Alguien me enseñó hace muchos años, que el verdadero oficio de los gobernantes era el de sastres o de pilotos aviadores: todo el tiempo se la pasan “tomando medidas”, y cuando no están en eso, están “planeando”. La señora Presidente Sheinbaum me lo confirma cada vez que aborda dos de los principales problemas del país que gobierna, la inseguridad y el asunto migratorio.
Ante un promedio de setenta muertos por la violencia al día, cuando diariamente nos enteramos de los casos macabros de cuerpos desmembrados en Sinaloa, Michoacán, Zacatecas o Guerrero, la Presidente dice que “se están tomando medidas” en cada uno de los casos. Es innegable que los huevos de la serpiente violenta tienen mucho tiempo en incubación y que no se puede encontrar soluciones a corto plazo, mucho menos inmediatas, después de seis años de abrazos y no balazos.
Pero lo que sí es inmediato, es que dentro de veinte días Donald John Trump estará sentado, pluma en ristre, en el salón oval de la Casa Blanca, firmando decretos y emitiendo órdenes. Y que, como lo ha dicho sin cesar, su primera orden ejecutiva será la expulsión masiva de los migrantes ilegales. A México.
La permanente disputa es inútil y de términos: un inmigrante indocumentado no es necesariamente uno crminal. En un país civilizado deben ser sometidos a trato diferente. Pero el asunto ya fue más allá. La “migra” se está relamiendo los renovados colmillos que le habilitan para deportar, sin proceso judicial alguno, a todo sospechoso de ser un “ilegal”. La administración federal pretende deportar a todos los integrantes de una familia cuando uno de sus miembros sea indocumentado para hipócritamente no separar al núcleo.
Sabemos que Donald Trump no tiene los recursos para hacer su realidad de deportar once millones de seres humanos. Pero no se trata de una cuestión de números: así fuése la décima parte, ¿está México preparado para recibir a un millón de peregrinos?
A pregunta expresa, la señora Presidente sigue planeando, y dice que ya hay “planes detallados” para enfretar el problema cuandos se presente y que ya los explicó en su turno el canciller De la Fuente en el sermón matutino, ahora menos extenso. Hasta donde se sabe, Relaciones Exteriores está empezando a contratar, mediante los consulados de México en Estados Unidos, un ejército de abogados especialistas en las leyes migratorias para dificultar legalmente la expulsión.
Yo veo, en la televisión del lado norteamericano de la frontera, anuncios múltiples de oficinas que se ofrecen para ligitar casos de migración, asilo, deportación y etcétera, como el año pasado ofrecían sus servicios para demandar por mal trato, accidentes, resbalones en una tienda o cualquier otro caso digno de demanda.
De la misma manera que digo que Trump no tiene lana para deportar a once millones, México no tiene dólares para pagar los altos honorarios (por hora) que cobran los abogados gringos.
Es obvio, que la señora Presidente anda volando bajo, sin saber planear.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Una semana después de que Donald Trump tome posesión como presidente de los Estados Unidos, el día 27 de este mes, la señora Xiomara Castro cumplirá su tercer año como presidente de Honduras. Si el señor Trump cumple sus promesas, su primer paso de gobierno será expulsar de su país a los indocumentados que se encuentran allá buscando el sueño americano. Muchos de los afectados por esta política serán paisanos de la señora Castro. Hay más de un millón de hondureños allá: 280 mil en la lista de deportación.
Doña Xiomara no ha seguido la política temerosa del vecindario latinoamericano. El miércoles, para empezar el año, le dijó muy claro al pelipintado que si la medida se pone en práctica, con todo respeto le pedirá al gobierno de los Estados Unidos que saque sus bases militares que tiene en Honduras. Hay una sola, en el centro del país desde 1982, con 500 militares y 500 civiles que se llama La Palmerola.
De paso le recordó que los gringos no pagan ni un quinto por ella a Honduras. Hasta entre los pobres hay clases.