en el santuario de Zeus, entre finales de julio y principios de agosto, coincidiendo con la segunda luna llena después del solsticio de verano.
Los triunfadores recibían grandes recompensas económicas de las ciudades que representaban, llegando a sumar hasta 500 dracmas para los atenienses vencedores en Olimpia. Esta cantidad era considerable, dado que dos siglos más tarde, en tiempos de Platón, un obrero especializado ganaba un dracma al día. Además, los gobiernos costeaban la elaboración de una estatua y sostenían niveles de vida que el atleta no podría costear por sí mismo.
También había castigos para los tramposos, como azotes corporales o cárcel para quienes intentaban sobornar a los jueces de las competencias.
Según Fernando García Romero, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, el deportivismo siempre se ha visto como un medio para obtener recursos económicos en beneficio del atleta y su familia.
Para los atletas “plebeyos” en la antigüedad, la única opción de participar en los Juegos Olímpicos era tener la fortuna de convertirse en deportistas profesionales.
Incluso se habla de jóvenes humildes que destacaban por sus habilidades deportivas y eran apoyados por mecenazgos importantes en su búsqueda de fama y dinero.
Muchos pensarán… ¡igual que en la política actual!
Sin embargo, en la antigüedad también se cuestionaba el excesivo respaldo financiero y social hacia los competidores, criticando a los griegos por gastar dinero y dedicarse a “placeres inútiles”.
En el año 420 AC, Autólico se preguntaba: “¿Acaso lucharán contra los enemigos llevando discos en las manos?” Y añadía: “Sería más apropiado coronar a los hombres sabios y a aquellos que guíen a la ciudad siendo prudentes y justos.”
En el olimpismo actual predominan los deportistas de élite, quienes se caracterizan por anteponer la disciplina y saben que la excelencia es la única manera de alcanzar el triunfo.
Muchos de ellos han utilizado sus logros deportivos para incursionar en el poder público en diversas posiciones políticas, aunque con resultados variados.
¿Serán necesarios unos Juegos Olímpicos para que nuestros políticos compitan realmente entre sí buscando la fama y la gloria, o ya está sucediendo?
Confieso que tengo más preguntas que respuestas…