Hace unos días, no recuerdo exacto cuándo, se celebró en México el Día del Periodista. Sí recuerdo que me dio harta risa al notar que ese mismo día se celebraba a la Hipnosis y al código Braille. Sin ánimo de ofender, es paradójica la coincidencia del festejo periodístico nacional con días relacionados a la alienación inducida y la ceguera. Sé de muchos destacados periodistas que merecerían hacer triple festejo. Hubo felicitaciones cruzadas desde y entre personas afines al periodismo. Algunas fueron muy justas; otras fueron curiosas, por no decir ridículas. Lo que no es de ninguna manera gracioso es la lista de periodistas y comunicadores asesinados; la mayoría son casos no solucionados que sólo dejan sospechas hacia tres posibles culpables: delincuencia organizada, intereses empresariales y políticos corruptos. La impunidad en estos ámbitos se agrava por la también posible alianza, contubernio, de periodistas y comunicadores con alguno o varios de este tipo de infames. Así es imposible erradicar esa plaga de impunidad de unos y servilismo de otros. Estamos ante una estructura bien organizada donde impera una ética ambigua en el gremio. Las concesiones, así sean mínimas, van desmantelando los objetivos de todo periodista y comunicador (no, no son lo mismo), que son la verdad y la objetividad. ¡Lo sé! Son objetivos escurridizos, pero bien se puede transitar por esa tendencia. Son imposibles sólo cuando con más soberbia que orgullo se argumentan, pero se incumplen a sabiendas y no se confiesa el prejuicio.
En el antiguo Canal 2, “La Fuerza de la Imagen”, recuerdo que hacíamos una declaración de principios como medio de comunicación: “…la verdad, hasta donde es posible alcanzarla”. El esfuerzo se hacía, el propósito no siempre se cumplía. En general era una cuestión de Filosofía profunda más que deontológica. Dios me libre de ser yo el depositario y emisor de la verdad absoluta. La verdad como tal puede llegar a ser terrible, insoportable. Incluso en el cristianismo, donde la mentira es pecado, se llega a un punto donde se licita la mentira al amparo de la bondad, y a otro punto “non plus ultra” en donde no se puede ir más allá del dogma improbable. El periodista y el comunicador, se sientan ante el teclado con un peso tremendo en sus espaldas. Hasta el descuido en una simple coma puede distorsionar un hecho y, por lo tanto, crear una realidad alterna medularmente falsa. Es cosa de cada uno soportar ese peso o ceder. El caso es que la difusión deliberada de mentiras, o incluso de certezas infundadas, nos empuja a vivir en una fantasía. Así resulta que muchas de nuestras frustraciones personales o sociales surgen de ese choque constante con la realidad. Lo dicho: la verdad puede llegar a ser terrible. Y si bien esa discrepancia entre nosotros y la realidad ha sido la constante en la historia, en estos días de “lucidez”, son los medios de comunicación los heraldos de la homogenización de criterios, sea para asumir la realidad o para ignorarla. Sólo así puedo entender que en unos días llegue a la presidencia de Estados Unidos un sujeto que basó su campaña en la difusión mediática masiva de su narcisismo. Pese a lo ridículo de esa campaña, los estadounidenses lo eligieron presidente, un acto que no estoy seguro si define a una democracia imperfecta o a una sociedad alienada. En cualquier caso respiro con alivio al recordar que en México no caímos en la trampa de los medios de comunicación y, al elegir, definimos nuestra democracia y nuestro penoso tránsito por la ruta de la verdad.
Don Andrés López ni doña Claudia Sheinbaum no son nuestros mesías. Creo que los mexicanos hemos avanzado mucho en esa regla tan cristiana de dar al César lo del César y a Dios lo de Dios. De alguna manera estrenamos una terapia social en la que nos proyectamos en nuestros mandatarios federales. Terapia que seguirá fortaleciéndose como instrumento de la democracia en la medida en que esos mandatarios actúen conforme a nuestras necesidades y exigencias como sociedad. No hay cábalas ni sortilegios en eso. Me escuece la curiosidad por ver el momento en que tirios gringos y troyanos mexicanos, trumpistas ambos, retuerzan las analogías místicas el próximo 21 de enero. Reestrenarán presidente justo el día en que Marte, Júpiter, Urano, Neptuno, Venus y Saturno se alinearán en el cielo desde la perspectiva terrestre. ¡The Bethlehem’s star return! Los modernos “reyes magos” ya estarían instalados en el gabinete de MAGA, y haciendo sus magias… negras, por supuesto. Me pregunto si el archimago de MAGA planea adornar la Oficina Oval con algún trofeo de caza… la cabeza de Justin Trudeau, por ejemplo. O bien, si su monumental ego soportará que tome protesta como presidente con la bandera a media asta por la muerte de Jimmy Carter. En tanto, no veo indignación en la “oposición” mexicana por la sobrerrepresentación legislativa de Trump o el dictamen en su contra declarándolo delincuente. Sí que festejarán como legales sus estratagemas para eludir pagos al fisco o por multas… la avaricia es insaciable. Durante toda la historia de la humanidad ha habido gobernantes nefastos, pero el caso gringo es un franco regreso al tribalismo, no primitivo sino salvaje. Esta “estrella de Belén” reinterpretada podrá ser una frivolidad, pero de que algo anuncia, algo anuncia, y no algo divino ni redentor.
Regresando al espinoso tema de las mentiras y el periodismo, es ocioso volver a desmenuzar los argumentos mexicanos contra el “reportaje de investigación” del New York Times sobre una muy rupestre cocina mexicana de fentanilo. Ya imagino la secuela de “Breaking Bad”, basada en libros de Josefina Vázquez de León, Chepina Peralta y Yuri de Gortari. También es ocioso considerar las “maromas” del diario para defenderse del ridículo mundial. La “Dama Gris” arrastra su decadencia desde hace años, y el oprobio de premios Pulitzer mal habidos. Con esa trayectoria ya tiene suficiente material para rivalizar con Walt Disney y con Harry Potter, ya puede construir una docena de parques temáticos de su maravilloso mundo de fantasía. No le faltarán clientes en estos tiempos en los que se descara el cacarizo rostro de la ultraderecha, esa moderna parafilia. El tendencioso diario no tuvo la disciplina de hacer arqueología sobre la actual epidemia de adicciones que azota a los Estados Unidos. Descubriría, por ejemplo, que la adicción fue una creación artificial, deliberada, criminal. No fueron los cárteles mexicanos, ni canadienses, ni colombianos… Fueron unos cárteles que en “gringolandia” llaman “empresas farmacéuticas”. Es la ruta que siguió Purdue Pharma para ampliar el uso de la oxicodona de grupos específicos a “para todo público”. La oxicodona, altamente adictiva, fue indebidamente autorizada para el dolor; una vez desaparecido el origen del dolor, permaneció la adicción. Lo mismo hizo Insys Therapeutics para “popularizar” el fentanilo, con la bendición de la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos). No es necesario decir que las empresas farmacéuticas recuperaron el dinero que invirtieron en sobornos, y lo multiplicaron por millones. El truco sigue funcionando, pero hay que advertir que el fentanilo no es como el dextrometorfano del jarabe para la tos. Los cárteles, de cualquier nacionalidad, son comerciantes y acatan la máxima comercial: “al cliente, lo que pida”. En las ruinas del sistema de salud pública estadounidense, la permanencia de este tipo de adicciones está garantizada. Invadir México o anexarse a Canadá sólo ampliaría la base de clientes, y las grandes farmacéuticas estadounidenses quedarían legalmente como los principales proveedores de fentanilo y otras drogas peores que ya se cocinan, y no en una modesta cocina sinaloense sino en grandes laboratorios farmacéuticos.
Ceterum censeo… No me sorprende que el gobierno venezolano haya declarado personas “non gratas” a Felipe Calderón y Vicente Fox. Me sorprende que los mexicanos no lo hayamos hecho antes. Méritos les sobran y hasta comparten entre ambos… Carthaginem esse delendam.
