No ha mucho, precisamenTe el pasado verano, se incendió y su fachada fue derruída luego, el más importante centro del espectáculo nocturno de la ciudad de México durante más de medio siglo; se encontraba detrás de la secretaría de Gobernación, sobre las calles de Atenas y había sido edificado por don Emilio Azcárraga Vidaurreta en 1938 como El Patio Andaluz. Por extrañas razones lo vendió a poco de inaugurado y de inmediato se convirtió en el lugar en el que todo artista popular que quisiera triunfar en México o el Continente tenía necesariamente que actuar.
Vino todo ello a mi memoria por el mal paso que el cantante español Raphael, que anda agonizando en Madrid, a quien le deseo personal y sinceramente una salida digna de estos malos momentos; particularmente sin prolongados dolores físicos ni una lenta y larga despedida de sus seres queridos.
Raphael fue sin duda alguna el más emblemático de los artistas españoles, que en los años setenta del siglo pasado honraron el viejo proverbio de su tierra, de que nadie podía llamarse triunfador en ninguna disciplina si no había logrado hacer la América. Si como abarrotero, importador de ultramarinos o artesano viejo, vale. Si como artista, mejor.
Fueron los tiempos en que para tener éxito en la música popular era indispensable llegar a una sola dirección mágica y que sus puertas se abrieran, Av. Chapultepec 18, y al recinto de los sueños de la televisión mexicana: el progama omnibús del entretenimiento finsemanal, Siempre en Domingo y su sacerdote mayor, Raúl Velasco. Los elevados índices de audiencia no solamente en México sin también en Centro y Sudamérica y los hispanoparlantes de los Estados Unidos eran el pasaporte a la inmortalidad.
Así vinieron en torrente, después de Raphael, un fracasado futbolista de poca gracia que luego sería Julio Iglesias, Camilio Sesto o Rocío Dúrcal. Para el macho mexicano que todos llevamos dentro, todos unos amanerados; ella demasiado masculina. Pero triunfaron, hicieron la América hasta que la Ciudad de México dejó de ser la Meca de la música popular, y fueron seguidos por otros histriones que necesitaban ese trampolín, como Facundo Cabral, Mocedades, José Antonio Méndez y tantos otros, Muchos pisaron también las tablas de El Patio, que no existe más.
Una noche de aquellas pude ahí cumplir mi sueño, y cumplírselo a mi suegro Erich de entonces, de ver personalmente a la diosa Marlene Dietrich.
Como pude ver a Aznavour o a la Piaf. Tantos otros. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ese país ya se acabó: nos lo acabamos a mordiscos. Seguimos despedazándolo, mientras a la distancia, Raphael Martos merece una muerte menos dolorosa. Así pasa el mundo. Y su gloria también.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no me dejan entrar sin tapabocas): ¿Realmente piensa la secretaria de Gobernación que teniendo de sede el Palacio Nacional crece su autoridad para convocar el armisticio de la guerra politica que ya es abierta? Hace falta algo más que un edificio y un manotazo sobre la mesa, que nadie quiere si no viene pecisamente de donde le da su chingada gana.