Debo decir que yo no tengo trato frecuente, ni esporádico, con Dios o sus intermediarios en la Tierra, pero le tengo el debido respeto a una entidad tan reconocida y venerada universalmente. Me da pena, sin embargo, la frecuencia con la que muchos de sus fieles, violando su compromiso, no sólo toman su nombre en vano, sino que lo usan para justificar sus tropelías, delitos, pecados o deficiencias.
El lejano 22 de junio de 1986 yo estaba en el Estadio Azteca en el mundial de futbol, cuando Diego Armando se robó el pase a semifinales, con un gol sobre Inglaterra, que dijo luego había sido producto de la mano de Dios, para beneficiar a la selección de Argentina.
El lunes pasado yo escuché a Donald Trump afirmar, casi encima de dos Biblias, que había escapado de morir en el atentado del 13 de julio pasado en Pensilvania, porque Dios había determinado salvarlo para que cumpliera su misión de conducir a los Estados Unidos a su grandeza enorme y perdida.
Bueno, el martes en la Catedral episcopal de Wasghington a la que acudía Trump con su esposa y casi todo el gabinete a un servicio religioso, una ministro de esa Diócesis cerró la ceremonia con estas palabras: “le pido en nombre de ese Dios que tenga misericordia para gente en nuestro país que tiene miedo ahora. Hay niños gays, lesbianas, trans, y familias demócratas y republicanas o independientes, algunas de las cuales temen por sus vidas”.
La petición fue más allá, cobijando a los indocumentados: “gente que recoge las cosechas, que limpia nuestras oficinas, trabajan en granjas avícolas o empacadoras de carne. Que lavan los platos luego de que nosotros comemos en restaurantes. Podrán no ser ciudadanos o tener la documentación adecuada. Pero la vasta mayoría de los inmigrantes no son criminales… Le pido que tenga piedad, señor Presidente”.
Ella es Mariann Edgar Budde, 65 años, pastor anglicana en Washington desde 2011, casada y con dos hijas. Para Donald Trump el servicio fue aburrido y nada inteligente. En sus redes sociales escribió: “ella es una radical de izquierda que odia a Trump. Su tono fue desagradable. Ella y su iglesia le deben una disculpa al público”.
El discurso detonó el declive de la euforia trumpiana que estalló el lunes y duró todo el día. Ese mismo martes, José Raúl Mulino, Presidente de Panamá, dijo en Davos -asistiendo a la Conferencia anual que allí se da- que el Canal de Panamá es de Panamá y seguirá siendo de Panamá y que China no tiene ninguna injerencia en su manejo.
El gobierno español reaccionó al disparate de Trump quien, ignorante, afirmó que España es parte de BRICS y que sufrirá los aranceles que le tiene guardados a esos países, del cien por ciento. BRICS es el acrónimo de la alianza de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica . España es miembro desde hace más de 40 años de la OTAN, inventada por los Estados Unidos como su bazo militar en Europa.
El Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, lamentó la salida de Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud y del Acuerdo e París para el cambio climático.
Todo parece indicar que al tercer día la luna de miel con el actor populista se está desvaneciendo.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no se puede entrar sin tapabocas): En este circo armado por el elefante en una cristalería, los mexicanos no debemos irnos con el señuelo de la patroteria en nimiedades. Si Donald Trump y sus secuaces quieren llamar Golfo de América al Golfo de México, muy su gusto y al cabo y qué, como dijo la señora Presidente. En su casa pueden llamarle Trump´s Lake si lo prefieren. El Golfo de México seguirá siendo lo que es y se llamará como se llama.
No se nos olvide que desde siempre los gabachos han llamado Rio Grande a nuestro Río Bravo, que por cierto ni es bravo ni es grande. Pero, como en los choques, cada quien su golpe.
Hay muchas otras cosas importantes en este lío.