Nadie ha sido capaz de vislumbrar que el pasado 25 de julio se comenzó a desmoronar el Estado alterno que durante más de cuarenta años el crimen organizado, con la complicidad de importantes personajes del poder político, ha edificado en México.
La evolución de ese fenómeno, a pesar de la obcecada negativa del presidente López y de la presidente Sheinbaum, ha conducido a la innegable realidad de que más de la mitad del territorio de nuestra nación está bajo el control del narco, como le llamamos familiarmente. A pesar de que esa entidad delictiva no tiene un cuartel general estable, se asumió sin dubitaciones que Culiacán era el eje central: los principales gestores y operadores de la violencia y del tráfico habían salido de la serranía que separa el norte de Sinaloa del sur de Durango. Así fue al comienzo, hasta que otros narcotraficantes iniciaron el cartel Golfo, por acá de Tamaulipas. Por angas o por nalgas osados jóvenes iniciaron una operación similar en Guadalajara y se hicieron llamar el Cartel Jalisco Nueva Generación.
En todo este complejo esquema, un hombre llamado Ismael Zambada, que junto al conocido Chapo Guzmán había iniciado la integración de los grupos -así como la desintegración de ellos- era estimado como el cerebro operador de ese ente. Durante más de 40 años, nadie (?) supo qué hacía, dónde estaba y qué pensaba “El Mayo”.
En eso estábamos cuando Zambada, invitado por el hijo de su ex socio Guzmán, asiste a una junta de “conciliación” entre los grupos criminales, convocada por el gobernador de Sinaloa Rubén Rocha Moya y el ex rector de la Universidad de Sinaloa, Héctor Cuén, en una propiedad rural de Culiacán. El resultado conocido entonces de este aquelarre es que El Mayo es secuestrado por su ahijado Joaquín, subido a un avión y entregado en El Paso, Texas, horas más tarde a las autoridades de Estados Unidos que arrestan a ambos.
Así de simple la historia no la compra nadie.
Mucho menos cuando el gobernador de Sinaloa, explícitamente apoyado por Lopitos y la señora Claudia, y quien sigue sin probar que el día de hechos estaba en los Estados Unidos, hace difundir un video en el que supuestamente Héctor Cuén es asesinado en una gasolinería por un motociclista que pretendía asaltarlo.
No contaban con la astucia del Mayo Zambada. En una extensa carta el 10 de agosto denuncia la traición de su ahijado, la complicidad en la emboscada del gobernador Rubén Rocha Moya, el asesinato en el mismo sitio de Héctor Cuén y toda la mierda que el conoce de primera mano. Hasta ahí, era la palabra de un delncuente contra otros delincuentes. Sólo que, súbitamente, la Fiscalía General de la República acaba de dar a conocer que, en efecto, el señor Cuén fue muerto donde apañaron al Mayo, que el video del asalto en la gasolinería es falso, que la fiscal de Sinaloa -rápidamente renunciada al calor de los sucesos- mintió y que hay otros elementos, que llaman hemáticos, que tienen muchas cosas que develar todavía.
En otras palabras, el que está diciendo la verdad es el criminal. Los que están mintiendo y fabricando falsas evidencias son as autoridades de Sinaloa, especialmente el gobernador. No pude evitar la sabiduría popular de mi padre, cuando en estas situaciones solía decir que ahora los padrinos son los novios y que ahora les toca a los patos tirarle a las escopetas.
Todos los que saben de esto coinciden en que Rocha Moya está metido hasta el pescuezo en el tema del narcotráfico. La pregunta es ¿por qué desde la Presidencia de la República una y otra vez quieren salvarle el pescuezo al gobernador, antes de hacerlo embajador? Mejor aún, ¿qué es lo que sabe el Mayo Zambada sobre la participación de políticos mexicanos en el poder de ayer y hoy en el narco, a los que financió campañas electorales?
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO, (Mientras me definen si son peras o los mismos olmos de antes): No sé tú, pero yo estoy muy contento de poder ver la soñada Serie Mundial de Beisbol entre Dodgers y Yanquis. Se lo merecieron.