Hay tres películas que ilusamente cada vez que las veo, espero otro final.
Es más, si en mi estuviera, les cambiaría el final.
“Making Love”, (1982), dirigida por Arthur Hiller.
“The Way We Were”, (1973), dirigida por Sydney Pollack.
“Heaven can wait”, (1978), dirigida por Warren Beatty y Buck Henry.
Son tres películas que ya me sé los diálogos de tanto que las he visto.
Son tres películas que me han marcado, cada una a su manera.
Son tres películas que tienen un final que siempre digo son despiadados y desoladores.
No soy de fiestas, (agradezco en el alma cuando no me invitan).
No soy de “grupitos”, (los evito y quienes me conocen desde la facultad lo saben).
Pero sí soy de charla de dos.
Y cuando me reúno con un amigo (a), la charla versa sobre tres cosas que me apasionan: teatro, música y cine.
Y precisamente en una de esas conversaciones con mi amiga Pilar Diosdado, le platiqué de mis tres películas favoritas y de mis tres tristes finales que si en mi estuviera, los cambiaría.
Y mi comentario la llevó a recordar el final de “Pide al tiempo que vuelva”, (“Somewhere in time”), un filme de 1980 dirigido por Jeannot Szwarc, teniendo en su rol estelar al único y verdadero “Superman”, Christopher Reeve y a la hermosísima Jane Seymour.
Pilar me pescó desprevenido, no recordaba haber visto esta cinta, pero lo que si le dije es que la tenía en casa, en mi grandiosa cineteca privada.
Y sí, la encontré en una lista de cintas que tengo por ver para “cuando sea viejito”, o sea ¡ya!
Y la acabo de ver.
Y la acabo de disfrutar.
Y la acabo de poner en un apartado muy exclusiva de mis 10 eternas películas que volveré a ver cuando sea aún más y más “viejito”.
“Pide al tiempo que vuelva” es ya de mis favoritas.
Reeve está de un adorable y Jane Seymour, vaya, de una elegancia y belleza que llena la pantalla.
Los dos crean una atmosfera tan romántica que es un gozo verlos.
La historia se desarrolla así:
Tras una representación teatral de su obra, Richard Collier, (Reeve) un joven y apuesto dramaturgo, recibe un deslumbrante reloj de bolsillo de principios del siglo XX de manos de una mujer ya mayor (Seymour).
Collier no sabe qué decir, pero cuando ella le dice “vuelve a mí”, su estabilidad emocional se altera y busca la procedencia de esa mujer.
Al paso de los años, Richard realiza un viaje y en un museo del Grand Hotel, en Michigan, donde se hospeda, ve colgado el retrato de una antigua actriz y de alguna manera la relaciona con la enigmática dama que le entregó aquel reloj de bolsillo.
La belleza y el encanto de la fotografía le subyugan tanto que, utilizando la auto hipnosis, se traslada a 1912 para conocer a la artista y descubrir que es aquella anciana que le puso en sus manos ese reloj.
“Pide al tiempo que vuelva” no es para encontrarle lógicas pero si es de una historia en el que el amor viaja a través del tiempo con un final perfecto que yo no cambiaría.