Ah, Nuevo León, la cuna de los emprendedores y los visionarios. Pero, ¡oh sorpresa! Entre tantos talentos, resulta que también es el hogar de un gobernador que parece haber encontrado en el servicio público una mina de oro. ¡Qué ironía tan fina!
Según un reciente reportaje de Proceso, se destapan las relaciones entre Samuel García y sus jugosos despachos legales. Porque claro, ser gobernador no es suficiente. Cuando uno tiene talento para hacer dinero, no hay que desperdiciar oportunidades, ¿verdad? Y si esas oportunidades vienen con un lazo color “Beltrán Leyva”, pues qué más da. Los negocios son negocios, ¿o no, Samuel?
Imaginemos la escena: Samuel, sentado en su oficina, rodeado de expedientes y cuentas bancarias que engordan a la velocidad de la luz. ¿Y la gente? Bien, gracias, que sigan esperando. Después de todo, ¿qué son unas promesas incumplidas cuando hay tantos billetes en juego?
Es casi poético ver cómo alguien puede usar el poder no solo para gobernar, sino también para mantener relaciones tan «sanas» con personajes de tan «buenas» referencias. Y no estamos hablando de cualquier relación, no señor. Aquí las ligas no son de las que se rompen con facilidad; son de las que se anudan fuerte, con la promesa de rendimientos sabrosos.
Mientras tanto, el estado sigue su marcha, con un líder que, si bien no se destaca por su integridad, al menos nos ofrece un espectáculo digno de las mejores telenovelas. Al final, quizás deberíamos darle las gracias a Samuel García por mostrarnos que, en el fondo, la política sigue siendo el mejor negocio para quienes saben manejar bien sus contactos.
¿Qué sigue Samuel? ¿Un curso de cómo hacerse rico en tiempo récord siendo gobernador? Nos encantaría inscribirnos. Pero por favor, que la clase sea impartida desde la cárcel, que eso le daría un toque de autenticidad al asunto.
En fin, Nuevo León, felicidades por tener un líder tan “visionario”. Sigamos observando cómo se escribe una de las páginas más cínicas de la política moderna. Y que no nos sorprenda si, en algún tiempo, descubrimos que Samuel también tiene su estatua… de cera, claro, porque la ética es algo que ya se derritió hace rato.
