Algo han de tener las grandes obras de la literatura que, salvo excepciones, se muestran esquivas cuando la manufactura de la pantalla las asalta. Tal vez los autores de siglos recientes como Dickens, Balzac o Tolstoi merecieron mejor trato televisivo o cinematográfico.He visto versiones muy decentes de Los Miserables y un muy notable trabajo (2012) de Tom Stoppard con Anna Karenina y Keira Knightley la bella, en el estelar. Del Quijote en el cine mejor ni hablamos.
A nuestro Juan Rulfo no le ha ido muy bien en las pantallas, excepción tal vez del Gallo de Oro que hizo Gavaldón -sí, el olvidado director de Macario- seguramente por la participación del mismo Gavaldón, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez en el guión.
Precisamente el premio Nobel de Literatura 1982 es el que peor ha salido en las pantallas de cualquier tamaño. Si los cuatro intentos de capturar en cine el onírico mundo que rellena por todos sus resquicios la fantasmal Comala de Pedro Páramo se quedan en el olvido, los intentos de comprimir la magia del mundo de García Márquez, han sido frustraciones o simplemente fracasos.
Los cineastas no han sabido traducir al otro idioma ni las tribulaciones de la cándida Eréndira y su desalmada abuela, ni la alquimia del amor y el cólera navegantes, o la melancolía de un coronel esperando correspondencia.
Acabo de terminar de ver la serie producida y reproducida por Netflix de la ópera magna de Gabriel, a quien por excepción me atrevo a llamarle Gabo -como se acostumbra por aquí- en el epígrafe , Cien Años de Soledad, texto que ni el mismo García Márquez pudo ni podría superar.
Como tradicionalmente corresponde, en esta serie nos quedan a deber.
Y no es que Netflix, que figura como casa productora, haya sido mezquina en gastos de producción. Según se ufanan, gastaron carretadas de dinero en construir el imaginario Macondo desde sus orígenes aldeanos hasta su esplendor de municipio con escuela, iglesia y calle de las putas inclusive; no alcanzaron o no quisieron diseñar el declive de Macondo después de la llegada del ferrocarril, el diluvio, la salida de la empresa bananera y el abandono. Loable es el esmero y pulcritud de escenografía, iluminación, utilería, vestuario, cinematografía en fin, en los ocho capítulos de una hora cada, aproximadamente, contando la mitad de la historia.
Pero es que no solamente falta la magia de García Márquez, aunque la línea narrativa siga su texto y sus personajes estén bien actuados. Estos cien años de soledad se quedan en cincuenta años de tedio.
Y mira que oportunidades había. Se quedaron atrapados en las páginas de la letra impresa las esporádicas visitas de su semi ultratumba del gitano Melquíades, las del mismo patriarca José Arcadio, la plaga del insomnio, el galeón que los colonos ilusos descubren en su marcha hacia el mar, las premoniciones precisas de Úrsula Iguarán -eje de la historia- la matazón de la bananera para acabar con el movimiento obrero, o la librería del catalán que alojaba las claves para que el último Aureliano descubriera el sánscrito en el que Melquíades había escrito previamente la historia que forjan cien años de soledad.
Se les olvidaron personajes hechos para el cine y sus efectos: Remedios la bella y su ascensión a los cielos, Mauricio Babilonia y sus mariposas amarillas que sobrevivieron con él en silla de ruedas su fama de ladrón de gallinas, cuando fue el descubridor de un amor de fantasía, una Fernanda traída de la Edad Media al Trópico, o el bega Gastón soñado con el correo aéreo aterrizando ahí. Se les evanesce la magnitud de Pilar Ternera, sacerdotisa de la iniciación sexual en este panóptico. Y especialmente ocultaron el rabo de cerdo de un recién nacido, anunciado producto del incesto ancestral, que cierra la epopeya de esta estirpe.
Como un entretenimiento palomero, de muy buen artesanato, o una buena telenovela, me quedo con estos cincuenta años de soledad, cuya secuencia final pretende regalarle a su protagonista, el coronel Aureliano Buendía, que peleó treinta y dos batallas perdiéndolas todas, una muerte heroica, cabalgando furioso en ataque para destrozar Macondo, con sus ojos bien abiertos con los que nació, emulando a un José Martí en la batalla de Dos Ríos. Aureliano Buendía, dice la historia de García Márquez, murió sin dolor y tal vez sin darse cuenta, mientras meaba al pie del añejo árbol del centro del patio de la casa, donde por años estuvo atado su padre, que era iluminado y se le consideró loco, recordando el circo de los gitanos. Descubrieron su muerte porque se aproximaban los gallinazos.
Tal vez, el habernos dejado a mitad de la saga exprese la intención de Netflix de contarnos la segunda parte. Yo espero que dejen a García Márquez en paz. Estos cien años de soledad son como el supuestamente apoteósico informe de la señora Carla Brugada por sus cien días de gobierno en la Ciudad de México: una clarísima y grave amenaza de seguir hasta donde se pueda. Y si es la Presidencia, mejor.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no se puede entrar sin tapabocas): La manifestación que ayer los culichis hicieron nuevamente ayer para exigir la salida de su gobernador espurio, es una segunda llamada a la señora Presidente y su padrino: el hartazgo del pueblo noble y sabio, el que según el cuatrote manda en este país, se volvió a desbordar al grito de “Fuera Rocha”.
Me duele tener la certeza de que ni siquiera una tercera llamada sacará del escenario a este personaje fársico, el gobernador de Sinaloa Rocha Moya. Si acaso, se le premiará como se usa en estos tiempos mexicanos, con una embajada alejada de reflectores y posibilidades de memoria. Algo le deben al todavía gobernador la señora Presidente y Lopitos; inevitablemente ese algo tiene que ver con el crimen organizado.