Tómbola, tómbola. De luz y de color. Hay tantas definiciones de la vida, Mariana, qué cosas te da la vida. A veces te da sorpresas como a Pedro Navajas acuchillado en cualquier barrio hispano, pero caramba y caramba, ay qué bonita es la vida, aunque me esté matando como a Luis Aguilar al que trataba como un muñeco. Si tú no tuvieras vida, si vida yo vida no tuviera, ¿qué vida sería la nuestra? Pedro Capó dice: la vida va…
Pues nada; dentro de los próximos seis meses los mexicanos vamos a apostar, como la mujer que se hace rica comprando jamón en el comercial, a la ruleta de la vida. Alrededor de seis mil puestos del poder judicial, por decisión presidencial avalada por el dócil legislativo, van a ser repuestos en toda la república desde los más simples jueces locales hasta los nueve ministros de la Suprema Corte, que Lopitos estableció su reducción a ese número.
Hoy por hoy, nadie es capaz de descifrar el complicado proceso que tiene que organizar el INE sobre un modelo que ni el mismo Arturo Fernando Zaldívar Lelo de Larrea, uno de sus principales exegetas desde la Presidencia de la República y promotor emérito de este desbarajuste, es capaz de explicar. Ayer se le hizo bolas el engrudo cuando pretendió detallar cómo vamos a hacer los mexicanos para seleccionar a los nueve ministros del tribunal máximo del país de una libreta con los nombres, probablemente números, de 81 candidatos finalistas en esa lotería que debería llamarse propiamente Melate. El mismo caos nos espera a niveles distritales o estatales. En un concurso al que puede entrar cualquier egresado de la facultad de derecho con cinco años de antigüedad.
Nadie discute la necesidad y conveniencia de una reforma al poder judicial. Ineficiencia y corrupción han sido sus principales características; consecuencia de ellas es el enorme número de procesados que según los principios de justicia son probables inocentes mientras no se determine lo contrario, y están esperando juicio en las ejemplares cárceles mexicanas, universidades del delito de primer orden. Lo que resulta tragicómico es el ceder la autoridad para sopesar perfiles profesionales, éticos y de dominio de las leyes a unos electores cuya educación formal y política es lamentablemente baja, y su pobreza les hace presa fácil de quien quiera comprar su voto.
El cuatrote que nos domeña ha venido a comprobar con creces, que democracia no es sinónimo de mayoría. Que tener más votos no quiere decir necesariamente tener la razón. Para el caso, ahí está el ejemplo de Donald Trump.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (mientras son peras o son sámaras, fruto de
agradable vista, pero vano, del mismo olmo): Los optimistas, que por definición somos pesimistas mal informados, seguimos creyendo cuando esto escribo, que la aplanadora de Morena no tendrá los suficientes votos para imponer lo que es deseo de Palacio Nacional: ratificar en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos a la señora Rosario Piedra Ibarra, cuya incompetencia ha sido manifiesta. Ojalá es una palabra que nos dejaron de herencia los árabes y significa: Alá que lo quiera.