Sólo en dos ocasiones en mi vida he tenido que viajar en avión, ambas a la Ciudad de México. En tren varias veces, en mi infancia, a Estación Catorce, S.L.P., a visitar a mi santo patrono en sus fiestas; y a Reynosa, a visitar a mi tío Lupe. En autobús una vez a Nuevo Laredo, un par de veces a Monclova, y otro largo viaje a Tecate, BC. En esta escasez turística, nótese que no me gusta viajar. Hace mucho que abandoné el atavismo de nómada. Además, pienso que la relación de los seres vivos con su espacio es nutritiva. Si quisiera conocer Nápoles, iría a la cocina a preparar una pizza. Sí iría físicamente a Nápoles si tuviera la necesidad de estar en Nápoles, nada más. Visitar las Catacumbas de San Gennaro, por ejemplo, no me emociona tanto como adentrarme en las penumbras bajo el fregadero a reparar una fuga. Hablo en mi caso, porque hay quienes aman el instinto del nómada. Vuelven al pesebre con una nueva galería de fotos cada vez; son más felices y más virtualmente universales. A mí eso no me sirve. Soy de lento aprendizaje, y batallo todavía para comprender mi entorno inmediato, con mayor razón uno lejano.
Entiendo que hay quienes viajan por necesidad. Es una tragedia que su propia tierra los empuje a emigrar. Tienen derecho a hacerlo. La historia de la humanidad gira en torno a la migración necesaria. Todos somos colonos, al menos hasta que la Tierra se harte y nos deporte masivamente. Cuando lo haga, no lo hará con cortesía. De hecho, no nos deportará a algún lugar, nos mandará al olvido. Ni mi amor por la comarca donde sembraron mi ombligo me salvaría. En tanto, las migraciones, grandes o pequeñas, son una realidad y eventualmente una necesidad. El poderoso Imperio Romano lo ilustra muy bien: un día gobernaba un procónsul romano, y al día siguiente un reyezuelo visigodo, hérulo, suevo, franco, sajón, vándalo… Podrá hablarse mucho de la debilidad del imperio y la fuerza de las tribus germánicas, pero en el fondo había una necesidad de replantear una organización social que Roma no podía ya sostener. Cuando el poder es centrípeto con las elites se vuelve centrifugador para el resto de la sociedad.
En estos tiempos, es obvio que urge revisar con mucho cuidado el tema de la migración, tachando el subtema de la colonización. La solución, si se le quiere ver como problema, no es levantar muros sino fijar rutas seguras por donde se pueda transitar de ida y vuelta. Es mejor tratar a los migrantes como población flotante que como amenaza invasora. Si al mismo tiempo se quitan de esta ecuación las causas de las migraciones, no habría razón para migrar o para no querer regresar a casa. Además, en el caso específico de la migración hispanoamericana hacia Estados Unidos, sería bueno que los posibles migrantes supieran antes la realidad de ese país. Creo que se le ha hecho mucha propaganda como un primer mundo dorado cuando en realidad es de oropel. Durante décadas, los Estados Unidos se han preocupado mucho por ser líder mundial, rector de economías y gobiernos. Se olvidó lo básico en una democracia: el gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo. No, esto no lo inventó AMLO, es un principio básico de una democracia.
Donald Trump, el caricaturesco nuevo Atila, triunfó en los comicios no tanto con la vaga promesa de hacer de nuevo grande a esa nación americana, que por cierto no es América. Sus promesas de campaña iban dirigidas a resolver varias crisis domésticas que azotan a los estadounidenses, entre otras: vivienda, alimentación y salud. No sería mala idea que en todos los países que hoy son semilleros de migrantes, se conociera bien esa realidad estadounidense. Nadie querría salir de “guatemala para entrar en guatepeor”. Además, hay una bandera que se ondea normalmente desde la izquierda (que no es necesariamente “comunista”), y que es algo implícito en la noción de democracia: la justicia social. Si se tiene justicia social, los ciudadanos saldrían del país como turistas no como autoexiliados. A Estados Unidos le pasa lo que en su momento pasó al Imperio Romano: la decadencia empezó en su soberbia, los “bárbaros” no destruyeron al imperio, lo reconstruyeron: mejor la atomización que el caos.
La puesta en escena de la orden de Trump para la deportación masiva me parece más bien un espectáculo para consumo interno. La ferocidad hitleriana con la que se realizan las redadas y la espectacularidad de las cuerdas de migrantes encadenados, indigna al mundo y a muchos estadounidenses, pero distrae de lo que sucede en el arranque de la nueva administración. Trump enfrenta ya divisiones internas dentro de su equipo cercano, e incluso abierta oposición, al menos de palabra, desde las filas del Partido Republicano. Alardea teatralmente una dureza sin precedentes en el cumplimiento de su promesa de deportaciones masivas, incluso sin comprobar qué tan nociva es la migración para la economía estadounidense. Sin embargo es renuente a admitir que ninguna de sus salvajes órdenes ejecutivas está destinada a aliviar mínimamente los temas urgentes de sus gobernados. Nada en salud, nada en vivienda, nada en costo de alimentos… Incluso la campaña de deportaciones es omisa en revelar los costos, altísimos, sobre todo al realizarse unilateralmente, sin acuerdo con los países destinatarios.
Aquí hay que destacar el caso de Colombia. De pronto se incendian los medios y las redes con el enfrentamiento entre Trump y el presidente colombiano, Gustavo Petro. Los titulares gritan la insolencia de Petro al rechazar las deportaciones, se desgañitan con el castigo arancelario que impone Trump a Colombia, deliran con la respuesta arancelaria de Petro. ¡Guerra comercial! Al final, todo fue falsa alarma… o más bien precoz. Aunque se difunde que hay bases militares de Estados Unidos en Colombia, es falso. Durante su mandato, Álvaro Uribe firmó ese acuerdo con Obama, pero el Tribunal Constitucional de Colombia no lo autorizó. Al día siguiente de la confrontación, muchos titulares quieren imponer la percepción de que Trump ganó y que Petro se doblegó ante la fuerza del gran dragón de MAGA. Pocos medios, muy pocos, aclaran que el que cedió fue Trump, no Petro. El presidente colombiano no rechazaba las deportaciones sino la forma como se realizaban, con los migrantes esposados y arrojados dentro de aviones militares, sin el menor respeto. Ante la orden de Trump de poner aranceles a Colombia, Petro respondió poniendo aranceles a Estados Unidos. Y antes de que el desastre estallara en la cara del consumidor estadounidense al comprar su café matutino “endulzado” con un sobreprecio arancelario, Trump reculó apuradamente, de madrugada, presumiendo un presunto acuerdo que no es posible sin eliminar la causa, que no es la negativa a recibir migrantes sino la forma en que los envían. Porque ningún país puede rechazar la deportación de sus connacionales, ni siquiera Estados Unidos. Condenarla sí, rechazarla no. Esta escaramuza de los aranceles con Colombia es un buen indicador de lo que esperaría a Estados Unidos si Trump cumple su promesa de imponer aranceles a México y Canadá a partir de febrero.
El problema con Trump y sus puestas en escena es que ha convertido a su gobierno en un circo de varias pistas. Un circo donde las fieras son los payasos. Sus amenazas gansteriles a Europa no tienen otro nombre que chantaje: si no me compras e inviertes aquí, ¡palo arancelario! Su gritoneo a Mette Frederiksen, la primer ministro danesa, añade más vileza a su misoginia. No se difunde en los medios lo que implica su “perdón” a los golpistas del Capitolio, delincuentes y asesinos convictos. Se enuncia pero no se explica la purga fulminante e ilegal de inspectores federales. La senadora republicana Susan Collins, con mucho candor o mucho cinismo, dice “No entiendo por qué se despediría a individuos cuya misión es detectar el desperdicio, el fraude y el abuso. Así que esto deja un vacío en lo que sé que es una prioridad para el presidente Trump”. Poco o nada se dice del empoderamiento de los clanes supremacistas blancos, los infames del KKK, que no tardarán en entrar al juego de las redadas o pogromos contra migrantes o en una versión actualizada de la “Kristallnacht”. El juego “pacificador” respecto a Ucrania es ridículo, considerando que Ucrania no puede imponer muchas condiciones porque va perdiendo la guerra. ¿Negociar con Putin? ¿Negociar sobre la soberanía de otro país? Y todo desde el escenario de una OTAN desmejorada y una Unión Europea sumida en crisis políticas y económicas. Zelenzki es más realista al pedir ingenuamente hasta un millón de efectivos europeos para garantizar la paz… una cifra muy similar a las de la Batalla de Normandía en la Segunda Guerra Mundial. ¿Trump el gran pacificador? Dinamarca y Panamá podrían opinar sobre esa farsa.
El gobierno de Trump no es más que un gran montaje que en pocos días se ha acarreado el recelo y con frecuencia el desprecio de todo el mundo. Llega al poder como capataz, no como estadista. Ha servido además para sacar del closet a la ultraderecha mundial, la más nociva, la más fascista, la más despreciable. Lo que Trump consiga fuera de Estados Unidos es su ganancia menor, lo que está puliendo diariamente es la normalización del autoritarismo, el supremacismo económico y racial, el militarismo, la discriminación, la represión, la depredación… Normalizar la cara más monstruosa del ser humano. Más parece que intenta imponer un gobierno totalitario en Estados Unidos en donde las leyes no sean más que frases huecas. Como distopía literaria, he leído muchas mejores que esta… A medida que avanza la ¿gestión? de Trump como ¡presidente! de Estados Unidos, estoy cada vez más convencido de que o no conoce las leyes o no le importan. Aunque lo uno y lo otro, juntos, también pueden ser.
Ceterum censeo: Que’zque en la frontera entre Argentina y Bolivia se va a levantar un “muro”. Una idea completamente “innovadora” del gabinete de seguridad del presidente argentino Javier Milei. Porque no creo que sea una franquicia trumpista, ¡nuncamente! Hay algo que me gusta mucho de los imitadores de cantantes: nunca superan al original, pero con el puro intento siempre causan mucha risa.